martes, 25. abril 2006
Jaime, 25 de abril de 2006, 9:44:34 CEST

El misterioso caso de la cabeza perdida, 2


LADY RUFFINGTON: Buenas tardes, soy Lady Ruffington. Vengo a recoger la cabeza de mi marido. JAIME: Pase, pase. Mire, está aquí, en el cubo de la ropa sucia. LADY RUFFINGTON: ¿En el cubo de la...? JAIME: Es que el armario no le gustaba. CABEZA: Estoy mareado, esto ha sido un ultraje, ¿cómo pueden oler así unas simples camisas, por muy sucias que estén? ¿Pero tú qué sudas? ¿Zumo de fabada? LADY RUFFINGTON: No le sueltes inconveniencias a este chico tan amable que te ha cuidado todo este tiempo. Supongo que no me puedes explicar cómo acabaste así. Seguro que te fuiste con tus amigotes de tapas y copichuelas. CABEZA: No, eso es falso, ni siquiera tengo resaca. LADY RUFFINGTON: Eso es porque a ti el alcohol siempre te ha afectado más al estómago. Seguro que lo tienes todo revuelto. Y a saber dónde estará tu cuerpo. ¡Con alguna pelandusca! CABEZA: ¡Eso es mentira, pichurrina mía, yo sólo te quiero a ti! Bueno, a ti y a la guarra de tu hermana. Pero sólo por esas cosas que me hace. JAIME: Oh, cielos, llaman a la puerta, ¿quién será? (Abre la puerta. En el descansillo hay un cuerpo sin cabeza, vestido con un traje sucio y raído.) CUERPO: (Hablando el lenguaje de los signos.) Buenas, creo que aquí está mi cabeza. JAIME: No entiendo lo que me quiere decir, pero por su ausencia de cabeza, deduzco que usted es el resto de Lord Ruffington. CUERPO: (En el lenguaje de los signos.) No sé si me está hablando: ni le veo ni le oigo. Como no tengo cabeza. JAIME: Venga, venga, deje que le agarre. CUERPO: (En el lenguaje de los signos.) Arg, socorro, ¿quién me arrastra? J: Cabeza de Lord Ruffington, ¿éste es su cuerpo? CABEZA: Oh, sí. Menos mal, qué alivio. Por favor, cariñito mío, ¿podrías ponerme la cabeza en su sitio? JAIME: Cómo no. CABEZA: Tú no, imbécil, mi mujer. JAIME: Oh, de acuerdo. Olvidemos lo de anoche, por supuesto, no esperaba otra cosa de ti. LADY RUFFINGTON: A ver... ¿Esto cómo va? ¿A rosca? CABEZA: Prueba a ver. ¡Pero cuidado, bruta! Una vuelta más, que me noto suelto... Ah, por fin que alivio. JAIME: Con ese cabezón, creía que serías más alto... LORD RUFFINGTON: Sin faltar. Además, no sé qué decirte. Con el cambio, ahora tengo hasta vértigo. Creo que necesito sentarme. Me duele todo, ¿dónde habré estado? Creo que mis manos intentan decirme algo, pero no entiendo el lenguaje de los signos. LADY RUFFINGTON: Podríamos llamar a Margaret. (A Jaime:) Margaret es nuestra ama de llaves. De joven les enseñó el lenguaje de los signos a unos simpáticos chimpancés. Consiguió que aprendieran a escribir a máquina y luego se los vendió a un escritor de novelas pornográficas. (Saca un móvil.) Maggie, cariño, soy Lady R. ¿Podrías pasarte por Barcelona esta tarde? (A Jaime:) ¿Cuál es tu dirección? JAIME: Oiga, a mí déjenme en paz de una vez, si no les importa. Váyanse ustedes a ver a Margaret. LORD RUFFINGTON: ¡Es lo menos que puedes hacer! JAIME: ¿Cómo? No tengo ninguna oblig... LORD RUFFINGTON: No, me refiero a que es lo que menos esfuerzo te cuesta. Sólo tienes que sentarte y callar, y no discutirte con nosotros y echarnos a empujones. Eso es muy cansado. Ah, qué raro me noto... (Nótense aquí los puntos suspensivos de intriga.)


 
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