mayo 2006 | ||||||
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Mi incansable labor en defensa de la naturaleza
Igual no lo había comentado antes, dada mi natural modestia, pero yo salvé la Selva Amazónica. Fue allá por los años ochenta. Había aceptado el puesto de director de operaciones de una importante maderera, pero, al ver los estragos que mi empresa hacía en el Amazonas, monté en cólera. Yo no tenía ni idea. ¿Cómo iba a saber que para conseguir madera hacía falta talar los árboles? Estaba convencido de que sólo se serraban las ramas más gordas. Por cierto, unos meses más tarde mi psiquiatra haría al respecto unos comentarios muy desagradables. Fui al despacho de mi jefe y le dejé bien claro lo que pensaba. Le gustó la idea de cortar sólo las ramas más gordas, a pesar de lo que opinaba su psiquiatra, y se lo comentó a su jefe. Quien a su vez se lo explicó al director. Quien se lo dijo al consejero delegado. Quien se lo propuso al becario del banco. Como yo trabajaba por las tardes de asesor externo de dicha entidad, me pidieron mi opinión. Económicamente, el plan era inviable, así que lo desaconsejé. Me pasé semanas despotricando contra mí mismo por ser un capitalista asqueroso que lo valoraba todo en función de los beneficios. Para animarme, me fui dos semanas de vacaciones a Minsk --menuda decepción--, donde se me ocurrió una idea genial: talar los troncos y dejar las ramas. Todo el mundo estuvo de acuerdo, incluso yo envié un informe favorable al banco. Luego surgió el problema de que las ramas se caían, pero, a efectos prácticos y sin entrar en detalles innecesarios, podemos decir que yo salvé el Amazonas. Dado mi éxito, desde entonces me he dedicado a acabar con las dictaduras. Terminé con la de Franco en 1991, pero ya me echaré flores otro día. También asesiné a Fidel Castro hará un par de años, pero ésa es otra historia. Por no hablar de lo que le hice a Pol Pot la semana pasada. Ya lo explicaré, ya.