marzo 2005 | ||||||
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En plural
Hay cosas que no se le hacen a uno a las ocho y cuarto de la mañana. El otro día iba a esa hora camino del metro, con tanto sueño que los ojos no sólo se me cerraban, sino que ni siquiera habían llegado a abrirse, y además con prisas porque llegaba tarde. Aunque ¿cómo se puede llegar tarde a ningún sitio a las ocho de la mañana? El caso es que pasé al lado de un tipo que ni siquiera tenía pinta de jubilado y que le decía a su señora: "Voy a por los periódicos y desayunamos". Ojo a los plurales: los periódicos; desayunamos. Aquel hombre fue cruel conmigo. Y no sé si lo hizo sin querer. El desayuno es la comida más deprimente. Si uno desayuna es porque ha salido de la cama más o menos temprano. Entre semana, la cosa es peor, al menos para mí. No sólo porque me he levantado cuando aún es de noche, sino porque además salgo de la cama para que me encierren en un zulo durante ocho horas. Café, galletas, radio. Me toco la frente a ver si es mi día y tengo fiebre. Pero nada. Como un roble, oiga, es que ni una mísera gripe. Pero hay excepciones. Desayunos agradables. Acompañado y con periódicos. En plural. En hoteles o cafeterías de ciudades en las que hablan raro. En Berlín, por ejemplo, donde uno puede desayunar a cualquier hora. Entrar a las dos de la tarde en un bar, pedir un café y unas tostadas y que a uno no le miren raro. Si es que en realidad desayunar tampoco es tan horrible. El problema es que se hace a unas horas muy malas.