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Gases
Dice Mikimoto que los catalanes "somos como somos y no tenemos que pedir perdón constantemente por nuestra forma de ser". Hombre, pues no sé, ¿eh?, no sé. Yo conozco a un tipo de Gràcia y por tanto catalán (se apellida Pi, imaginen) que cada vez que me ve siente un impulso irrefrenable por pisarme la cabeza. Y lo ha conseguido en más de una ocasión. A mí ya me gustaría que se disculpara. No constantemente, pero al menos de vez en cuando. Además, no sólo se trata de Pi y los problemas que tenemos él y yo. Por extraño que pueda parecer, hay catalanes que asesinan, que roban, que estafan, que blasfeman e incluso muchos que fuman. Muchos lo hacen por lo que vendrían a ser las circunstancias, y ahí no tengo nada que decir, porque la gente tiene sus historias y, en fin, no siempre es fácil salir adelante. Pero otros lo hacen porque nacieron malas personas. No estaría de más que se disculparan. Perdón a todos los que he apuñalado, soy un psicópata sin escrúpulos y tal. Mikimoto añade que "tenemos que construir este país de otra forma, no hay más solución". Esto no lo entiendo. Cataluña tiene forma de triángulo. ¿No le gustan los triángulos? La Cataluña Triangular tiene la ventaja de que cuanto más al sur te vayas, más fácil y rápido resulta cruzar el país de este a oeste, e incluso de oeste a este. ¿Qué tienen de malo los triángulos? A Pitágoras le encantaban. A Dios se le representa como un triángulo con un ojo dentro. Las caras de las pirámides tienen forma de triángulo. La palabra triángulo es esdrújula e incluye todas las vocales menos la e, que todo el mundo sabe que es la más sosa. El más o menos humorista también dice otra cosa que me resulta enigmática, en el sentido de misterios del más allá y tal: "Dependemos de otro estado y a diferencia del camino que han seguido muchos otros pueblos que han desparecido, nosotros seguimos aquí, pero no estamos aquí del todo". Señor Mikimoto. Dos puntos. Me parece muy respetable que usted crea que nadie tiene que disculparse por ser como es y que los triángulos no le gusten tanto como a mí. Pero le aseguro que yo estoy aquí. Del todo. Incluso tengo testigos. Bueno, en este preciso instante, mis testigos han salido a hacer unas gestiones, pero en cuanto vuelvan, les digo que se pongan en contacto con usted para dar fe que todo mi yo está aquí: las piernas, el tronco, los brazos y la cabeza, cara incluida. Y que si me voy, dejo un post-it o algo, yéndome además entero a otro aquí diferente. Imagino que ese otro estado del que usted depende es el gaseoso. Solidifíquese, señor Mikimoto, así seguro que está siempre en un mismo sitio y no se cuela por las rendijas. En fin, no me extraña que diga que "nos ven complicados". Le verán complicado a usted, caballero, que no sabe ni dónde está. A mí me ven como a un joven sano de apariencia agradable si se mira desde la distancia adecuada. Y ya.
Por ahí
A: Llego a la barra y mi lado me encuentro a una tía impresionante. Más alta que yo, rubia, ojos azules, un cuerpazo, en fin, parecía la mujer de un futbolista, no sé si me entiendes. B: ¿Y qué le dijiste? A: Que su marido era un manta, que no tenía ni puta idea de tocar el balón y que lo menos que podía hacer era correr un poco, aunque sólo fuera por cumplir. B: La verdad es que con lo que cobran parece mentira que sean tan vagos. A: Una vergüenza. B: No sienten los colores. A: Sólo van a por el dinero. B: Yo los pondría a todos a picar piedra. A: ¿A picar piedra? ¿Para qué? B: Para que supieran lo que es trabajar. A: No, quiero decir que para qué quieres que alguien pique piedra. O sea, que ¿para qué sirve eso? ¿Es necesario romper piedras? B: No sé, en las obras se hará, digo yo. A: ¿Pero se sigue haciendo? B: Yo qué sé. Lo harán con máquinas, igual. A: ¿Pero lo hacen de verdad o sólo es algo de las pelis? B: No me agobies. Es una frase hecha. A: Vale, vale. Sólo es por tener un poco de criterio y de rigor. B: A la mina. Los mandaría a la mina. ¿Te vale así? A: No es tan horrible, trabajar en la mina. Hoy en día no es como en el siglo diecinueve. B: Joder, déjalo. No sé para qué hablo. A: Vale, vale. No te pongas nervioso. B: ¿Y qué te dijo? A: ¿Quién? B: La rubia. A: Algo. No sé, no la entendí. Era extranjera. B: Claro, rubia y alta. Sería sueca, o de por ahí. A: O de por ahí. B: Dicen que a las suecas les gustan los morenos bajitos de ojos oscuros, por aquello del contraste y la variedad. A: ¿Tú crees que eso es verdad? B: Qué coño va a ser verdad. Son suecas, no imbéciles. A: Una vez conocí a una noruega. B: ¿Sí? ¿Y qué? ¿Estaba buena? A: Tenía ciento cincuenta años y nos daba clase de no sé qué en la facultad. B: Ah. A: Un notable, me puso. B: ¿Seguro que era noruega? Yo no distinguiría a una noruega de una danesa, por ejemplo. A: Bueno, noruega o de por ahí. B: O de por ahí.
Soluciones arquitectónicas a problemas contemporáneos
El arquitecto Joan Rufus ha diseñado un edificio tan grande que no cabe en los planos: se ha tenido que diseñar sobre el terreno. De hecho, se ha calculado que una vez construido no se podrá ver de un solo vistazo, ya que cuando uno se aleje lo suficiente como para ver la parte de arriba y de los lados, la curvatura de la Tierra comenzaría a cubrir la parte inferior. El objetivo de esta construcción sería, según palabras de Rufus, "encerrar a todos los imbéciles y luego hacerlo volar por los aires de forma controlada, para que sus estupideces dejen de molestarnos". Entre gritos, patadas y mordiscos, dos agentes de la autoridad encerraron a Joan Rufus en su edificio. Se espera que la dinamita no tarde en llegar.
Yo fui un tiburón de las finanzas
Fue una época muy dura. No había banco que me concediera un crédito. Hasta que me dije, oye, a los bancos les dan dinero. Las personas. Y todo a cambio de sentirse estafadas. Yo sé hacer cómo hacer que la gente se sienta estafada. Así fue cómo abrí el Banco de Ahorros Municipal. Al principio llevaba muy mal los atracos, pero luego convencí a los ladrones para que abrieran cuentas en mi propia entidad. Era práctico, porque en vez de esperar a que se abriera la caja y pasar por todo el rollo de los rehenes, el helicóptero con piloto y combustible, los billetes sin marcar, etcétera, simplemente transferíamos el dinero de las cuentas de los clientes a las de los ladrones. Con eso de la informática, todo era cuestión de segundos. Y muy limpio: normalmente no moría casi nadie. Los demás clientes se quejaban de que les robaban los ahorros, pero yo les escribí una carta muy amable en la que les recomendaba cambiar de profesión y aprovecharse de las ventajas que nuestra entidad ofrecía al gremio de los atracadores. Digo ofrecía porque en una ocasión coincidieron tres bandas en una misma sucursal y murieron catorce personas y dieciocho gatos, y el Banco de España decidió investigar nuestras actividades. No es que tuviera nada que ocultar, pero me dije, para qué arriesgarse, y cerré el negocio. Obviamente, la policía no se rindió fácilmente. Estuvieron una época llamando por teléfono, para ver si podían hablar conmigo, pero yo ponía voz de mujer y les decía que el señor no estaba en casa. No me salía muy bien la voz de mujer, pero siempre comenzaba las frases diciendo "no soy Jaime, soy una mujer", para evitar que descubrieran mi hábil estratagema. ¿Que por qué dieciocho gatos? Bueno, para ahorrar gastos, nuestras oficinas se situaban en solares abandonados. Y los solares están llenos de gatos. Lo peor eran las viejas que venían a tirar sardinas podridas a los pobres bichos. Yo les decía algo así como, señora, por favor, deje de tirar pescado podrido, esto es un banco. Y me miraban serias y me decían, si jóvenes como usted no abandonaran a los pobres gatitos, yo no tendría que venir hasta aquí acarreando bolsas con mi artritis para que las pobres criaturas no mueran de hambre. Pero, señora, es que el olor molesta a los clientes. ¿El olor?, decían, ¿el olor? Lo que usted huele es el olor al hambre, a la pobreza, a la guerra. Si usted hubiera pasado por una guerra sabría lo que sufren estos gatitos. Ah, pero un día, un día, ah, un día, UN DÍA. Un día, ¿qué, señora? UN DÍA SERÁ JUEVES. Y, efectivamente, un día al cabo de cinco o seis días --ahora no recuerdo exactamente cuántos, tendría que consultar mis notas-- fue jueves. El jueves es un día bastante malo. A todo el mundo le da por hacer lo que no ha hecho en toda la semana y se pasa el día llamando por teléfono. Es aquello que dices, déjame en paz, el martes estuve intentando hablar contigo y enviándote correos y ahora me vienes con prisas. Lee mis labios: vete a la mierda. Por suerte era una conversación telefónica y no pudo leerlos.
Acerca de la perniciosa influencia de la literatura
La familia del joven de dieciséis años que mató a su amigo culpa a la literatura del crimen. "Si es que no podía ser bueno tanto leer --asegura la madre del joven asesino-- todo el día ahí en la cama leyendo a Hammett, Chandler, Thompson y otros clásicos de la novela negra. De ahí no podía salir nada bueno. No sé cómo se siguen publicando esos libros". "Y luego esas amistades que tenía --añade el padre--. Estuvo tonteando con una chica que leía a Poe. Eso no es sano". Las asociaciones de editores ya han afirmado que estas denuncias son exageradas y están fuera de lugar. "Sí que es cierto que la lectura puede promover la violencia --explica Ana Sánchez, portavoz del sector--, yo misma le corté la cabeza a uno de mis amantes tras la lectura apresurada de ciertos pasajes del Antiguo Testamento. Pero... Er... Bueno... Ya me he perdido". Los estudios que relacionan literatura y violencia no son concluyentes, pero no se pueden olvidar casos famosos como los crímenes políticos del senador Sampedro, estudioso de Shakespeare que había interpretado a Macbeth en una compañía de teatro aficionado, o la devoción que ha reconocido sentir Michael Jackson por Lolita, de Nabokov. También está reciente en la memoria popular la ola de crímenes sangrientos --y nunca mejor dicho (ja)-- que se cometieron tras publicarse la nueva traducción revisada y ampliada de Drácula, de Bram Stoker. El sociólogo Alfredo Cortés es uno de los enemigos más radicales de los libros y propone un control estricto: "No puede ser --explica-- que los niños lean libros violentos como Crimen y castigo, o con alto contenido sexual, como Don Juan Tenorio. Hay que dejar fuera de su alcance esos libros perniciosos que pueden acabar con la familia, a veces en sentido literal, como es el caso de Edipo rey. Los libros, en especial las novelas, deberían permanecer en bibliotecas cuyo acceso estuviera limitado a los mayores de edad que hubieran pasado las necesarias pruebas psicológicas y que estuvieran inscritos en un censo de lectores". Según Cortés, estos controles reducirían la criminalidad en un porcentaje más que elevado, ya que los ciudadanos dejarían de tener como modelos a los delincuentes y criminales que protagonizan la mayor parte de las novelas, cuentos y obras de teatro. "Piense, piense --dice Cortés--: Mister Hyde, Alex, Aquiles, Hamlet, Pascual Duarte..."