viernes, 4. junio 2004
Jaime, 4 de junio de 2004, 9:30:43 CEST

La gente


El mundo se divide en dos clases de personas: la gente y yo. La gente no sabe conducir, a ti dónde te dieron el carné, en una tómbola. Y la gente mira Crónicas Marcianas y Gran Hermano. La gente también va al fútbol, la gente es que hoy en día no tiene cultura ni tiene de nada. Hay que ver la gente, qué ganas de colarse siempre que hay una cola, qué poco respeto, todos fumando en el metro y con la música a todo volumen a las dos de la mañana. La gente además organiza botellones, bueno, en Barcelona, no, que la gente llama a la urbana, pero, eso sí, la gente va con la moto por donde quiere, por las aceras a cien por hora, y eso cuando no va en bici o lo deja todo lleno de colillas o de cáscaras de pipas, y encima no sabe usar los cajeros automáticos y siempre se deja encendido el móvil en el cine, y luego suena y la gente se pone a hablar mientras come palomitas, porque la gente no sabe comportarse, y la gente le grita a los extranjeros, que no son sordos, sólo son de más lejos. La gente no lee periódicos, ni libros, sólo el Hola en el lavabo. Y ni trabaja, ni deja trabajar. Porque la gente es muy vaga y muy envidiosa. En cambio, yo soy el compendio de todas las virtudes humanas. La gente debería arrodillarse a mi paso, pero, claro, la gente ya no tiene escala de valores. Ni escala musical, porque no hace más que escuchar los discos de Operación Triunfo y ver cine americano. Que sí, que si todos fueran como yo, no habría guerras y todo el mundo se daría los buenos días y se besaría en el ascensor, incluso con lengua, y, por supuesto, recogería lo que dejan sus perros en las aceras, qué rostro tienen algunos, si es que no cuesta nada. Y a todos nos tocaría la lotería de vez en cuando y en el trabajo no se enfadaría nadie y no perderíamos tanto tiempo con los trámites del ayuntamiento, parece mentira, cada vez que quieres hacer algo, por tonto que sea, tienes que rellenar quince impresos y pagar, siempre hay que pagar. No hay nada gratis y la culpa siempre es de la gente. Es que la gente, ya te digo. Si no fuera por la gente, los demás -yo- tendríamos más espacio, eso es innegable. Y que quede clara una cosa: yo no soy gente. Ni siquiera para la gente. Qué gente.


 
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