noviembre 2024 | ||||||
---|---|---|---|---|---|---|
dom. | lun. | mar. | mié. | jue. | vie. | sáb. |
1 | 2 | |||||
3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9 |
10 | 11 | 12 | 13 | 14 | 15 | 16 |
17 | 18 | 19 | 20 | 21 | 22 | 23 |
24 | 25 | 26 | 27 | 28 | 29 | 30 |
abril |
Diario de la guerra del perro
No acabo de entender cómo es posible que haya gente que insista en que los perros son inteligentes porque reconocen a sus dueños, encuentran sus huesos de goma, le traen a uno las zapatillas o se sientan cuándo se lo piden. Lo digo porque yo reconozco a una parte no poco sustancial de las personas a las que se supone que me han presentado, a veces encuentro mis llaves, siempre tengo a mano al menos una de mis zapatillas, sé sentarme, me lo pidan o no, y nadie me dice lo listo que soy cuando hago alguna de esas cosas. Este doble rasero es injusto e hipócrita. Es más, creo que gran parte de mi vida se explica por los escasos ánimos que he recibido por parte de mi entorno, en comparación con los constantes elogios hacia ciertas mascotas. Por ejemplo: una vez en un parque intenté impresionar a una pelirroja que paseaba a su perro. No sé qué raza sería. Una de las no comestibles, imagino. Me refiero al perro, no a la pelirroja. La pelirroja era comestible, como casi todos los humanos. El caso es que la señorita arrojaba una pelota de tenis y su chucho trotaba alegremente hasta recoger la bola con sus dientes y tráersela a su ama. No era una tarea en absoluto difícil: la chica no arrojaba la pelota muy lejos y, dado su color amarillo, resultaba muy fácil no perderla de vista. Encima, el perro ni siquiera se esforzaba en cogerla antes de que tocara el suelo o después del primer bote o algo parecido. Nada, simplemente la iba a buscar y la traía de vuelta, una vez tras otra, sin virguerías y sin ni siquiera preguntarse a qué venía aquella repetición constante del ejercicio. ¿Y qué recibía a cambio de una tarea tan anodina, el chucho de las narices? Caricias, elogios al estilo "perro bonito" y algún que otro escasamente higiénico beso. Eso me hizo pensar: si aquella pelirroja era tan cariñosa con un perro, ¿cómo no iba a serlo también con una persona? Al fin y al cabo, las muestras de cariño que yo recibiera no irían en contra de las leyes del hombre, de la naturaleza y de Dios. Así pues, no creo que le extrañe a nadie que la siguiente vez que lanzó la pelota, yo corriera tras ella, en duro lance con el perro. Por desgracia, yo no tenía tanto entrenamiento como el animal, por lo que éste me cogió cierta ventaja y me vi obligado a pisarle el rabo. Como aun así se me escapó, me lancé sobre él y le agarré por el morro con las dos manos. Poniéndome en pie, lo arrojé hacia atrás como si estuviera participando en un campeonato de lanzamiento de martillo. No hubiera ganado, pero creo que me podría haber clasificado entre los diez primeros. Aun así e incomprensiblemente, el perro no entendió que ya había perdido y siguió corriendo tras la bola. Claro. Eso es ser inteligente, ¿no? No saber retirarse a tiempo, ¿no? Huy, sí, qué inteligente, no sé evaluar los pros y los contras, soy incapaz de analizar una situación dada; huy, sí, pero corro detrás de una pelota, qué listo soy. De todas formas, he de reconocer que a pesar de todo el animal se me coló entre las piernas y agarró la pelota entre sus dientes antes de que yo pudiera acercarme. Fue por mi problema con el ejercicio físico. No puedo practicarlo por culpa de mi alergia al cansancio y, claro, no tengo fondo. Total, que tuve que agarrar otra vez al perro, en esta ocasión por el cuello, y forcejear con él hasta que le abrí la boca y dejó caer la bola amarilla entre gemidos que, esta vez sí, sonaban con la agradable melodía de la rendición. Resoplando, sudando y con los brazos ensangrentados debido a la incomprensible e idiótica fijación de aquel animal rabioso --por suerte no en el sentido clínico del término--, le llevé la pelota a la pelirroja. Sorprendentemente, en lugar de caricias, elogios y besos, recibí bofetones histéricos y una denuncia en comisaría. Yo gané al perro. ¿Se me reconocieron los méritos? No. Y eso porque, en fin, lo que decía, la sociedad contemporánea está del lado de los canes. Tienen todo el apoyo mediático. Está clarísimo. Yo hice lo mismo que el perro, pero mejor. No sólo cogí la pelota antes, sino que lo hice además con las manos, demostrando que soy de una especie que ha evolucionado hasta alcanzar el bipedismo y la racionalidad. Al entregarla en mano, también mejoró la higiene del procedimiento: nada de babas perrunas. Además de todo eso, la pelirroja no tuvo que agacharse, con lo que se eliminaron los riesgos de lesiones en la espalda. Pues bien: ni siquiera me rascó detrás de la oreja. Que si estoy mal de la cabeza, que si qué le he hecho a Scooby –la respuesta era por cierto evidente: humillarle--, que si bofetón por aquí, que si bolsazo por allá, que si voy a llamar a la policía, que si tal, que si cuál. Y no me dio su teléfono, ni nada. Mejor: seguro que la casa le olía a perro, que es un olor como de toalla mojada. Qué desagradable. Qué. Desagradable. Y es sólo un ejemplo. Tengo más. Dos más. Aunque uno es de un gato.
La niña de Rajoy: "Quiero aprender a silbar como los cabreros"
Todo el mundo lleva varios meses hablando de la niña de Rajoy, pero sólo Libro de notas y en concreto Dos puntos comillas y aún más en concreto Jaime Rubio Hancock (hola) se ha propuesto, o sea, me he propuesto, entrevistarla. Ha sido una tarea ardua y complicada: he pasado varias semanas recorriendo todas las guarderías de España y parte de Madrid buscando a una niña repipi, relamida y normal, muy normal, normalísima, la más normal del mundo, tan normal, que de normal es rara, en plan qué tía más rara, ¿no? Parece muy normal, pero seguro que tortura gatitos o algo.
Sigue leyendo la entrevista en Libro de notas.
¿Qué pasa?
Ah, sí, perdón: olvidaba el enlace.
Apunte electoral
Quienes dicen que votan en contra del Partido Popular y no a favor del Psoe o de Izquierda Unida, deberían preguntarse si realmente merece la pena que Rajoy pierda las elecciones a cambio de que Esperanza Aguirre se convierta en la líder del PP. Quiero decir, mejor cuatro, ocho, doce o veinte años de Rajoy antes que, no sé, la posibilidad de que... Antes de... Antes de que... Buf... Es que sólo de pensarlo me entra como una cosa aquí que va como de aquí hasta aquí abajo y se me pone como un nudo aquí y empiezo a sudar y como que no. Conclusión: ¿hay que votar contra el PP o contra Esperanza Aguirre? No es lo mismo y no sé qué es peor. Dicho lo cual, el debate de ayer fue muy raro: salía Grissom resolviendo un asesinato en Las Vegas. Queda claro que la política se está espectacularizando cada vez más hasta el punto de que se está perdiendo el mínimo de seriedad y de rigor exigible. Luego me desperté y estaba Horatio poniendo cara de tipo duro.
Arte
Resulta que están buscando (ellos) nuevo director del Macba. Recuerdo que yo fui director de ese museo durante una época. Programé una exposición sobre Velázquez que fue muy controvertida, como casi todas las exposiciones de arte contemporáneo. Un listo incluso me preguntó que desde cuándo Velázquez era arte contemporáneo. Coño, claro que es contemporáneo. De Zurbarán, por ejemplo. También hice cosas modernas que llamaron la atención de... Bueno, de nadie, pero eran cosas modernas. Una performance mía, titulada Hombre montando librería de Ikea y basada en un episodio de los Simpson, funcionó bastante bien. La librería, no. La empujé un poco y se desmontó. Al final fui a una tienda de muebles de al lado de casa y compré una más barata y además me la trajeron al piso y me la instalaron unos señores muy amables. En realidad fue un solo señor, pero la frase quedaba mejor usando el plural. Tampoco era muy amable. Lo normal. Ikea es un timo. Ni es barato, ni es bonito, ni es fácil. La librería, por ejemplo. Al principio me hice un lío y me salió una farmacia. Tardé dos semanas en darme cuenta. La verdad es que una farmacia es un buen negocio ya que la gente tiene la sana costumbre de ponerse enferma. Pero me la cerraron por falta de licencia: decían que yo no era farmacéutico y que un tipo se había muerto o algo así porque le había dado la medicina que no era. Encima. Si se la tomó fue porque le dio la gana. Ni que le hubiera obligado, yendo a su casa, abriéndole la boca y haciéndole tragar todas las píldoras del frasco, cosa que igual sí que pasó, no digo ni que sí ni que no, pero sí que pasó, vamos. Me dio por ahí. Soy un tipo impulsivo. Malditos liberticidas, coartando la libertad de empresa. Es una vergüenza. Es indignante lo que cuesta iniciar un negocio en este país. Indignante. El otro día intenté sacar adelante una multinacional de refrescos con más de quinientas fábricas en todo el mundo y los del banco me pedían dinero. A mí. Pero si es un banco. Si lo que tienen es dinero. Que me pidan, no sé, consejos o yogures. De eso sí que tengo y ellos a lo mejor no. ¿Pero dinero? Es absurdo. ¿Para que lo quieren? Es como darle una peluca a un señor con pelo. Bueno, vale, si tiene frío a lo mejor la puede usar de gorrito, pero no tiene ninguna lógica. Dicho lo cual, diré que el arte contemporáneo es un timo. No, un momento, Ikea es un timo. El arte contemporáneo está bien. Tiene la ventaja de suceder en la misma época y eso ayuda. Porque a veces vas a un museo y el arte de ese museo, al no ser contemporáneo, ya se ha acabado. Concluiré con un chiste: ¿Qué es el arte? Morirte de frío. Pues a mí me parece gracioso.
Oscar
Por cierto, antes de que se me olvide: yo fui candidato al Oscar al mejor actor de relleno. En serio. Fue hace mucho tiempo. Corría el año 2006 (finales de) cuando se estrenó no recuerdo qué película. El caso es que se rodó no sé si por las calles de Barcelona o de cualquier otro sitio por el que pasaba (Sants, quizás) y yo salía al fondo y de espaldas, mirando un escaparate. Luego me giraba, corría hacia la cámara, me paraba a resoplar, volvía a correr, volvía a resoplar, de pie y con las manos apoyadas en los muslos, volvía a correr y, entre los retortijones del flato acertaba a gritar indignado: "¿Qué coño se cree que está usted grabando, caballero?" Esa parte la quitaron. Pero sí que se me ve girándome y engurruñando los ojos para ver a toda esa gente grabando cosas (no llevaba las gafas puestas; o sí que las llevaba y en realidad no las necesito, nunca me acuerdo de qué es lo correcto). Además de a mí, nominaron a una señora que paseaba a un perro, a un camarero que servía un café, a un tipo que estaba de público en un concierto y a una prometedora actriz que gritaba "no puede ser" mientras un superhéroe levantaba un camión. Todos haciendo bulto en grandes producciones, que contrastaban con mi película, una modesta cinta independiente, rodada con cuatro duros, o eso me dijo el productor, un tal Spielbog o Spailber, como excusa para no pagarme. No gané por mis opiniones políticas: ja, los americanos no estaban preparados para darle el Oscar a un español negro de centroizquierda que no estaba en contra de la libre circulación de armas, sino de las balas, que al fin y al cabo es lo que mata. Y es que las armas sin balas son como martillos de diseño más complicado, mientras que las balas sin armas pueden hacer mucho daño si se arrojan con la suficiente velocidad. Fijaos si no, en esta cicatriz. Me la hice de niño, cuando me caí de un columpio. A las chicas les gusta. Bueno, espero que les guste. Cuando la vean. Alguna la verá, un año de estos, digo yo. Está en una zona muy íntima que, claro, no es para cualquiera. Me la reservo para esa persona especial. Sí, es aquí en la frente. Al menos pude pasearme por la alfombra roja. Fui a una tienda de alfombras. Al final me quedé un kilim. Lo único malo es que sigo sin saber qué es un kilim. Ahora, el nombre es gracioso.