Pues no, Javi no hablaba mucho, por no decir nada. Apenas mediaba en las conversaciones: se limitaba a sonreír las gracias de Esteban y a dar tímidamente la razón a quien se quejara del trabajo, del calor o del tráfico. De hecho, nunca llegamos a saber realmente nada de él: su nombre y poco más. Se sentaba en esa mesa de allí, donde ahora está Natalia, al lado de Eva y frente a Esteban.
Le ascendieron como un año después de llegar a la oficina. A nadie le extrañó, ya te digo que el muchacho trabajaba bien y además no daba problemas. Le dieron el que ahora es tu despacho. Desde el primer momento ya notamos que no se encontraba a gusto: dejaba la puerta abierta, intentaba escuchar las conversaciones en las que nunca participaba, a veces incluso se atrevía a salir de allí con cualquier excusa -un café, normalmente-, aunque jamás fue capaz de iniciar una conversación.
Y sí, luego se marchó. A otra empresa. Cobrando menos y sin posibilidad de ascender, por lo que he oído. Nos pareció bastante idiota aquello de largarse. Dejó su despacho y volvió a una sala llena de mesas, sillas y ordenadores. Y de gente, claro. Gente con la que tampoco hablará, seguro.
Igual le gusta el olor.