Apurando, que es gerundio


Hace ya un buen puñado de años, los fabricantes de cuchillas de afeitar sacaron máquinas desechables con dos cuchillas, en un intento por apurar más el afeitado. No tardaron mucho en perfeccionar aún más este sistema, haciéndolo por la vía fácil: simplemente añadieron una tercera cuchilla. La ciencia avanza que es una barbaridad, pero las cuchillas de afeitar, no tanto. Parecía que la cosa se iba a acabar ahí; al fin y al cabo, no tiene mucho sentido ir añadiendo cuchillas y cuchillas. Lo mejor para quien aún no pudiera obtener un afeitado decente ya sería optar por la depilación láser o por una segadora. Pero no. Aún no se había alcanzado el límite: desde hace poco se puede comprar una máquina con cuatro navajitas. Y otra con tres que va a pilas, que ya es directamente absurda. No he probado la de cuatro, pero en este caso temo que el apurado pueda resultar excesivo. Es decir, no es bueno que se vea hueso cuando pasas la maquinilla. Es que no sólo te puedes cortar usándola, sino que de hecho podrías morir desangrado. Imagino que está desaconsejado su uso en caso de que uno esté solo en casa y no pueda pedir auxilio. Ahora, más peligroso resulta el modelo en el que están trabajando varios fabricantes. Aunque sí que es cierto que esta máquina proporciona un apurado casi perfecto y se puede decir que definitivo: en principio y salvo defectos de fabricación no sería necesario volver a afeitarse. Nunca. Adjunto el diseño de uno de los prototipos, conseguido gracias a un amiguete que conoce a gente que a su vez conoce a más gente.

Estos franceses... Les das algo que corte y mira lo que inventan
 
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A largo plazo


Juan Romero, barcelonés que falleció hace veintitrés años, pagó el último plazo de su hipoteca el mes pasado, sólo noventa y cinco años después de abrirla. Romero se considera una persona afortunada: "Pude abrir la hipoteca con tipos bajos y esto me ha permitido pagar unas mensualidades ajustadas, con lo que incluso pude hacer vacaciones dos veranos no consecutivos". María Teresa Martínez, directora de su oficina bancaria, se alegra por el veterano cliente: "Estoy emocionada --asegura--. Mi padre le abrió esa hipoteca y le hubiera encantado ver esto". Pero, claro, no todo han sido facilidades: "Hace unos años me despidieron del trabajo con la excusa de que estaba muerto. Me costó encontrar un empleo nuevo y temí no poder hacer frente a los pagos. Además, mi mujer se desentendió del tema nada más morirse, y me dejó a mí a cargo de todo. Pero no le guardo rencor: fuimos muy felices en aquella casa con dos habitaciones en la que crecieron nuestros hijos y cuyo cuarto de baño realquilamos a tres inmigrantes para ir algo más desahogados". Romero le quita importancia a su noble empeño en liquidar sus deudas: "Lo peor fueron los primeros pagos --explica--: aún no tenía un sueldo decentillo y tuve que hacer muchos esfuerzos. Pero tres o cuatro décadas después ya se ve cómo lo que queda por pagar va bajando. Y eso anima mucho". El barcelonés ha explicado que ahora pedirá un crédito "para poder pagarme un entierro decentito. Creo que en doce o trece años estaré en situación de dejar mis dos empleos y los trapicheos de fin de semana para dedicarme finalmente a descansar".


 
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Si yo te contara


¿Cuál es mi cámara? ¿Esa? Pues envuélvamela, que me la llevo. ¿Cómo que no? Al menos me darán una bolsita para... Ah, que no me la envuelven porque no es mi cámara. Entonces ¿adónde miro? ¿Allá? Esto me pasa por venir a programas de segunda de canales de tercera. Ni siquiera te dan una cámara. Te la prestan un rato y gracias. Queridos teleespectadores. Primero de todo, buenas tardes. Y, segundo, agradecer a Canal 57 el que me hayan permitido sentarme ante sus cámaras --porque son suyas, este punto ha quedado clarísimo y meridianísimo-- para explicarles mi terrible historia. El caso es que yo estaba tranquilamente en casa escuchando las Variaciones Goldberg y leyendo a Unamuno, cuando... De acuerdo, estaba leyendo el periódico mientras escuchaba la ra... Vale, lo reconozco, estaba viendo el Diario de Patricia. Está bien, estaba llamando al Diario de Patricia justamente para poder explicarles esta historia. Pero me tomaron por loco y me tuve que conformar con esta segunda opción. De acuerdo, tercera opción. Cuarta. Sí, tiene usted razón, señor presentador, al grano, voy al grano, señor presentador, ¿cómo se llamaba usted? Justo. Justo lo tenía en la punta de la lengua, je, je... Vale, sigo. Bien, estaba en casa echándole un vistazo a los clasificados del diario cuando llamaron a la puerta. Al abrir me encontré a un señor con traje y maletín. Como los señores con traje y maletín me dan más bien asco, cerré de golpe. Pero el tipo insistió y volvió a llamar. Yo abrí y le pedí por favor que se fuera, reprimiendo las arcadas. Y nada, que dice que tiene una oferta que no podré rechazar. La rechazo desde ya, dije. Espere a saber de qué se trata, me contestó. Da igual, añadí, le doy el doble. Señor, me dijo, vengo a ofrecerle la posibilidad de pasar doce años en coma. Efectivamente, se trataba de una oferta que no podía rechazar. Salí del coma hace tres semanas. Estaba en mi propia cama, junto a una enfermera gorda y maquillada como... como... como esa señora tan fea del público. Bien, el caso es que me desperté con un hambre terrible y llamé a un chino para que me trajera algo de comer. A mi vecino, Lao-Tse, que es de Shangai y es un tipo muy amable. Total, que me trajo pollo y patatas, y estuvimos hablando, después de echar de casa a la enfermera, al no ser ya necesarios sus servicios y, sobre todo, por ser más fea que un pecado. Doce años con esa mujer a mi lado, mientras yo dormía... Escalofríos, me vienen. Sí, ya sé que yo no soy quien para hablar, teniendo en cuenta que cuando voy por la calle los niños lloran, pero eso no viene al caso. Amigo Lao, le pregunté, ¿qué tal estos doce años sin mí? Bien, bien, me contestó, Balsa campeón liga. Hay que ver estos chinos, que no saben decir la egue. La egre. La egrr... Bueno, es igual. El caso es que esto de los chinos me hizo pensar. Cosa que a su vez me provocó un terrible dolor de cabeza. Cuando tengo jaqueca, estoy de un insoportable subido y eché también a patadas a Lao. Aproveché que estaba solo en casa para salir al balcón. Sólo salgo al balcón si sé que no hay nadie dentro de casa, porque es que hoy en día uno no se puede fiar de nadie. Uno le da la espalda a su mejor amigo y éste ya le ha robado el original de Picasso que tiene colgado encima del televisor. O la revista porno que tiene bajo el sofá. Ah, la desconfianza, el pecado capital de los españoles, junto con la envidia, la ira, los celos, la gula, la lascivia, la pereza y la vanidad. Mierda. Me he perdido. ¿Puedo volver a comenzar? ¿Cómo? ¿No? ¿Que el tiempo es oro? Se equivoca, amigo Justo, el tiempo es hora. Eh, ¡un momento! ¡No corte la emisión! ¡No he acabado todav


 
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En total, veinte


No sé qué se piensan algunos. Que somos tontos. O que estamos ciegos. Dato: ayer fue 5 de mayo de 2005. O sea, el cinco del cinco del cinco. Fecha de rima fácil. Hasta ahí, todo bien. Bueno, ni bien ni mal. Lo que tocaba. O eso se supone, que uno ya es que duda de todo. Otro dato: ayer hubo sorteo de la Primitiva. De acuerdo. Es algo que acostumbra a pasar los jueves. A no ser que en realidad los miércoles nos droguen y pasemos todo el jueves en coma hasta despertar el viernes con un ligero dolor de cabeza y falsos recuerdos implantados. Pero supongamos que a pesar de los indicios todo va cómo nos dicen que va. Tercer dato. El que le hace a uno levantar la ceja y poner cara de sospechar mucho: el reintegro cayó en el número cinco. Qué casualidad. El cinco del cinco del cinco te devolvían el dinero si habías apostado por el cinco. Y nosotros tenemos que creérnoslo. Y si alzamos la voz es que estamos locos. Porque así funciona la maquinaria del gobierno. No te prohíben hablar. Eso les da credibilidad. Y usan esa credibilidad para llamarte majara. Fíjense en el pobre tarado, qué pena, pero no se preocupen, el estado le ingresará en un hospital blanco y limpito. Aun así, algunos razonamos, jugándonos la vida. Y vemos las conexiones que se ocultan tras la fachada de la maquinaria del estado, de las grandes corporaciones y de los comunistas. Que vienen a ser lo mismo. Unos masones que deciden el destino del mundo. Para ganar dinero. Cuatro cincos. Ya. Y qué más. Lo peor es que algunos se extrañan de que los extraterrestres quieran liberarnos. Suerte tenemos de los alienígenas. Y suerte que dentro de poco volverán para gobernarnos. Pero, claro, esa es otra de las cosas que ocultan el gobierno, la Cia y el Ministerio de Hacienda. Cuando los platillos sobrevuelen París, no podrán negar la evidencia como hicieron en 1864 y en 1986. Esta vez no.


 
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La falta de sueño


Un grupo de neurólogos con mucho tiempo libre ha llegado a la conclusión de que la locura de Don Quijote fue consecuencia de la falta de sueño. Dejando al margen el hecho de que Don Quijote es un personaje de ficción y que a nadie le importa un bledo por qué se volvió loco, el diagnóstico de estos neurólogos es tan acertado que resulta casi obvio. No hay nada que le vaya mejor a uno que no salir de la cama antes de las diez, y eso siendo madrugador, para luego tomar un buen café mientras se decide qué hacer por la tarde, después de la siesta. Cualquier otra rutina tiene que dejar huella. Y, de hecho, lo hace, como es fácil comprobar. Lo peor es que, por lo general, quienes duermen poco no comparten los ideales de Don Quijote. Cada vez son menos los que confunden molinos con gigantes, aunque también es cierto que ya casi no quedan molinos. Ahora lo que hay son trajes de percal numerado y pisitos por encima de la Diagonal. Y uno ya no se hace caballero andante, en gran parte porque ya no se lleva eso de ir a caballo. Se prefieren, claro, los audis y los mercedes. Y nada de rescatar damas en peligro: basta con entregarse a la empresa, sacar adelante una carrera exitosa y ganar tanto dinero como para que no se lo puedan gastar ni unos hijos adolescentes. O sea, que hoy en día algunos se convierten en jefes y no en caballeros, pero la causa es la misma: la falta de sueño, que le deja a uno atontado y presa fácil de las alucinaciones. Si la gente durmiera más, bebiera más café y comiera más chocolate, a todos nos iría mejor. Especialmente a los empleados. Pero no todo son malas noticias: más de la mitad de los españoles no practica deporte. Es decir, al menos hay gente sensata que no somete su cuerpo a esfuerzos innecesarios. Y es que el deporte, como mucho, sólo sirve para agotarse físicamente y facilitar que uno pueda dormir más y mejor. Sé que muchos afirman que no hay nada mejor para la salud que dejarse la piel en el gimnasio. Para salir de este error tan común, basta con constatar cómo queda uno después de un partido de fútbol o de correr durante media hora: cansado, sudoroso, resoplando como un caballo asmático, puede que incluso lesionado. En cambio, de un largo sueño o de una buena siesta uno sale lleno de energía, pletórico, con ganas de comerse el mundo o, al menos, de beberse un buen café. Es decir, dormir no es sólo bueno para la mente, al impedir que uno se vuelva loco, se entregue a su profesión y crea que cuarenta horas semanales son pocas, sino que también es bueno para el cuerpo, al dejarlo descansado, elástico y lleno de energía.


 
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