miércoles, 1. julio 2009
Jaime, 1 de julio de 2009, 12:12:13 CEST

Así se enfrenta uno a una crisis


La crisis nos ha llevado a nosotros los aguerridos empresarios a tomar decisiones difíciles. Algunos de mis amigos se han visto obligados incluso a despedir empleados. Yo mismo estuve planteándome una solución similar, ante las dificultades que pasaba la empresa por culpa de la mala gestión de un sobrino mío al que puse como gerente. Pero yo soy una persona con sentimientos y para mí, mis empleados son como hijos; qué digo como hijos, más, son como sobrinos; qué digo como sobrinos, más, son como los hijos de mis amigos; qué digo como los hijos de mis amigos, más, son como los niños que me cruzo por la calle; qué digo como los niños que me cruzo por la calle, más, son como perros sarnosos que viven entre cubos de basura y se pasan el día lamiendo charquitos sospechosos. Así las cosas, yo no podía despedir a mis hijos, digo, a mis perros, y quedarme con la conciencia tranquila. Para mí lo más importante es mi conciencia. Que esté tranquila. Recurro a cualquier cosa para conseguir la tranquilidad de conciencia; normalmente me basta con engañarme a mí mismo, a veces necesito recurrir a drogas duras como por ejemplo los hidratos de carbono, y en casos extremos le cuento mis cosas a un amigo que se limita a contestar cosas como “aham… Sí… Aham… Claro… Si es que… Aham… Sí…” Los mejores interlocutores son los que nos dan la razón con monosílabos. No es que nos comprendan y sean buenos escuchando, es que les importa una mierda y nos dan la razón para que nos callemos cuanto antes. Nadie quiere un intercambio de opiniones cuando va a “explicar sus problemas” o a “pedir consejo”: uno sólo busca sentirse reconfortado por el sentimiento de que tiene razón y de que todos los que no lo ven así son unos subnormales que merecen una tortura larga y dolorosa por venir a molestar. ¿Por dónde iba? Ah sí, mis sentimientos. No hubiera soportado la idea de despedir a uno sólo de mis trabajadores y dejar a sus hijos morirse de hambre. Porque al ser sus hijos, son como mis nietos, qué digo mis nietos, etcétera. Por suerte, los empresarios nos caracterizamos por una mente ágil, rápida, despierta; una mente que nos permite ganar fortunas con las que nos pagaremos las fianzas que probablemente tendremos que abonar en un futuro. Ah, pero a quién le importa el futuro, habiendo un presente y un pasado, entre otras cosas, como sofás y cacerolas. Y así se me ocurrió una gran idea, lo que viene a ser una ideaca, para poder mantener todos y cada uno de los puestos de trabajo, para no tener que despedir absolutamente a nadie. Y era una solución fácil, rápida y casi limpia. Limpia del todo, no, porque luego había que fregar. Y es que consistía en cortar un brazo a todos y cada uno de mis empleados. El izquierdo. A todos. Lo de los zurdos me da igual porque esta es una empresa laica y no creo que nos tengamos que regir por las creencias de los demás. Que usen la derecha, como buenos católicos, y punto. No entiendo eso de que vengan los extranjeros a imponernos su cultura. Tendrán que adaptarse ellos, ¿no? Esta hábil solución ha permitido recortar los sueldos en un ocho por ciento sin que haya excusa para las quejas. Porque claro, ¿para qué querrían tanto dinero si, al tener menos cuerpo, necesitan menos calorías? Cae por su propio peso. Como los brazos, cuando los serrábamos, que también caían por su propio peso. Es lo que tiene la gravedad. Están guardados en hielo. Cuando las cosas vuelvan a ir bien, se los recoseremos. Y si las cosas empeoran aún más, pues ningún problema: había pensado en cortar los brazos izquierdos a sus esposas. Luego a sus hijos. Y luego las piernas izquierdas y las piernas derechas y las orejas y las cabezas y todo hasta que quede el brazo derecho, que es el que se usa para trabajar en mi empresa. Ah sí, qué no haría yo por mis empleados. Soy como un padre para ellos. Como el clásico padre que amputa los miembros a sus retoños para no tener que gastar tanto dinero en comida. Es época de sacrificios. Pero saldremos de esta. Y algunos ni lo habremos notado.


 
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