miércoles, 17. septiembre 2003
Jaime, 17 de septiembre de 2003, 22:52:39 CEST

La soga


Por desgracia, últimamente me he visto obligado a liarme una corbata al cuello. Nunca me había gustado ese trapo: no le veía ni la gracia ni la utilidad. De hecho, el único sentido que le medio adivinaba era que se tratase de algún tipo de freudiano símbolo fálico. Ya sé, simplista, pero, vaya, se trata de una prenda alargada, que cuelga y que casi siempre llevan hombres. Pero ha resultado no ser tan sencillo. Una vez te la pones y llegas al trabajo lo ves más claro. No se trata simplemente de un adornito obsoleto. Es una correa. Como la de los perros. Por eso los jefes nos obligan a llevarla: para que seamos dóciles. Si un tipo con corbata se rebela, se le estira un poco del cuello, abajo, siéntate, tranquilo, Bobby, y a otra cosa. Y si el director general también la lleva, es porque a su vez tiene jefes que en un momento u otro le querrán estirar del collar, ya que siempre hay alguien que está más arriba. Además, igual la razón de que aún haya muchos muchos empresarios machistas es que casi no hay mujeres que luzcan corbata. Por otro lado, la corbata apenas deja respirar e impide que la sangre llegue correctamente al cerebro. Lo único que se puede hacer estando en una situación tan desmejorada es trabajar. Uno no da para más. De todas formas, y dejando a un lado el efecto correa, creo que es un error que en las empresas se obligue a llevar tanto la corbata de marras como el traje. La excusa que se suele aducir es que hay que ofrecer una buena imagen a los clientes. Pero, suponiendo que estos se fijen en el ropero de los empleados y no en su trabajo, al ver a veinteañeros obligados a vestir con chaquetas sacadas de las rebajas de Zara, pensarán irremediablemente en vendedores de El Corte Inglés y de coches de segunda mano. Es decir, en gente que le quiere endosar cualquier cosa, compre, compre, aquí lo importante es que usted nos crea, digamos la verdad o no. Y ahora me acuerdo de las corbatas de los políticos y de los presentadores de telediarios, pero, por favor, no caigamos en la demagogia. Al menos, no todo el rato. Por si esto fuera poco, añadiré que vestir con traje ni siquiera me parece elegante. Quizás lo fuera hace años, pero hoy en día un traje no es más que un uniforme de trabajo. Al menos, cuando es gris y hay que llevarlo con corbata. Es igual que el mono de un mecánico o que la ropa blanca de un cocinero. Es más, no me extrañaría que dentro de poco hubiera vestuarios en las oficinas: para no tener que salir a la calle disfrazado y pasar vergüenza en el metro.


 
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