septiembre 2003 | ||||||
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Enanos, mocasines, Lladró
Tanto a mí como a la mayoría de gente que conozco nos encanta llevar la contraria simplemente porque sí. Da igual de qué se trate, el caso es fastidiar. Como mucho y cuando nos pillan de buenas o no tenemos la suficiente confianza con nuestro interlocutor, cedemos hasta el "sí, pero", que no es más que una negativa disfrazada de concesión. Sin embargo, a veces hay que contener ese impulso a decir que no estamos de acuerdo. Y es que por el mero hecho de llevar la contraria, uno acaba defendiendo puntos de vista opuestos a los propios, cosa que es divertida siempre que no se superen ciertos límites. Sin ir más lejos, esta misma tarde he estado a punto de defender los enanos de jardín. Casi suelto que no había para tanto, que tener un gnomito de estos es un simple acto de libertad decorativa y que los enanitos no son más que inofensivos adornos que, colocados con inteligencia e ironía, pueden resultar hasta simpáticos. En fin, que hay que controlarse, no sea que acabe viendo con buenos ojos el llevar mocasines y calcetines blancos. Incluso aunque los mocasines fueran de estos con borlitas. Claro que, ahora que pienso, es demasiado tópico esto de criticar enanos y mocasines. No pueden ser tan malos, si casi todo el mundo está en contra. De todas formas, y por si acaso, si alguno de vosotros me ve alguna vez luciendo esos zapatos o saliendo de El Corte Inglés con un enanito de jardín (o con un Lladró sin su correspondiente martillo) tiene mi permiso (mi súplica, casi) para darme una buena paliza. Prometo no defenderme. Aunque tampoco serviría de mucho, seamos sinceros.