Uvas


Con esto de que por aquí se coma uvas en Nochevieja, resulta fácil conocer las manías que tienen amigos y familia a la hora de comer esta fruta. Muchos se las comen sin más, cierto, pero otros tantos las pelan, o sacan meticulosamente las pepitas cortando las uvas por la mitad minutos antes de las campanadas, o escupen directamente esas pepitas. A otros no les gusta su sabor y las sustituyen, por ejemplo, por olivas. En cambio, no tengo ni idea de qué hace la mayoría de mis conocidos con las pepitas de las sandías, si las sacan con el cuchillo antes de llevársela a la boca o si se las tragan así en plan bestia. Tampoco sé si les gustan las fresas con nata o con zumo de naranja, o si pelan las manzanas, o si cortan los kiwis por la mitad o en rodajas. En realidad, de muchos de ellos no sé ni si les gustan los kiwis. Claro que igual el asunto no tiene importancia. Aunque se trate de detalles y los detalles sean, casi siempre, lo más importante.


 
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No estoy de acuerdo


Discutir sólo sirve para aferrarse a las propias opiniones aún con más fuerza. Una discusión no es más que un diálogo de sordos en el que los argumentos se repiten una y otra vez, generalmente palabra por palabra y a veces precedidos de unos "sí, pero" que, en realidad, no cumplen ninguna función dentro de la frase. En definitiva, discutir podrá ser un buen ejercicio dialéctico, pero lo único que se saca de estas batallitas es un considerable estrechamiento de entendederas. Otra cosa, claro, es el diálogo, el intercambio de ideas, el enriquecimiento mutuo desde puntos de vista diferentes. Pero cuando pienso en diálogos, también me vienen a la cabeza términos como la edad dorada del hombre o la paz perpetua. Es decir, conceptos más que deseables, pero que no creo que hayan existido, existan o puedan existir jamás. Quizás sólo se pueda dialogar a distancia, que es una forma de diálogo un tanto falsa. Es decir, por escrito, leyendo las opiniones del otro y esperando un tiempo antes de contestar. Así se puede calmar ese impulso que nos hace llevar la contraria a toda réplica por sistema. Es pues, el único modo de enfrentarse a ideas ajenas a las nuestras con la esperanza de sacar algo positivo. Eso sí, en una discusión en vivo, hay veces que una de las dos partes está dispuesta al diálogo, con lo que, durante la discusión, cede, matiza y reconoce errores. Punto en el que la disputa termina y quien se ha mantenido inamovible cree haber "ganado". Y es que se confunden los intentos de establecer un diálogo con una simple capitulación. De todas formas, por lo general, las discusiones no terminan más que por agotamiento. A partir de entonces se cambia de tema, se sigue bebiendo o cada uno se va a casa, reconstruyendo dicha discusión, reelaborando las propias frases y deseando haber sido lo suficientemente ágil de lengua como para haber pensado en esa respuesta perfecta que ahora viene a la mente sin dificultad, pero que cuando era necesaria no aparecía por ninguna parte. Por supuesto, ambos -o los tres, o los cuatro- acaban convencidos de haber ganado y de tener toda la razón del mundo. A veces incluso agarran al primer medio conocido con el que se topan y le narran la disputa entera. A su manera, claro, introduciendo opiniones y cambiando ligeramente, lo justo para que la reconstrucción siga sonando verosímil, alguna de las réplicas. Todo con la única esperanza de que otra persona que no sea él mismo le dé la razón.


 
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Recuerdo de Barcelona


Barcelona se ha llenado esta tarde de hinchas del Newcastle. Al parecer, el equipo de fútbol de esa ciudad jugaba contra el de la mía. Distinguir a los seguidores locales de los británicos ha sido muy fácil: sólo había que fijarse en los colores de las bufandas y en que los ingleses llevaban un sombrero mexicano comprado en las Ramblas. Por lo demás, eran iguales: muchos iban borrachos y casi todos gritaban supuestos cánticos sólo comprensibles por los iniciados. Es curioso: los turistas que pasean por aquí tienen la fascinante manía de comprarse sombreros típicos de un país que está al otro lado del océano. Aunque lo que realmente me gustaría saber es por qué venden esos gorros en las tiendas de recuerdos. Está claro que el tipo al que se le ocurrió tal cosa es un genio de la iniciativa empresarial. Una idea rematadamente absurda con un éxito tremendo. Especialmente, me gustaría preguntarle por qué sombreros mexicanos y no turbantes, o sombreros de copa, o gorras de los Lakers. Total, para el caso.


 
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No hay mejor forma (de atarse los zapatos)


La noticia científica de la jornada es la publicación del genoma del ratón y el hecho de que ratones y hombres compartimos el 99 por ciento de los genes. Mal día, pues, para que el matemático australiano Burkard Polster presentara un estudio de cuarenta páginas que prueba que nuestro modo de atarnos los zapatos es el más adecuado. Según Polster, después de siglos de ensayo y error, de entre los cuatrocientos millones de formas posibles de atarnos los cordones, hemos escogido las dos más eficaces: el cruce continuo de dicho cordón o el zigzag de un sólo extremo. Parece que pasará desapercibido el consejo del matemático para solucionar uno de los mayores problemas de la sociedad occidental. Y es que, aunque los métodos de engarzar el cordón en el zapato sean prácticamente perfectos, resulta que los nudos en sí son "notablemente inestables". Es decir, que se deshacen, obligándonos a perder segundos preciosos casi cada día, por no hablar de las posibles lesiones de espalda de quienes no saben cómo agacharse sin destrozarse el espinazo, o del estrés que provoca a muchos niños el tener que oír a su madre cada media hora gritando aquello de átate los zapatos, que te vas a pisar los cordones y te vas a matar. Además de quienes (mayores y pequeños) realmente pisan estos cordones, con el consiguiente peligro para sus vidas. Cito El País (en realidad, Periodista Digital): "La mayoría de las personas se hace dos medios nudos (el primero con los dos cabos y el segundo con las lazadas)", cosa que "puede dar lugar a un nudo plano, muy seguro, o a un nudo que no sujeta bien y se deshace fácilmente". La solución es sencilla: "Está en que en los dos medios nudos tengan distinta orientación". Sería deseable un estudio complementario, que explicara cómo escoger adecuadamente los calcetines, para evitar aquéllos que el zapato se acaba tragando. ¿Hay cosa más incómoda?


 
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De compras


En la web del Día Sin Compras -a la que llego vía Consumidor en Paro- se está haciendo campaña para que este sábado no nos gastemos ni un duro en ninguna tienda. El objetivo: protestar por "las consecuencias éticas y medioambientales del consumismo". Quim Monzó le dedicó unas líneas a este día en su artículo del Magazine de La Vanguardia: "Los 'días sin' -afirma- son piruetas que sirven para tranquilizar las conciencias. El Día sin Compras es un día de abstinencia de dispendio antes del gran hartazgo navideño. Los concienciados del Primer Mundo se apuntan a ese día de contrición antes de que, en diciembre, las tarjetas de crédito acaben echando chispas. El Día sin Compras es un gesto simbólico que no representa ningún esfuerzo a los que, habiendo podido comprar el día anterior, tendrán el viernes la nevera repleta y podrán echar mano de las provisiones". Así pues, es una protesta un tanto hipócrita. Y una hipocresía, además, con un objetivo errado. Consumir no es algo malo. Lo malo es que no pueda consumir todo el mundo. Para empezar, comprar es necesario. Por ejemplo, yo no tengo ni un huerto ni una vaca. Por suerte. Así que la comida hay que ir a buscarla al super, y sin pagar no me dejan llevarme nada. Además es una actividad que reactiva y sostiene no sólo economías nacionales sino también ánimos personales: usar la tarjeta de crédito es un eficaz antidepresivo, aunque tenga efectos secundarios en forma de remordimientos de conciencia al consultar el saldo. Así, puede que este sábado sea el día idóneo para gastar dinero en alguna chorrada de estas que no necesitamos para nada, que no merece la pena comprar y que, por tanto, son del todo imprescindibles. A modo de reivindicación, claro. Consumo para todos.
 
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