mayo 2011 | ||||||
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Yo delaté a Bin Laden (hala)
No sé hasta qué punto es conveniente que cuente esto, pero creo que es importante que el mundo (El País y El Mundo) lo sepa: yo delaté a Osama Bin Laden. Todo empezó por uno de estos errores tontos. Un despiste. Estaba buscando destinos turísticos, ya que quería irme de vacaciones a la playa, y me acordé de aquella hermosa canción que dice aquello de guantanamera, guajira guantanamera, y pensé que nada mejor que viajar a Guantánamo, provincia de Cuba, a disfrutar del sol y de las cálidas playas del mar Caribe. Pero por algún extraño motivo y de camino al hotel, unos soldados norteamericanos me arrestaron y arrastraron hasta una enorme cárcel llena de señores de fuera. De camino, los soldados aseguraban que me había fugado e insistían en que me había delatado mi moderna y vacacional barba de tres días, además de mi alegre camisa naranja, ante lo que sólo pude quejarme con un: --¡Hala! Esta interjección recibió como respuesta varias patadas en la boca y un discurso sobre la religión verdadera que yo diría que no venía a cuento. Durante el tiempo en el que estuve encerrado, me exigieron bajo terribles torturas que les diera información útil, a lo que respondí con los horarios del metro de Barcelona y cómo bajarse Fringe gratis. Al parecer esto no les pareció suficiente, imagino que porque no tendrían pensado ir de vacaciones a Barcelona --no me extraña, con lo caro que está todo--, así que procedieron a someterme a toda clase de torturas: me pusieron música de Amaral, Extremoduro, Pegatina y Justin Bieber, entre otros y en ocasiones a la vez; rascaron una pizarra en mi presencia; me obligaron a participar en la representación teatral de El diario de Noah (ante la ausencia de ancianas, tuve que representar el papel de la señora con alzheimer); me hicieron caminar un rato; un imitador de Steve Urkel se pasó más de diez horas preguntándome si había sido él... En esos terribles momentos y para consolarme, pensaba en los amigos que había dejado en Europa: un plátano al que le había dibujado una cara y una corbata, y que responde al nombre de Marcos. A veces también canturreaba aquello de guantanamera, guajira guantanemera para mis adentros (tengo tres o cuatro adentros, ya que mi vida interior es muy rica), y pensaba en las playas caribeñas. Hasta que de repente recordé que a mí nunca me ha gustado la playa. Ah, qué rabia. Pero qué rabia. Es que me dejo llevar por la publicidad. La publicidad de playas. En todo caso, al final me vi obligado a ceder. Les dije que les contestaría a todo lo que me preguntaran, pero que por favor especificaran un poco más, y que en todo caso no sabía los horarios del metro de Madrid. A pesar de que todo el mundo sabe que lo hemos pagado los catalanes a cambio de que nos dejen ganar la Copa de Europa. --Pues nos vendría muy bien saber dónde está Bin Laden. --¡Hala, y yo qué sé! Lo de decir "hala" les volvió a molestar, cosa que todavía no entiendo. De todas formas y mientras seguían con sus patadas, intenté explicarme. --¡Que no lo sé, de verdad...! --¡Confiesa! --¡Pues estará en su casa, a mí qué me explicáis! Joder ya... Además, creo que los viernes cierra a las dos. El metro, digo. Hubo un momento de silencio. De los incómodos, no de los románticos. Para ellos y también para mí, ya que estaba atado a una viga y colgado de los pies, y no me sentía yo para enamorarme. --Hum... En su casa... --Mi coronel, yo... --Claro, porque a ninguno de vosotros se le ha ocurrido mirar en su casa... --Bueno, verá, es que Lewis me dijo que... --Eh, no me eches la culpa a mí. Siguieron unos cuantos gritos y reproches. Palabras malsonantes. Frases fuera de tono. Viejas rencillas. Lágrimas. Abrazos. Una reconciliación. El caso es que me encerraron unos días más y después de aquello me soltaron. De camino a la salida de la prisión, uno de aquellos soldados me comentó que sí, que era cierto, que Bin Laden estaba en su casa de Pakistán. --No era tan fácil, ojo, que se ve que tenía dos o tres casas. La de la playa y esa. Y no sé si otra en el pueblo. Pero bueno, ya está, le pillamos. --Me alegro de haber sido de utilidad. ¿Tendré que testificar en el juicio? --Er... Pues no será necesario... --Menos mal. No me gustan nada los juicios, siempre los pierdo, jajajaja... --¿Cómo? --Por lo de perder el juicio, jajajaja, pero no es un juicio de verdad, volverse loco y tal, perder el juicio, jajaja... --Ya... Er... --Jajaja, qué bueno... Yo siempre pierdo los juicios... Ay, si es que tengo cada ocurrencia. --Sí, bueno. La puerta es esa. Cierra por fuera. --¿Me escribirás? --No sé, tengo mucho lío. --¿Y me seguirás en Twitter? --Huy, no tengo cuenta de Twitter. --El otro día te vi conectado... --No, pero... Er... Sólo curioseaba... La cuenta de mi primo... --Ah. --Bueno, adiós. Tengo cosas que hacer. --Adiós. Una lágrima me resbaló mejilla abajo. Abrí la puerta. El sol me dio en la cara. --Hala, mis ojos. Alguien me dio una patada en los riñones.