abril 2011 | ||||||
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En ocasiones veo el futuro
Mi negocio de adivino no funcionó tan bien como me esperaba, lo cual en sí es una prueba de que no soy muy buen vidente (jaja... El del banco no se rió, pero a mí me hizo gracia incluso cuando me embargaron el sofá). El caso es que yo era adivino, pero honrado y mentalmente sano (qué sabrán los médicos), así que nunca, jamás, en ningún caso, bajo ningún concepto y muchos otros sinónimos más, vaticinaba algo que no estuviera completamente seguro que fuera a ocurrir. Esta exagerada honradez no era del todo apreciada por mis clientes, a los que solía recibir con un: --VAS A MORIR. Esta frase era acogida con infartos varios y preguntas acaloradas, a lo que respondía con un: --Lo que no sé es cuándo. Pero niégalo, si tienes valor. Me gustaba empezar fuerte, aunque eso supusiera que mis posteriores predicciones iban a resultar algo grises y anodinas. --¡Seguirás respirando durante los próximos minutos! --¡En verano pasarás calores! ¡Y en invierno, fríos! ¡Tiritarás! --¡Tendrás hijos en caso de que te reproduzcas! --¡Si no comes, te va a entrar hambre! --¡Vas a morir! --¡Veo una GRIPEEEEEEE! --¡O adoptes, claro! --¡Niégalo, si tienes valor! --¡Tiritarás! --¡Un día de estos querrás madrugar y te quedarás dormido! --¡Te aburrirás en el trabajo! --¡DORMIDO! --¡GRIPEEEEE! --¡DORMIDO! --¡GRIPEEEEE! Me gustaba usar los signos de admiración para dar golpes de efecto. Y además así no me interrumpían con preguntas que yo no podía responder, como si les iba a a dejar su mujer, si iban a encontrar un trabajo o si iban a morir de cáncer entre terribles dolores. La gente pregunta unas tonterías. Este don --¿o debería llamarlo castigo?-- me venía de familia. Tanto mi padre como mi madre hicieron muchas predicciones acerca de lo que sería mi vida, predicciones que se han cumplido de un modo tan exacto que cuando lo pienso, me entran escalofríos. --Nunca llegarás a nada. --No sirves ni para estudiar ni para trabajar... A ver si te dan una paguita... --Si sigues comiendo así, te vas a poner como una vaca. --Con esa joroba nunca te sacarás novia. --Como salgas a la calle sin pantalones, te vas a resfriar. --Si no dejas la guitarra tranquila, los vecinos te van a dar una paliza. Y yo les pienso ayudar. --Nadie querrá hablar contigo si no usas el esprái para la halitosis. --No, la psoriasis no se cura. --Ay, que no me vas a dar nietos... --Que te pongas los pantalones, a ver si te van a arrestar. Mis padres no han sido los únicos videntes con los que me he topado a lo largo de mi vida. También recuerdo a aquella compañera de clase que me dijo que no se liaría conmigo "nunca en la vida" (murió el año pasado de cáncer, entre terribles dolores), a más de un profesor que me dijo que acabaría "esnifando pegamento debajo de un puente" y a algún amigo que sólo con verme borracho ya sabía que me iban a despedir por llegar cada mañana al trabajo tarde y con un ligero dolor de cabeza; sí, exacto: como si estos hechos estuvieran relacionados. Pero en fin, a pesar de la exactitud de mis predicciones y lo absolutamente demostrado que está el hecho de que podamos ver el futuro, mi negocio no acabó de tirar adelante. Además, los problemas de dinero se agravaron cuando quise poner una línea 806 para recibir llamadas y así forrarme. Pero siempre que llamaba alguien, me ponía a decir cochinadas. La costumbre, imagino. Y claro, a alguno le gustaba y se animaba, pero la mayoría buscaba otra cosa. Que les dijera que se iban a morir de cáncer, imagino. Cuánto morboso. Como si no les bastara con saber que sí, que morirían. --¿Pero de cáncer? Mi respuesta habitual --no, de piscis, si te parece-- no provocaba las carcajadas que yo esperaba. Lo cual de nuevo prueba que quizás esto de ser vidente no era lo mío.