Jaime, 24 de mayo de 2005, 16:41:57 CEST

Si yo te contara


¿Cuál es mi cámara? ¿Esa? Pues envuélvamela, que me la llevo. ¿Cómo que no? Al menos me darán una bolsita para... Ah, que no me la envuelven porque no es mi cámara. Entonces ¿adónde miro? ¿Allá? Esto me pasa por venir a programas de segunda de canales de tercera. Ni siquiera te dan una cámara. Te la prestan un rato y gracias. Queridos teleespectadores. Primero de todo, buenas tardes. Y, segundo, agradecer a Canal 57 el que me hayan permitido sentarme ante sus cámaras --porque son suyas, este punto ha quedado clarísimo y meridianísimo-- para explicarles mi terrible historia. El caso es que yo estaba tranquilamente en casa escuchando las Variaciones Goldberg y leyendo a Unamuno, cuando... De acuerdo, estaba leyendo el periódico mientras escuchaba la ra... Vale, lo reconozco, estaba viendo el Diario de Patricia. Está bien, estaba llamando al Diario de Patricia justamente para poder explicarles esta historia. Pero me tomaron por loco y me tuve que conformar con esta segunda opción. De acuerdo, tercera opción. Cuarta. Sí, tiene usted razón, señor presentador, al grano, voy al grano, señor presentador, ¿cómo se llamaba usted? Justo. Justo lo tenía en la punta de la lengua, je, je... Vale, sigo. Bien, estaba en casa echándole un vistazo a los clasificados del diario cuando llamaron a la puerta. Al abrir me encontré a un señor con traje y maletín. Como los señores con traje y maletín me dan más bien asco, cerré de golpe. Pero el tipo insistió y volvió a llamar. Yo abrí y le pedí por favor que se fuera, reprimiendo las arcadas. Y nada, que dice que tiene una oferta que no podré rechazar. La rechazo desde ya, dije. Espere a saber de qué se trata, me contestó. Da igual, añadí, le doy el doble. Señor, me dijo, vengo a ofrecerle la posibilidad de pasar doce años en coma. Efectivamente, se trataba de una oferta que no podía rechazar. Salí del coma hace tres semanas. Estaba en mi propia cama, junto a una enfermera gorda y maquillada como... como... como esa señora tan fea del público. Bien, el caso es que me desperté con un hambre terrible y llamé a un chino para que me trajera algo de comer. A mi vecino, Lao-Tse, que es de Shangai y es un tipo muy amable. Total, que me trajo pollo y patatas, y estuvimos hablando, después de echar de casa a la enfermera, al no ser ya necesarios sus servicios y, sobre todo, por ser más fea que un pecado. Doce años con esa mujer a mi lado, mientras yo dormía... Escalofríos, me vienen. Sí, ya sé que yo no soy quien para hablar, teniendo en cuenta que cuando voy por la calle los niños lloran, pero eso no viene al caso. Amigo Lao, le pregunté, ¿qué tal estos doce años sin mí? Bien, bien, me contestó, Balsa campeón liga. Hay que ver estos chinos, que no saben decir la egue. La egre. La egrr... Bueno, es igual. El caso es que esto de los chinos me hizo pensar. Cosa que a su vez me provocó un terrible dolor de cabeza. Cuando tengo jaqueca, estoy de un insoportable subido y eché también a patadas a Lao. Aproveché que estaba solo en casa para salir al balcón. Sólo salgo al balcón si sé que no hay nadie dentro de casa, porque es que hoy en día uno no se puede fiar de nadie. Uno le da la espalda a su mejor amigo y éste ya le ha robado el original de Picasso que tiene colgado encima del televisor. O la revista porno que tiene bajo el sofá. Ah, la desconfianza, el pecado capital de los españoles, junto con la envidia, la ira, los celos, la gula, la lascivia, la pereza y la vanidad. Mierda. Me he perdido. ¿Puedo volver a comenzar? ¿Cómo? ¿No? ¿Que el tiempo es oro? Se equivoca, amigo Justo, el tiempo es hora. Eh, ¡un momento! ¡No corte la emisión! ¡No he acabado todav


 
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