mayo 2006 | ||||||
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Fiestalona
Algunos creen que en Barcelona se organizan demasiados eventos más o menos populares. Falso. Se organizan muy pocos. Menos de los necesarios. Porque hace falta que esta ciudad se convierta en una Port Aventura eterna, con musiquita por megafonía y fuentes de cartón piedra. Al metro se le llamará el Tren de la Emoción, por aquello de que en cualquier momento puede pararse en medio de un túnel, con el aire acondicionado apagado. Este simpático tren nos llevará a la oficina, que pasará a llamarse La Casa de la Risa. El café de media mañana lo tomaremos en el Centro de Dispersión, con sus camareras sobre patines, y ya no iremos ni al cine ni al teatro, sino a la Salas de las Emociones Lúdico-Festivas. Las Ramblas se llamarán el Kamikaze de las Estatuas (al fin y al cabo, van cuesta abajo), Montjuïc será la Montaña del Terror y ya no habrá parques, sino zonas temáticas dedicadas a países o a acontecimientos deportivos. Cada día habrá rúas en el Paseo de Gracia sin ningún motivo en concreto. Simplemente para celebrar que vivimos en una ciudad en la que nos cobrarán hasta por usar el ascensor, perdón, el Vertigomóvil. Todos bailaremos la conga y sonreiremos mientras olemos el sudor ajeno y los pisos (los Agujeros del Amor) suben cada día más, y no me refiero a la altura de los edificios. Pero nos dará igual porque los bancos (las Casas de la Bruja, ja ja, qué simpática ironía) nos abrirán hipotecas (Abrazos de Amigo) a tantas décadas como queramos. Así, puede que un día, muchos de nosotros, hartos del nanieno naniá de la megafonía y de las risas idiotas de los alcaldes y los futbolistas, nos decidamos por fin a comprar ese lanzallamas y hagamos arder el autobús (el Risarruedas), el despacho de nuestro jefe (el Señor de la Alegría) y demos al traste con la Fiesta de las Bermudas, que será una chocolatada popularísima que se organizará cada primer domingo de julio en la Plaza de Divertilunya, para celebrar la llegada de las rebajas. Pero ni así. Mientras el Barça gane la copa Danone y España y/o Cataluña sean una nación o un sentimiento (como el dolor de tripa), miles de anormales observarán con indiferencia y mientras agitan una banderita cómo el alcalde procede a bajarles los pantalones. Y no con la intención de plancharles bien la raya, precisamente.