jueves, 18. mayo 2006
Jaime, 18 de mayo de 2006, 9:44:05 CEST

Hospitales


Un estudio que no tiene pinta de ser muy serio asegura que la mitad de las complicaciones hospitalarias son evitables. Falso. Falsísimo. Todas las complicaciones hospitalarias son evitables. Basta con no ir al hospital. Sí, claro, alguno puede decir que si uno va a una clínica es porque necesita cuidados médicos. De acuerdo, admito que es necesario recibir atención más o menos profesional en casos extremos. Si se te caen cincuenta ladrillos en la cabeza, por ejemplo. Pero siempre asumiendo el alto riesgo que supone ir a uno de esos centros de tortura: infecciones, complicaciones quirúrgicas, problemas con las vías, relojes olvidados en el estómago del paciente. Además de esas complicaciones existen los clásicos riesgos a los que se enfrenta toda persona que se pone en manos de médicos. Entrar a la consulta con un ligero cansancio, por ejemplo, y salir con el colesterol alto, el hierro bajo, la tensión por las nubes, el hígado necesitado de un trasplante y, sobre todo, una intranquilizadora imagen grabada en la retina: la expresión de pánico del médico al abrir el informe de la analítica. El caso contrario también ocurre con frecuencia: un tipo acude a su doctor por dolores de cabeza recurrentes y le expresa su temor a padecer un tumor cerebral. El médico se reirá en su cara y se negará a hacerle las pruebas pertinentes, dejándole durante semanas con una terrible angustia. Cuando el psicópata ceda, resultará --casualmente, claro, casualmente-- que el hombre no tenía nada en la cabeza, no se preocupe, necesita dormir más. Obviamente, si este pobre tipo hubiera acudido sólo por el dolor, sin expresar sus miedos, el médico no hubiera dudado en encontrarle ese cáncer. Quizás incluso colocárselo. Las incógnitas son demasiadas como para no tener en cuenta esta posibilidad. E investigarla. Y es que los médicos juegan con nosotros. Inventándose enfermedades absurdas que no tenemos. O ignorando las enfermedades que nos hemos inventado. Lo que sea con tal de humillarnos y, finalmente, asesinarnos.


 
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