febrero 2003 | ||||||
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Humo (tercera divagación)
Como no he fumado nunca, veo francamente extraño que haya gente que aspire humo por placer -o por vicio, tanto da. Y aunque comprendo que si estas personas siguen fumando es más que nada por adicción, no acabo de ver qué es lo que les llevó a encender el segundo cigarrillo. El primero, claro, fue por curiosidad. Julio Camba, en uno de los artículos de Esto, lo otro y lo de más allá, explica lo que los no fumadores nos imaginamos y no muchos fumadores reconocen: "Yo empecé a fumar, como creo que hemos empezado todos, por la sencilla razón de que el tabaco me estaba terminantemente prohibido". Es decir, porque "nos costaba grandes palizas y porque nos producía unas náuseas espantosas". Según Camba, además, quienes aún son demasiado jóvenes para comenzar a darle a los cigarrillos, imaginan "que la mayoría de edad consiste, precisamente, en andar locos y desalados buscando cajetillas por el mundo". El escritor propone algo de psicología inversa a los padres que no quieran que sus hijos fumen, y asegura que si a él de niño le hubieran obligado a fumar dos cigarrillos diarios, explicándole que tal costumbre era sanísima, hubiera acabado aborreciendo el tabaco. Quienes ni siquiera fumamos también podríamos usar la psicología inversa en este terreno. Por ejemplo, en lugar de soportar que nos tilden de intolerantes porque de vez en cuando pedimos, con la voz baja y los ojos irritados, que no se fume en nuestros morros, podríamos animar a los fumadores no sólo a que encendieran cigarrillos delante nuestro, sino a que además nos echaran, por favor, el humo a la cara. Incluso podríamos suplicar que nos permitieran conservar las colillas ajenas a modo de reliquias y que nos explicaran paso por paso qué debemos hacer para llegar a ser como ellos, esos artistas que dibujan con humo en el aire. Quizás así los fumadores más molestos renunciarían a encender cigarrillos en nuestra presencia. Simplemente por llevar la contraria.