noviembre 2024 | ||||||
---|---|---|---|---|---|---|
dom. | lun. | mar. | mié. | jue. | vie. | sáb. |
1 | 2 | |||||
3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 |
10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 |
17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 |
24 | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 |
abril |
Débiles y cobardes
Dejar de fumar es fácil. Facilísimo. Sólo hace falta una voluntad de acero como por ejemplo la mía. De hecho, para demostrar a toda esa panda de débiles y cobardes fumadores lo simple que es reunir un poco de fuerza y dejar a un lado el feo y maloliente vicio del tabaco, dejé de fumar hace un par de meses. Sin más. Sin parches, ni chicles, ni heroína. Me compré el último paquete de cigarrillos, salí a la calle, lo alcé y grité: "¡No podrás conmigo, maldito!" Lo estrujé entre mis dedos y lo tiré a una papelera. Mientras tanto, un niño que pasaba por ahí, se puso a llorar y a gritar mamá, mamá, un señor me da miedo. No sé a quién se refería porque yo no soy un "señor", sino un "joven". Cuando les referí este hecho a mis amigos, algunos de ellos se atrevieron a decir que lo mío no tenía ningún mérito, ya que yo no había fumado en mi vida. Indignado, sin soltar una sola palabra y a pesar de los peligros de una posible recaída, le agarré un cigarrillo a uno de esos envidiosos, me lo encendí y aspiré el humo. Después de toser sangre durante tres cuartos de hora, apagué el pitillo sin ni siquiera sentir la necesidad de acabármelo y les miré con mirada de "¡ja!" Sí, lo había vuelto a hacer. Había dejado el tabaco dos veces el mismo día. Y en esa ocasión, después de fumar. Ya nadie me podía reprochar nada. Y lo más importante: ni siquiera había engordado. Está mal que lo diga yo, pero es que soy la hostia. El más empedernido de mis supuestos amigos empezó a poner excusas absurdas para no quedar como UNA NIÑA. Me dijo que con un cigarro no valía, que la dependencia trabajaba durante años y que la nicotina nicotiniza y el cáncer crea adicción o no sé qué historias. Ridículo: cuantos más hayas fumado, más fácil será dejarlo porque estarás más lleno. Evidentemente. -Deberías probar a estar un tiempo sin tomar cerveza, para que te hagas una idea. Eso dijo. Eso. Dijo. Cuando la gente ve que está perdiendo una discusión -como le suele pasar conmigo- no sabe más que esgrimir argumentos ridículos y temerarios. ¡Dejar la cerveza! ¡Y si quieres dejo también de respirar! ¡Hijo de la gran puta! La cerveza es un alimento que se hace a partir de cereales: es el desayuno perfecto, como intento explicar a todos los que me ven en el bar a las nueve de la mañana. La cerveza también tiene antioxidantes, fibra y es de un color bonito. Dejar la cerveza sería como dejar la fruta o el pan. Algo innecesario y estúpido. De hecho, gracias a la cerveza, he dejado la fruta y el pan. ¡No me hacen ninguna falta! Me indigné tanto que las lágrimas me entelaron la mirada. Pero cómo. Pero cómo. Pero cómo se atrevía a decir algo así. A pesar de que sentía un nudo en la garganta fui capaz de darle la espalda a aquel ser tan ruin y despreciable. Casualmente de cara al camarero. Aproveché para pedirle otra cerveza. A partir de entonces imagino que la adrenalina causada por la rabia me hizo perder en parte la consciencia porque recuerdo bien poco de lo que pasó el resto de la noche. Y eso a pesar de que las fotos que han colgado en Facebook iluminan algunas de las escenas olvidadas. Aunque creo que las que me muestran desnudándome en el escenario de Luz de Gas al lado de una señora de cincuenta y dos años son un claro MONTAJE. Pero en fin. Estoy acostumbrado a las campañas de desprestigio. Son las tabacaleras, que saben que no pueden hacer frente a mis denuncias. Soy el Julian Assange de la Philip Morris, como le intenté explicar a la estanquera antes de que llamara a la policía. -No sé, ha entrado aquí y se ha puesto a gritar y a llamarnos débiles y cobardes. Sí, aunque parezca mentira, esas fueron las palabras exactas que le dijo a la policía. ¿Y a quién creyeron los agentes? Obviamente, a aquella embustera. Claro, como la policía está al servicio de las grandes empresas del petróleo y el tabaco, yo no tenía nada que hacer. La prueba es lo mal que les sentó que les dijera que deberían cambiar su placa por el logo de la Shell. Incluso me acusaron de oler a alcohol, cosa simplemente imposible ya que acababa de tomarme un caramelo de menta. Y además, ¿cómo iba a oler a alcohol en un estanco, si el olor a tabaco lo tapa todo? En fin. Todo mentiras. Y dejar el tabaco es fácil. Sólo hace falta tener un poco de fuerza de voluntad y dejarse de excusas propias de gente débil y cobarde. Por cierto, si alguien puede avisar a mi abogado y decirle simplemente que "otra vez lo mismo", me hará un favor. Decidle también que esta vez no me riña. Que cuando me riñe me pongo triste.
El misterio de los bebedores desaparecidos
Es posible que algunos de mis más observadores lectores (probablemente no el señor de las setenta y seis dioptrías) se hayan dado cuenta de un curioso fenómeno que se está dando en muchos bares: la gente desaparece. Aquel amigo al que sólo eres capaz de recordar arrastrando las consonantes y con un gin tonic en la mano deja de apoyarse en su barra favorita de una semana a la siguiente. Esa chica tan guapa que a veces se digna a hablarte ya no toma sus rones en la mesa de al lado. Tu amigo de la infancia de repente ya sólo llama para hacer algo que al parecer se llama "tomar café una tarde de estas" y que no sabes muy bien en qué consiste. Estas desapariciones han causado consternación y alarma en la sociedad. Obviamente han de tener alguna explicación natural, pero la policía y la ciencia aún no han dado con ella. Eso sí, ya se han difundido las leyendas urbanas que explican este hecho misterioso con historias incomprobables y seres monstruosos que raptan a nuestros compañeros de cervezas. Merece la pena reseñar una de estas historias, la más popular. Es la que trata sobre los llamados BEBÉS. Incluso el nombre parece hacer referencia a esos bebedores que se esfuman. Al parecer, los "bebés" atacarían por lo común y por sorpresa a parejas antes divertidas y dicharacheras. Dicen que sellan las puertas de las casas y retienen a sus inquilinos con toda clase de tretas y armatostes en forma de juguetes infernales, además de rociando a aquellos antes alegres amigos con excrementos, orines y vómitos. Las historias que se oyen son terroríficas y tan exageradas que resultan difíciles de creer. Se habla de "bebés" que mordisquean pechos cada dos o tres horas, agotando la energía del progenitor de turno. Se dice también que gritan como posesos por las noches, impidiendo que nadie en todo el edificio duerma. Y eso que la mayoría de estas criaturas exige silencio absoluto a partir de las ocho de la tarde. También serían celosos hasta el punto de ahogar cachorritos y mearse encima de las visitas. Lo malo es que nadie está a salvo: suelen atacar a parejas, pero algunos explican que ciertos solteros y divorciados pueden verse asolados y aislados del mundo por estos seres egoístas y diabólicos que obtienen satisfacción del hecho de esclavizar a personas inocentes. ¿Y de dónde vendrían estos "bebés"? Las leyendas son variadas y contradictorias. Algunos dicen que se trata de una maldición que acosa a las parejas aburridas. Otros aseguran que tienen origen en China, porque se comenta que mucha gente vuelve de ese país con un "bebé" a cuestas. También hay historias que los relacionan con enfermedades venéreas: estos cuentos probablemente relatados por madres que quieren asustar a sus hijas, nos hablan de una joven incauta que pasa una noche con un apuesto bloguero, para despertar sola y ver que en el espejo del lavabo el tipo ha escrito con pasta de dientes la frase "bienvenida al mundo de la maternidad". Por supuesto no son más que historias absurdas y tontorronas, pero hacen hincapié en este misterio sin resolver: el de los treintañeros, a veces veinteañeros, que desaparecen de las barras de los bares sin que nadie sepa por qué.
Si quiere salir de la crisis, pregúnteme cómo
Vuelvo a mi blog arrastrado por la ira: acabo de leer la lista de los treinta empresarios que ha convocado Zapatero a su despacho y yo no estoy en ella. Y eso a pesar de que Decadencia S.A. es una de las empresas punteras en el sector de empresas punteras. Quién mejor que yo para plantear retos y soluciones, después de aquel accidente tras el que me quedé en coma tres meses y a consecuencia del cual padezco creativas alucinaciones. Además, Decadencia S.A. también ha vivido con incertidumbre estos momentos de dificultades económicas: no en vano he tenido que sacrificar a la mitad de mis monos redactores para que la otra mitad pudiera comer. Como la cosa siga así, es incluso posible que tenga que ponerme a trabajar. En todo caso, quiero exponer a modo de carta abierta las cinco vías que a mí entender podrían ayudarnos a todos a salir de esta situación económica cada vez más complicada. De nada. 1. Contención en el gasto salarial. Gracias a genios de la empresa como Gerardo Díaz Ferrán o mi antiguo jefe -al que no nombraré porque mi abogado dice que va a pagar y no es plan de meterse en líos de última hora-, muchos comprendimos que si se ahorraba la totalidad del sueldo, la empresa salía ganando: recibía trabajo en menor calidad y cantidad, pero gratis. Sin embargo, eso no asegura la creación de riqueza: estos empleados pueden gastar luz y agua, o incluso romper un teclado, con lo que cuestan esas cosas. Hay que ser por tanto más radicales y despedir a todos los trabajadores. Claro, alguno se preguntará que quién va a trabajar. Pues desde luego no van a ser los empleados, quienes como sabemos, se pasan el día jugando al póker en Facebook y contestando a correos privados. 2. Reforma del funcionariado. Los funcionarios se caracterizan por dos cosas: primero, no dan un palo al agua, y segundo, no se les puede despedir. Pero yo no he leído en ningún sitio que no se les pueda matar. Así que lo mejor es ejecutarlos a todos por el bien general. Dado que son gente dócil, lo mejor es acercarse a ellos lentamente, acariciarles la oreja y cuando empiecen a ronronear, sacar una pistola con la mano libre y volarles la cabeza. 3. Contención del gasto público. Una vez se ha eliminado a los funcionarios, instituciones como hospitales y universidades dejarían de ser necesarias, así que se pueden reconvertir en discotecas. Sin embargo, es importante que todos los ciudadanos puedan acceder a la sanidad y a la educación públicas, así que podrán seguir pagando estos servicios desde sus casas, obteniendo los diplomas correspondientes al finalizar los plazos o muriéndose tranquilamente sin que nadie les meta tubos por todas partes. En ambos casos, se gana en comodidad y en tiempo libre. 4. Incentivar el consumo. El ahorro público no sirve si las familias no incrementan su nivel de gasto y aumentan así los ingresos de las empresas. Propongo por tanto una campaña de concienciación ciudadana, con eslóganes como "Venga, hombre, no seas tacaño, que seguro que tienes ahorros", "Vente de tapas, que no te va de veinte euros" y "Si no gastas, los niños de África MORIRÁN, asesino de mierda". 5. Planes de rescate bancarios. Todo el mundo sabe que los bancos son los principales culpables de esta crisis, por conceder préstamos hipotecarios para especular en un mercado inmobiliario que no daba más de sí desde hacía ya años. Pero, eh, errar es humano y hay que mirar el pecado y no al pecador. Sería muy ruin ir ahora con recriminaciones. Vengarse no sirve de nada. Hay que mirar al futuro. Por tanto, lo mejor es darles el dinero que soliciten sin pedir nada a cambio. Hay que ser generoso en la derrota, pero sobre todo en la victoria. Anda, ten, Botín, cariño, pero no te lo gastes todo en vino. Pobres banqueros. Con lo mal que lo están pasando. Con el sentimiento de culpa que tienen encima. Que han de tomarse infusiones para conciliar el sueño. Hay que ser una rata comunista para echarles nada en cara. En fin.
Anna Purna
Pues sí, como iba diciendo (en Twitter) yo también subí al Annapurna. Fue durante mi época de alpinista, que duró del 12 de septiembre al 3 de octubre de 2005. Sin duda eran otros tiempos: aún pensábamos en pesetas y uno podía arriesgarse a comprar los serpas en destino y no hacía falta reservarlos antes en la agencia de viajes. Hoy está todo más comercializado y además Lady Gaga tiene éxito y jode un poco oír a todas horas a esa tipa. El caso es que yo también quería hacer algún ocho mil; opté por el Annapurna porque se llamaba igual que una ex mía (Anna Purna) y aún pretendía impresionarla. De todas formas, no quería conformarme con escalar la montaña, porque al fin y al cabo eso ya lo hace todo el mundo y a mí lo que me interesa es la originalidad. Cosa que explica mi peinado. Mi objetivo era subir la montaña de otra forma, como cuando Spike Milligan escaló el Everest por dentro. Pero ¿qué hacer? ¿Trepar bocabajo? ¿Ser el primer alpinista que llega borracho a la cima? Finalmente di con la idea que necesitaba. Subiría al Annapurna desnudo y así protestaría contra las matanzas de focas. Para evitar el frío, contaba con un aceite especial hecho con grasa de foca que me facilitaron mis patrocinadores: Pieles Martínez, S.A. A pesar de ir en bolas, sabía que tenía que ir preparado, así que me hice una mochila con mi Ipad chino de imitación, un pack de zumos y otro de barritas energéticas, una navaja con brújula, mi cámara y por supuesto mi pulsera Power Balance. Dirán que es un timo, pero desde que la tengo no me he muerto de cáncer. Ya bien preparado como estaba, cogí el 57, que pasa por plaza de España y te deja en la zona sur del Himalaya. De ahí al Annapurna hay que coger otro autobús, pero en fin, en tres cuartos de hora te plantas. Cuando llegué y a pesar de que el frío había hecho estragos en mi virilidad, los serpas me recibieron amablemente y me ayudaron a llegar al primer campamento base, situado a tres mil metros de altura y al que se accedía gracias al teleférico. Allí me dieron a comer el plato típico del Himalaya (paella fría) y después me pegaron una paliza, me robaron el Ipad y la mitad de las barritas energéticas, y me dejaron tirado en la nieve. Por algún extraño motivo, no les había hecho gracia que decidiera llamarles oompa loompas y pretendiera que me subieran en camilla. Gástate ciento veinte euros para conseguir esta porquería de servicio. En fin. De todas formas, no me aminalé… Animalé… Amina… No me eché atrás, como buen alpinista naturista que era. Pasé una noche complicada porque estaba todo oscuro y no había tele y yo quería ver House, pero aun así desperté con buen ánimo e inicié el ascenso a la cumbre. A esa noche le siguieron días y noches también reguleros. Se me acabaron los zumos. Nevó. Anunciaron la cancelación de Arrested development. Me perdí y tuve que preguntar, como un vulgar turista. ¿La cumbre, para dónde queda? Hacia arriba, caballero. Gracias. De nada. Finalmente me llegué a la cima y me senté a contemplar el paisaje. Había tormenta, así que no se veía nada. Noté la piedra y la nieve contra mi peludo culo desnudo, cada vez más desprotegido del frío. Se me estaba acabando la grasa de foca. Clavé la bandera de mi peletería, con el eslogan "siempre foca y siempre nutria, calor y calidad", y me dispuse a descender. Bajar es más fácil que subir, como sabe cualquiera que tenga experiencia en cuestas. Sólo hay que dejarse llevar correteando, abrir un poco los brazos y gritar ue, ue, ue. Pero no contaba con el verdadero peligro del Annapurna. Este pico presenta una mortalidad del 40 por ciento, pero no porque sea complicado de subir (yo lo hice en siete horas y soy novato) sino porque es la residencia del yeti. Y fue el yeti el que se plantó delante de mí, más o menos a unos cinco mil metros de altura. Y encima se rió de mi desnudez. El frío, es el frío, intenté explicarle. Pero nada, no hubo manera de que dejara de descojonarse a mi costa. Una vez se secó las lagrimillas, me anunció su intención de comerme. Yo le manifesté mi poca voluntad de ceder y él me recordó que medía casi tres metros. Le expliqué que todos mis amigos aseguran que mi personalidad es "indigesta" y que "no hay quien me trague", pero no coló. El yeti me agarró con sus enormes y peludos brazos, abrió la boca, cerré los ojos y… Y… Er… Y… Y DIOS ME SALVÓ. Convertíos, ateos de mierda, Dios me salvó del yeti. En cuanto a Anna Purna, en fin, fui a verla con los recortes de periódico, pero no surtieron el efecto deseado. Los malditos periodistas no habían titulado "Heroico ascenso al Annapurna" sino simplemente "Alpinista pierde medio culo por congelación". Pero en fin, no se puede tener todo en esta vida. Ni siquiera todo el culo.
Iguales (fragmento)
Los dos miembros del jurado de los que hablamos son Julián Sánchez García y Julián Sánchez García, dos personas iguales y por tanto elegibles para participar en el mismo juicio, al igual que los otros dos varones miembros del jurado: Julián Sánchez García y Julián Sánchez García. Sánchez y Sánchez eran aún más iguales que Sánchez y Sánchez. Tanto, que los confundieron ya en el hospital, apenas minutos después de haber nacido al mismo tiempo. Eran tan parecidos que las dos enfermeras salieron al pasillo cada uno con su bebé en brazos, y al encontrarse la una con la otra, ya no sabían si el bebé que sostenían era el bueno o si ya se habían equivocado nada más verse. Como la confusión era inevitable, las enfermeras pusieron a los niños en la misma cuna y esperaron a que los padres decidieran qué era lo mejor. Las dos familias estaban desconsoladas e irritadas a partes iguales. Ni las propias madres sabían quién de los dos era Julián y quién era Julián. Con los nervios, la única solución que consideraron acertada fue sortear a los niños. Pero además, como sus madres también eran iguales y durante el sorteo estuvieron en la misma habitación, los padres se vieron sobrepasados por esa igualdad y ante el temor de confundir a la Montse de uno con la Montse del otro, decidieron sortear a sus esposas. Evidentemente, las esposas también habían visto a sus maridos entrar juntos en la habitación, así que no tuvieron más remedio que sortearlos a su vez. Las dos familias vivieron más o menos felices hasta que los chicos cumplieron doce años. Ese día unos hechos en apariencia inocentes desembocaron en una tragedia familiar. Los dos julianes recibieron por su cumpleaños un kit para hacer pruebas de ADN. Emocionados ante lo que creían un inicio en el fascinante mundo de la criminología científica, hicieron una primera prueba con sus padres. Los dos julianes descubrieron con horror que ni su padre era su padre, ni su madre era su madre. Que ya es mala suerte, porque uno de los dos, al menos, lo podría haber sido. Las madres respiraron aliviadas al saber que no habían sido infieles a sus maridos, mientras que los maridos, en un resto de machismo del que hay que reconocer que se avergonzaron, lamentaron no haber aprovechado para acostarse con otra mujer, por muy igual que fuera y por muy poca cuenta que se hubieran dado. Obviamente, las dos familias no tuvieron problema en ponerse en contacto, ya que en su momento se habían intercambiado los teléfonos, por si las moscas. Tras unos días de llanto e inquietud, los dos julianes decidieron seguir cada cual con la familia que les había criado, a pesar de ciertas reticencias iniciales. Y es que en realidad no tardaron en darse cuenta de que la otra familia les hubiera criado igual y hubiera venido todo a dar lo mismo. Sin embargo, ellos estaban decididos a no cometer los mismos errores que sus padres. Sabedores de que siendo iguales corrían el riesgo de casarse con mujeres iguales, concebir el mismo día y confundir sus hijos, tomaron una decisión quizás demasiado drástica, sobre todo teniendo en cuenta que en el jurado había otros dos hombres iguales también a ellos, cuyas vidas, aun siendo más bien iguales, no lo habían sido tanto como para dar lugar a confusiones tontas. En definitiva, lo que los julianes decidieron fue casarse con la misma mujer, y turnarse la convivencia semana sí, semana no, sin que ella lo supiera. La cosa tenía sus indudables inconvenientes, como los celos, las tardes de soledad y, por qué no decirlo, las lamentaciones de quien tenía que pasar por un mal rato de pareja –discusiones, caprichos, agobios- mientras el otro Julián estaba, por ejemplo, emborrachándose con sus amigos. El trimonio tuvo dos hijos perfectamente sanos y más bien parecidos, sin que ninguno de los dos julianes tuviese el menor deseo de desenterrar su kit de identificación de ADN para comprobar cuál de los dos era el padre de cada uno de los dos. Total, si daba lo mismo. Daba tanto lo mismo que a los dos bebés los llamaron Julián y Julián. A pesar de que uno era niña.