lunes, 24. abril 2006
Jaime, 24 de abril de 2006, 9:08:50 CEST

El misterioso caso de la cabeza perdida, 1


Como soy muy despistado, pierdo peso continuamente. En el autobús, en los bares, en el ascensor... Voy dejando caer kilos por todas partes. También pierdo el tiempo continuamente. Justamente ayer encontré dos horas que no sabía dónde había metido. Estaban en el sitio más tonto, en el sillón. Y eso que miré por todas partes. Un día te dejarás la cabeza, me dicen siempre. Y así ocurrió en una ocasión. Por suerte no era la mía. CABEZA AJENA: Disculpa, pero no me has perdido. JAIME: Oh, vaya. Er... Pues... Creí que... Esto... Creí que ya no estabas. C: Pues ya ves. J: Oh... Er... No sé qué decir, me siento ridículo, no sé cómo explicarlo. ¿Y tú no recordarás por casualidad cómo llegaste a parar aquí y por qué no te perdí, que hubiera sido lo normal? C: Hombre, no sé, ¿si a ti te arrancaran de tu cuerpo no estarías lo suficientemente traumatizado como para haber bloqueado todos los recuerdos relacionados con un hecho tan truculento y doloroso? J: ¿Te duele? C: La cabeza, no. Puede que el resto del cuerpo. J: Pues, sinceramente, no sé qué hacer por ti. C: He pensado que podríamos ir a algún programa de la tele en busca del resto de mi persona. J: Es una posibilidad, pero le veo un inconveniente. C: Ya está, el optimista. J: Hombre, piensa que tu cuerpo no podrá ver la tele, al no tener cabeza, y no sabrá que le estás buscando. C: Sí, puede que tengas razón. Espero que se te ocurra alguna alternativa bien pronto. Esta situación no es nada agradable. J: ¿A mí? No sé por qué tengo yo que responsabilizarme de esto. Al fin y al cabo, no eres mi cabeza. Y yo no recuerdo haberte arrancado de ningún sitio. Eres tú el que se la ha dejado en cualquier parte. Búscate solo y déjame en paz. No eres mi problema. C: Pero qué miserable y qué insensible. ¿Y qué hago sobre tu cama, si no sabes nada de mí? J: Eso digo yo: ¿qué haces en mi cama? Yo no soy un cualquiera. Y tiene guasa que me llames insensible. Te podría dejar tirado en la calle. ¿Y qué harías? ¿Rodar detrás de mí? C: E impulsarme con las orejas. Soy más rápido de lo que parece. J: A ver si te voy a pegar una patada y marco gol y sales volando por la ventana. C: Eso, pégame, cobarde. Como no puedo defenderme y encima llevo gafas. Por cierto, se me caen, ¿podrías levantarlas un poco? J: ¿Así? C: Sí, perfecto, gracias... ¿Por dónde iba? Ah, sí. Insensible. Criminal. Egoísta. J: ¿Y si te llevo a objetos perdidos? C: Tú en el trabajo desgravas, ¿verdad? J: ¿Ni siquiera recuerdas tu nombre? C: Sí, eso sí. Soy Charles Montgomery Stewart, Lord Ruffington. J: Bueno, pues es una buena forma de comenzar. Haré un par de llamadas. C: Bien, te espero aquí. J: No, que como entre mi madre se va a quejar. C: ¿Por qué? J: Dice que no hago más que comprar mierda. C: ¿Y qué vas a hacer? J: Guardarte en el armario. Sin segundas. C: ¡En el armario! ¡Pero qué manera es esta de tratar a la gente! ¡No me agarres del pelo, bruto! ¡De las orejas tampoco, animal! ¡Me vengaré! ¿Me oyes? ¡Me vengaré! ¡Aquí huele raro!


 
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