marzo 2009 | ||||||
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Un error habitual
Te metes en la piscina de cemento fresco y vas andando hacia el centro. Notas que el cemento te llega cada vez más arriba y además está cada vez más seco, pero aún así no te paras: sigues caminando hacia donde cubre, con determinación, confiando en que, no sé, una vez llegues más adentro, el cemento se convertirá en agua o simplemente desaparecerá. Por supuesto, no tienes ningún motivo para pensar tal cosa. En realidad, los hechos te llevan la contraria: sigues caminando y el cemento te va cubriendo más a cada paso y, por supuesto, cada vez está más seco y te cuesta más dar cada uno de esos pasos. Finalmente, el cemento se seca. Del todo. Y tú estás ahí, en el centro de la piscina, con cemento hasta el cuello, sudando, moviendo los ojos a un lado y a otro, buscando no sabes bien qué, pero confiando en que sigues por el buen camino, aunque ya no puedas caminar, que en seguida se aclarará todo y que todo acabará bien. Un par de palomas se posan sobre tu cabeza. Por supuesto, te picotean la cara. Se te cagan encima. Te picotean un poco más. Incluso notas el sabor a hierro de alguna pequeña gota de sangre que te llega a los labios. Las espanta una ciega borracha que lleva unas tijeras y tropieza contigo. Te toca y decide que necesitas un corte de pelo. A pesar de que no tiene mucho cuidado, la mayor parte de los tijeretazos van a dar en el cabello. Bien. Estás de suerte. Algunos no, claro, pero ¿quién quiere dos ojos si con uno ya se puede ver? Al fin y al cabo, la visión estereoscópica está sobrevalorada. La ciega se va. Viene un tipo con un palo de golf y una cesta llena de bolas. Deja una de las pelotas sobre tu cabeza y practica su drive. Deja otra y vuelve a darle. Tienes suerte, otra vez. Es bueno. Claro que hasta los mejores fallan de vez en cuando. Pues bien. Estás ahí. Atrapado en cemento seco hasta el cuello. Con la cara llena de picotazos y cortes. Te falta un ojo, probablemente también trocitos de las orejas. Hay un loco que está jugando a golf sobre tu cabeza y que ya te ha dado más de un golpe. Y eso duele. Pues bien. En lugar de gritar y de pedir auxilio, en lugar de... de... no sé, de berrear y de llorar, de aullar desesperado, en lugar de todo eso, sonríes. Al sonreír te escuece alguno de los cortes de los labios, pero sonríes. Y piensas, recuerda, estás metido en cemento hasta el cuello, con la cara destrozada y un tipo va a acabar rompiéndote la cabeza, pero piensas: "Joder, no me sentía tan vivo desde hace años". Pues bien. En resumen, es eso.