abril 2007 | ||||||
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marzo | mayo |
Un ficus
A: Buenos días. B: Buenos días, tome asiento. A: Oh, gracias... Er... No hay ninguna silla. B: Claro que hay una silla. ¿Acaso estoy sentado sobre una planta? A: Quiero decir que no hay ninguna silla libre. B: Es igual, tome asiento. A: ¿Dónde? El traje es nuevo y no me gustaría mancharlo sentándome en el suelo. B: Allí hay una maceta. (Silencio incómodo.) A: Es igual, ya me quedo de pie. B: He dicho que allí hay una maceta. A: Sí, claro... (Se dirige a la maceta y se sienta en el borde.) B: Cuidado con el ficus, es un regalo. A: Oh, muy bonito, sí, muy bonito. ¿De su mujer? B: ¿Qué quiere decir con eso? A: No, nada, sólo pregunto si es un regalo de su mujer. B: ¿Pero acaso conoce a mi mujer? A: No, sólo que... Quiero decir... B: Es un regalo mío. Para usted. ¿Por qué pensaba que mi mujer le había regalado a usted una planta? ¿Qué clase de juego se traen los dos, haciéndose regalos el uno al otro usándome como mensajero? ¡Eso es muy cruel! Ah, cielos, ahora entiendo por qué hace semanas que noto como una pesadez en la cabeza... A: No, oiga, se confunde, yo no conozco a su mujer. B: ¿No? A: No, de nada. B: Ah, maldita... Hace regalos a hombres que no conoce con la única intención de ponerme celoso. Mujeres... A: Sí, no podemos vivir con ellas, pero tampoco sin ellas. B: ¿Sin ellas? ¿Cómo podríamos vivir sin ellas? ¿O sin ellos? Hacen falta un hombre y una mujer para tener niños. ¿Qué tonterías está diciendo? ¿No será usted un elefante? ¿O un comunista? Odio a los elefantes: son unos anarquistas, unos terroristas y unos antisistema. Siempre que se escapan de un circo corren enloquecidos por las calles aplastando a niños y a coches, y poniendo en peligro el estado de derecho. A: No, no soy un elefante. Mi frase era en sentido figurado. Por aquello de las complicaciones de pareja. B: Sin ellas... Esa frase es ridícula. ¡Retírela ahora mismo! A: Cómo no, retirada. B: Cuidado con el ficus, que está rompiendo las hojas. ¿Así es como trata mis regalos, desagradecido de mierda? Maldito elefante. Le odio tanto que le voy a mirar mal. Fíjese en cómo le miro, arrugando los ojos y afinando los labios, mostrándole toda la crueldad de la que soy capaz. No volverá a aplastarme el coche, maldito. A: Perdón, perdón. Por lo de la planta, que yo no he tocado su coche. B: Eso dicen todos. Y bien, ¿qué quería? A: No, nada, que éste es mi despacho. Venía a echarle. B: ¿Su despacho? A: Sí, sí, yo trabajo aquí. B: Claro, por eso en la agenda está su nombre y no el mío. A: Eso es. B: Y todos los correos electrónicos van dirigidos a su nombre y no al mío. A: Correcto. B: Y por eso no sé qué hago aquí. A: Exacto. B: Y eso explicaría que sólo hubiera una silla y dos personas. A: Cierto. Si me disculpa, tengo que acabar el mismo informe que me pide el director cada dos meses y que nunca se lee. B: Vaya, ¿y cuál es mi despacho? A: No lo sé. De hecho, creo que usted no trabaja aquí. Es la primera vez que le veo. B: ¿Seguro? A lo mejor soy un compañero suyo. O su jefe. A: No lo creo. B: ¿Por qué no? ¿En qué se basa? A: En que mi jefe es una mujer. B: Ese comentario es odiosamente sexista. Haga el favor de retirarlo o me quedaré con el ficus. A: No era mi intención ofender a nadie. Lo retiro, mi jefe es un hombre. B: ¿Lo ve? Yo podría ser su jefe. A: Es posible. Pero el caso es que hemos llegado a una situación complicada: no sabemos cómo seguir y este texto ya es muy largo y muy tonto. B: Sí, será mejor dejarlo aquí. A: Yo incluso borraría las cuatro o cinco últimas líneas. B: Quizás no sea mala idea. Para acortar un poco. A: Lo bueno si breve... B: Y lo malo, no le digo. A: Pues sí. B: Mejor ya lo dejamos. A: Punto y final. B: Exacto. Sería un error alargar el texto innecesariamente. A: Sólo conseguiríamos aburrir al público. B: Si al menos hubiera alguna sorpresa final, tipo "A está muerto". A: Pero no lo estoy. B: Yo tampoco, que conste. A: Pues nada. B: Pues eso. A: ¿Qué hora es? B: Las doce y veinte. A: Gracias. B: Bueno... A: Majo el ficus. B: Me alegro de que le guste. A: Las plantas alegran mucho. B: Excepto las hiedras asesinas. A: Claro. Esas no alegran nada. B: A los herederos, sí. A: Je, je, cierto. B: Una vez tuve una hiedra asesina. A: Entonces, usted... B: ¡No! A: ¡Sí! B: ¡No! A: ¡Sí! B: ¡No! A: ¡Sí! B: ¡No! A: ¡Sí! B: ¡No! A: ¡Que sí! Usted está... B: ¡Muerto! A: Ah, horror. B: Ya decía yo que el corazón me latía muy poco para estar vivo. A: Pues mire: al final ha habido sorpresa final. B: Malditas hiedras asesinas. Malditos elefantes. Yo os maldigo a todos. A: Rencoroso...