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Susceptibilidades
Hasta hace apenas diez minutos, aquí había un acerado e incisivo texto que analizaba de forma certera la sociedad occidental contemporánea, en especial los problemas políticos, sociales y económicos de Europa. Como es natural, proponía soluciones inteligentes aunque sin duda arriesgadas. Sin embargo, me he visto obligado a retirar el texto, ante la comprensible e inteligente presión de distintos grupos y personas. Enumero algunos de los motivos que me han llevado a plegarme a las razones (y a alguna que otra amenaza) de mis lectores:
-Mencionaba a Mahoma. -Usaba más palabras en masculino que en femenino, dejando en evidencia mi machismo y el de la sociedad falocéntrica en la que por desgracia vivimos. -Ofendía la bandera española. -Dirigía palabras poco amables a algunos catalanes de pro con apellidos súper de la terra, y, por tanto, a Cataluña entera como nación en sí. -Lo hacía además en castellano. -Rogaba por favor que Pío Moa (El Único Terrorista Rehabilitado del Mundo) dejara de atormentarnos con su prosa pastosa y egocéntrica. Sugería que alguien le diera una oportunidad en televisión. Presentando Bricomanía, por ejemplo. -Manifestaba mi desprecio por Apple y por todos sus productos, incluidos los Ipod. -Elogiaba a Ana Obregón. -Recordaba que Andorra es un país "más bien tirando a pequeño". (He estado a punto de causar un incidente diplomático.) -Me hacía eco de ciertos rumores referidos a Benedicto XVI. Sí, esos rumores. -Explicaba que el campo suele estar más sucio que la ciudad (por ejemplo, hay más barro y más bichos). -Hablaba de un señor llamado Israel. Me refería a él como "sólo un conocido, no un amigo", cosa que llevaba a un lector a afirmar: "Si eso no es antisemitismo, no sé qué puede serlo". -Hablaba de quienes dicen que si les tocara la lotería irían a trabajar al día siguiente como si fuera un día normal. Escribía que son unos perfectos cretinos que merecen que les den una paliza y les roben el boleto. Por capullos. Un lector me ha recordado amablemente que "el trabajo sirve para realizarnos personalmente. El trabajo es lo que nos diferencia de los animales, junto con la risa, la inteligencia, la ropa, los cepillos de dientes, las gafas, esa manía de canturrear que tienen algunos, los clips, las bolsas de basura, saltar a la pata coja y los bailes de salón". -Aseguraba que Cuarto Milenio es un programa entretenidísimo. -Usaba la expresión "la ocasión la pintan calva", soliviantando a la Sociedad de Alopécicos Orgullosos. -Dedicaba elogios a Estados Unidos. -Recordaba que los recién nacidos no tienen dientes. Este comentario fue considerado de mal gusto al no remarcar que, a pesar de no tener dientes, los niños son inocentes y traen amor y felicidad a este mundo. -Explicaba que era propenso a las jaquecas ("¡hay gente muriendo de hambre, por el amor del Ente Superior en el que algunos creen!").
Los fantasmas del capitalismo
La fábrica de Martorell de Visco S.A. está encantada. No de la vida, sino por un fantasma. O al menos eso dicen sus empleados. Son muchos los testimonios, pero los últimos son quizá los más escalofriantes, por cercanos. Por ejemplo, un antiguo guardia jurado afirma haber oído voces y ruidos en el despacho del presidente casi cada noche. En más de una ocasión entró a ver qué pasaba, para encontrarse la habitación vacía. Un detalle importante: su curtido pastor alemán se negó a entrar. Hay más: seis jóvenes entraron un sábado por la noche de febrero en la fábrica, colándose por una ventana rota y con la única intención de beberse unas botellitas de vodka y martini a resguardo de la tormenta que estaba cayendo. Oyeron ruidos, gruñidos, quejas, insultos. Creyeron entender algo así como "esta juventud no respeta nada". Salieron corriendo y nunca han querido ni siquiera volver a acercarse al lugar. Los empleados tienen sus propias ideas al respecto: "Es el señor Ramón --explica uno de los más antiguos trabajadores de la fábrica--. Cuando se jubiló en 1922 ya dijo que estaba en contra de los cambios modernos que se habían introducido aprovechando su ausencia, como la media hora para comer o la jornada de doce horas. Cosas de comunistas, decía. Se murió del disgusto al ver cómo los pobres niños dejaban de trabajar aquí y de llevar un siempre agradecido sueldo extra al núcleo familiar, como hacía mi propio padre. Un sueldo pequeño, claro, pero es normal, los niños también son pequeños". No es el único caso de empresa con fantasma. Las oficinas centrales de la aseguradora suiza Umfall también cuentan con la visita del fundador Matthias Sicher, fallecido en 1932. Al parecer, Sicher se pasea por el piso diecisiete del edificio de Ginebra, bebiendo lo que parece una botella de ídem y lamentando que su mujer se haya ido con otro. La médium Anna Keingeist consiguió contactar con él en una sesión de espiritismo. Sicher la obligó a escribir las siguientes palabras: "Aburrida decía aburrida los seguros no son aburridos accidentes muertes incendios eso no es aburrido con un músico la música sí que es aburrida puta ópera de mierda gordas gordas todas gordas y gritando". Otro caso famoso es el de la barcelonesa Papercat. El hijo del dueño murió en un terrible accidente de tráfico. Su fantasma ha sido visto en más de una ocasión aparcando un descapotable en el garaje a las once de la mañana y saliendo de las oficinas en dirección al coche a las doce menos cuarto, musitando: "Hala, ya he cumplido, osti tú, lo que s'ha de fer per cobrar un sou, on cony he deixat el mòbil?" Al parecer, el espectro está condenado a ir a trabajar cada día y buscar durante toda la eternidad un móvil con setecientos mensajes de texto guardados, además de cincuenta fotos y trescientos contactos. Como para perderlo. De todas formas, el caso más conocido de empresa con fantasma es el de la madrileña Pichi, S.A. El jefe de ventas murió de un infarto en 1996 y desde entonces su fantasma se pasea por las oficinas, arrinconando junto a la máquina de latas o en cualquier pasillo al primer novato que ve. Y aterrorizándolo con sus horribles palabras dignas de los setenta y siete demonios más crueles del infierno: "El otro día estuve en Barcelona y le vendí cincuenta mil unidades al Saladrigas. Qué tontos son estos catalanes. Le digo, venga, date prisa que cojo un avión. Mentira, pasaba noche allí. Date prisa, le digo, que tengo que venderle cincuenta mil unidades a Mateo. Allí la cagó, el gilipollas. ¿Que el Mateo te va a comprar qué? Firmando como un hijo de la grandísima puta. Venga a comprar, y yo pensando que le tendría que haber dicho cien mil, con dos cojones. Ese se hubiera comido una mierda si le digo que le había meado al Mateo en la cara. Fíjate qué reloj más guapo me he comprado con la comisión que me va a llegar. Mira: cronógrafo, esta aguja que tampoco sé para que sirve, correa de piel... Huele, huele... ¡Coño, huele, no te quedes ahí pasmado! Piel auténtica. Y a juego con el salpicadero del Mercedes nuevo. Todo pagado por los catalanes. Que se quejen con motivo, los cabrones".
En campaña
Otra campaña electoral. En Cataluña, tierra de sardanas y políticos razonables, dominados por el seny, esa palabra intraducible que se traduce como sensatez. Pero también por la rauxa, palabra traducible que significa ímpetu. Dos cualidades que juntas forman el carácter catalán, que crece frondoso en este oasis alejado de la rabia, el rencor y la inquina que dominan la escena política madrileña. Es verdad. Ejem. Sí, sí. Aquí los políticos no se insultan. No mucho. En serio. Ejem. Por cierto, yo fui candidato al Parlament(o) de Cataluña a principios de los ochenta, liderando la lista del Partit Reformista Comunista Radical. Sí, eran los alegres años del eurocomunismo y yo aún no había descubierto las Verdades Irrefutables del Liberalismo. Como por ejemplo, que si la gente pudiera vender sus órganos, la gente podría vender sus órganos. Y eso es absolutamente irrefutable. Precisamente y sumido como estaba en la campaña electoral, firmé sin querer un documento que autorizaba a una horrible mafia italochinaportuguesa a arrancarme la mitad del hígado y vendérsela a un millonario estadounidense a cambio de un diez por ciento de los beneficios. Una miseria, porque hubo muchos gastos. Pero contribuí a salvar la vida de un niño que dos años más tarde moriría de sobredosis. Desde entonces y al conservar sólo la mitad del hígado, el alcohol me sienta fatal. Motivo por el que tuve que dejar de lado la actividad política. Al menos, la experiencia me sirvió para iniciar un modesto negocio de extorsión a comerciantes extranjeros. Era divertidísimo. Me hacía pasar por agente de inmigración, como si fuera estadounidense. En todo caso, se trataba de un negocio como cualquier otro: yo ofrecía protección a cambio de dinero. Ellos eran libres de pagar o de, ejem, cobrar, así que aún no entiendo por qué pasé aquella temporada en prisión. Pero me estoy desviando del tema. Sí, aún recuerdo lo que prometí durante aquellas dos semanas. Como todo político que se precie, eran propuestas sensatas en las que se mostraba mi preocupación por los problemas reales de la gente. Si conseguimos un escaño, dije, me baño en pelotas en la fuente de Montjuïc. Un bocata para todo el que me vote. Votadme y dejaré de tocar la guitarra... Companys, si sabeu on dorm la lluna blanca digueu-li que la vull (que no paro, ¿eh?, si no me votáis no paro), però no puc anar a estimar-la. Que encara hi ha combat (que me sé más del Llach, ¿eh? Os lo juro, que me sé más...) La desvergonzada campaña de desprestigio emprendida por mis adversarios políticos acabó de forma taimada e injusta con las ilusiones (quizás un tanto ingenuas, fruto de esa juventud que quiere cambiar el mundo) de cobrar un sueldazo a cambio de rascarme los huevos. En los periódicos salieron publicadas un montón de mentiras acerca de mis intereses e ideales. Todo porque me tendieron una trampa. Una chorrada, en el fondo. Sacaron de contexto una frase mía: "Sólo quiero ser diputado para ver qué se siente al cobrar una pasta por rascarse los huevos". Hablaba en sentido figurado. No iba a pasarme TODA la jornada laboral (mis dos o tres horas diarias, de martes a miércoles) rascándome las partes. Se me IRRITARÍAN. Hay gente que no entiende los sutiles recursos estilísticos que ofrece el lenguaje. En fin. Además, todos sabemos que la imagen del político vago es un tópico. Los políticos trabajan mucho. Como Fraga. Mientras haya luz, ellos leen dossieres y redactan documentos. Cuando el sol se pone, encienden una lámpara. Si hay tormenta y se va la luz, sacan las velas de los cajones. Todo el día trabajando duro, ahí, no hay nadie que los pare. Luego, después de a lo mejor treinta horas seguidas sin parar, pues, hala, ya está, a descansar tres años o tres años y medio, que ya hemos hecho todo lo que teníamos que hacer para este mandato. Igual echar alguna firmita... A ver, sí... Ese proyecto de ley, gracias... Ese documento interno de trabajo, gracias... Ese recibo, gracias... Ese cheque, gracias... La nómina, gracias... Gracias por el sobre, ¿firmo algo? ¿No? Bien, gracias... Un trabajo sacrificado, el de político. Requiere hombres y mujeres hechos de una pasta especial. De ahí lo de "todo por la pasta". (¡Ja!)
Los Rubio en América
Un antepasado mío, el gaitero Jorge Rubio, viajó con Cristóbal Colón a América. Su aportación a la noble y arriesgada empresa no fue poco importante. Y es que, al llegar allí, aquellos aguerridos marinos no sabían qué hacer con ese continente tan grande, hasta que a Jorge se le ocurrió utilizarlo para tratar enfermedades como la tuberculosis, la neumonía, la escarlatina o incluso la sífilis. No tardó en aparecer el listo de turno, el clásico aguafiestas, que le recordó a mi antepasado que acababan de descubrir América y no la penicilina. Mi tataraetceterabuelo le recordó que aún ni siquiera sospechaban haber descubierto otra cosa que no fuera una ruta alternativa a las Indias, maldito robacabras. A lo que el sabelotodo le contestó que a él no le parecía que eso fueran las Indias, ya que no veía vacas sagradas por ningún lado. Jorge le soltó que para vaca, la gorda de su madre. Repíteme eso en la playa, si tienes huevos. En la playa y donde quieras, betunero, muerdegatos, destripaterrones... Casi se arma una buena si no llegan a separarlos. El caso es que Colón era un tipo muy práctico. Ante aquella masa de tierra que acababa de descubrir (con la ayuda de los Rubio), el genovés (o lo que fuera) decidió que sería buena idea traer allí a los americanos. Hay que recordar que los americanos no sabían dónde vivían hasta que se descubrió ese continente. En aquel momento histórico como pocos, Jorge Rubio decidió componer un himno para el territorio recién descubierto. Así que sacó su gaita y se puso labios y sobacos a la obra. En un sin duda inocente descuido, mi antepasado fue dejado atrás por sus compañeros, que olvidaron desatarle antes de volver a embarcar. Por suerte, Jorge pudo mantener el contacto con el resto de mi familia, un contacto por supuesto deficiente y espaciado, ya que por aquel entonces internet no funcionaba tan bien como ahora. En todo caso, sus cartas son documentos valiosísimos que dan cuenta del desprecio que sienten los hombres del mundo entero por la gaita, ese instrumento cuyos timbres melódicos asociamos a la migraña y a las náuseas. A través de unos italianos, Jorge envió su primera misiva: explicaba que ningún otro barco lo aceptaba en su tripulación, al parecer por su negativa a deshacerse de su instrumento. Esto le parecía curioso, ya que las autoridades castellanas de la época se habían asegurado de que Jorge embarcara con Colón precisamente por su indudable virtuosismo gaitero. Años más tarde nos hizo llegar otra carta en la que explicaba que había emigrado al norte. O había sido expulsado por los nativos, este punto no quedaba nada claro. Jorge juraba venganza: la traición europea y el poco aprecio de los americanos por su arte serían recordados por sus descendientes, en caso de que lograra procrear. El último texto llegó en cóndor mensajero. Jorge explicaba que había llegado a una tierra llamada Taysha, donde una familia de indios sordos le había acogido en su seno. La hija menor (también sorda) había aceptado casarse con él, después de perder una apuesta con sus hermanas. Jorge concluía anunciando que había adoptado el apellido de dicha familia, la única que sabía apreciar su amor por la música: "A partir de ahora --escribió-- el mundo me conocerá como Jorge Arbusto. Y llegará un día en el que todos temblarán al oír mi nombre, aún más que al oír mi gaita, etcétera, etcétera, poned aquí todas las amenazas terribles que se os ocurran y ahora disculpadme que voy a ver si cazo un búfalo de esos tan gordos que corretean por aquí. Os quiere, Jor... ¡No, un momento! ¡Os odia, como a todos, Jorge!"
La justicia no es ciega en Asnalia: lo examina todo con lupa
La justicia en Asnalia es una delicada y afilada máquina de precisión. En este país, la balanza que simbólicamente la representa no es la de un frutero que cobra novecientos gramos a precio de kilo, sino la de una precisa balanza kern de laboratorio en la que se tienen en cuenta todas y cada una de las pruebas y testigos. Un caso reciente que prueba el meticuloso celo de los jueces asnaleses es el de Manuel Denisovich. Cuando se le arrestó en un céntrico bar, tenía un cuchillo ensangrentado en la mano y el cuerpo de un amigo que le debía dinero yacía desangrado a sus pies. Según varios testigos, Denisovich le había degollado al mismo tiempo que gritaba: "¡Te desollaré como a un cerdo!" Sin embargo, la siempre inconformista justicia asnalesa decidió someter al presunto asesino a la prueba del polígrafo. A la pregunta "¿mató usted a su amigo Pablo Grushenko?", Denisovich contestó que sí y el polígrafo determinó que mentía. El juez encargado del caso le puso en libertad. El resto de pruebas eran circunstanciales. O mejor dicho, consustanciales. Consustanciales con el alcohol. Todos los testigos, incluido Denisovich, estaban borrachos. Por tanto, uno no se podía fiar de ellos para esclarecer los hechos. Alguien le podría haber tendido una trampa a un hombre inocente, aprovechando la coyuntura. Y es que en los bares se bebe. Esto no se suele reconocer abiertamente, pero está más que demostrado. En cambio, el detector de mentiras no había probado ni una sola gota aquella mañana en la que sometió a prueba a Denisovich. Alberto Stepanov, alias el Polígrafo, aka el Detector de Mentiras. Un tipo casi siempre sobrio, con amplios conocimientos de psicología. No en vano, está suscrito a la revista Quo. "Yo miro a los ojos de la gente --explica esta máquina humana de la verdad--, y siento en seguida si me mienten o no. Es como una conexión con el interior de la persona". La UCA, Universidad Central de Asnalia, sometió a prueba su capacidad de disección del ser humano. Varios voluntarios le decían algo acerca de su vida, algo que podía ser cierto o no. Stepanov supo si le mentían o no un cincuenta y tres coma ocho por ciento de las veces, superando el cincuenta por ciento que cabría esperar si todo dependiera de la suerte. Por tanto, no es sorprendente la confianza (ciega) de la justicia en este hombre.