Jaime, 16 de octubre de 2006, 12:42:40 CEST

En campaña


Otra campaña electoral. En Cataluña, tierra de sardanas y políticos razonables, dominados por el seny, esa palabra intraducible que se traduce como sensatez. Pero también por la rauxa, palabra traducible que significa ímpetu. Dos cualidades que juntas forman el carácter catalán, que crece frondoso en este oasis alejado de la rabia, el rencor y la inquina que dominan la escena política madrileña. Es verdad. Ejem. Sí, sí. Aquí los políticos no se insultan. No mucho. En serio. Ejem. Por cierto, yo fui candidato al Parlament(o) de Cataluña a principios de los ochenta, liderando la lista del Partit Reformista Comunista Radical. Sí, eran los alegres años del eurocomunismo y yo aún no había descubierto las Verdades Irrefutables del Liberalismo. Como por ejemplo, que si la gente pudiera vender sus órganos, la gente podría vender sus órganos. Y eso es absolutamente irrefutable. Precisamente y sumido como estaba en la campaña electoral, firmé sin querer un documento que autorizaba a una horrible mafia italochinaportuguesa a arrancarme la mitad del hígado y vendérsela a un millonario estadounidense a cambio de un diez por ciento de los beneficios. Una miseria, porque hubo muchos gastos. Pero contribuí a salvar la vida de un niño que dos años más tarde moriría de sobredosis. Desde entonces y al conservar sólo la mitad del hígado, el alcohol me sienta fatal. Motivo por el que tuve que dejar de lado la actividad política. Al menos, la experiencia me sirvió para iniciar un modesto negocio de extorsión a comerciantes extranjeros. Era divertidísimo. Me hacía pasar por agente de inmigración, como si fuera estadounidense. En todo caso, se trataba de un negocio como cualquier otro: yo ofrecía protección a cambio de dinero. Ellos eran libres de pagar o de, ejem, cobrar, así que aún no entiendo por qué pasé aquella temporada en prisión. Pero me estoy desviando del tema. Sí, aún recuerdo lo que prometí durante aquellas dos semanas. Como todo político que se precie, eran propuestas sensatas en las que se mostraba mi preocupación por los problemas reales de la gente. Si conseguimos un escaño, dije, me baño en pelotas en la fuente de Montjuïc. Un bocata para todo el que me vote. Votadme y dejaré de tocar la guitarra... Companys, si sabeu on dorm la lluna blanca digueu-li que la vull (que no paro, ¿eh?, si no me votáis no paro), però no puc anar a estimar-la. Que encara hi ha combat (que me sé más del Llach, ¿eh? Os lo juro, que me sé más...) La desvergonzada campaña de desprestigio emprendida por mis adversarios políticos acabó de forma taimada e injusta con las ilusiones (quizás un tanto ingenuas, fruto de esa juventud que quiere cambiar el mundo) de cobrar un sueldazo a cambio de rascarme los huevos. En los periódicos salieron publicadas un montón de mentiras acerca de mis intereses e ideales. Todo porque me tendieron una trampa. Una chorrada, en el fondo. Sacaron de contexto una frase mía: "Sólo quiero ser diputado para ver qué se siente al cobrar una pasta por rascarse los huevos". Hablaba en sentido figurado. No iba a pasarme TODA la jornada laboral (mis dos o tres horas diarias, de martes a miércoles) rascándome las partes. Se me IRRITARÍAN. Hay gente que no entiende los sutiles recursos estilísticos que ofrece el lenguaje. En fin. Además, todos sabemos que la imagen del político vago es un tópico. Los políticos trabajan mucho. Como Fraga. Mientras haya luz, ellos leen dossieres y redactan documentos. Cuando el sol se pone, encienden una lámpara. Si hay tormenta y se va la luz, sacan las velas de los cajones. Todo el día trabajando duro, ahí, no hay nadie que los pare. Luego, después de a lo mejor treinta horas seguidas sin parar, pues, hala, ya está, a descansar tres años o tres años y medio, que ya hemos hecho todo lo que teníamos que hacer para este mandato. Igual echar alguna firmita... A ver, sí... Ese proyecto de ley, gracias... Ese documento interno de trabajo, gracias... Ese recibo, gracias... Ese cheque, gracias... La nómina, gracias... Gracias por el sobre, ¿firmo algo? ¿No? Bien, gracias... Un trabajo sacrificado, el de político. Requiere hombres y mujeres hechos de una pasta especial. De ahí lo de "todo por la pasta". (¡Ja!)


 
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