febrero 2005 | ||||||
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Fuma, fuma, pero lejos, gracias
En Cataluña se va a prohibir fumar en bares y restaurantes pequeños. Los grandes deberán contar con espacios diferenciados para fumadores y no fumadores. Obviamente, los dueños de estos locales ya están llorando sólo de pensar en el dinero que van a perder, por mucho que no se sepa de nadie que se haya arruinado en los países en los que se han aplicado normativas similares. Por cierto, yo he estado en alguno y es fantástico: uno no tiene que soportar el apestoso puro que se enciende el viejo de turno después de almorzar, o sale de la cafetería sin necesidad de llevar la chaqueta al tinte para que la desinfecten. Claro que yo no soy fumador. Y comprendo que algunos se vean fastidiados por no poder aliviar uno de sus vicios de la misma manera en que lo han hecho toda la vida: destrozando su salud a costa --como mínimo-- de la comodidad de los demás. Además, tampoco soy el dueño de un bar que cree tener derecho a dejar fumar si lo considera conveniente. De todas formas, creo que los únicos responsables de haber llegado a estas prohibiciones son los propios fumadores. Un indicio: que en los hospitales se hayan visto obligados a colgar carteles de no fumar. ¿A quién se le ocurre encender un cigarro en un edificio lleno de enfermos? Obviamente, no todos los fumadores son unos egoístas maleducados. Pero son muy pocos quienes preguntan si a alguien de la mesa le molestaría que encendieran un cigarrillo. Y menos aún los que encajan con elegancia un "no", por muy educado que sea y por mucho que uno explique casi como confesando un delito que el tabaco le molesta. Claro que yo odio el tabaco y nunca contesto que no a los pocos que me piden permiso para fumar. Por la sencilla razón de que ya no viene de aquí: los bares suelen estar tan llenos de humo que el aire se podría untar. Más: en tu propia casa, algunos no piden permiso, sino que preguntan directamente por el cenicero. En las discotecas bailan con los cigarrillos a modo de antorcha, sin preocuparse por si lo apagarán accidentalmente en el brazo de alguien. Otros incluso se meten en el ascensor dando caladas, sin que les importe si hay alguien dentro y si ese alguien es tan caprichoso que quiere, no sé, respirar. En resumen, si estos fumadores que ahora lloran tanto hubieran sido conscientes de que su humo molesta, nadie les hubiera prohibido nada. Porque no hubiera hecho falta. Pero, en fin, se han pasado décadas ignorando a los no fumadores, así que creo que no nos vendrá nada mal un respiro. Claro que reconozco que a alguien igual le molesta el olor de mi colonia, o el niño de esa otra pareja que no para de llorar, o esa señora que habla a gritos. Y a nadie --espero-- se le ocurrirá prohibir hablar en un tono de voz demasiado alto. Pero creo que no hay sospechas razonables de que los gritos ajenos produzcan cáncer. Que yo sepa.