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El talento del señor Rubio
Ante la proliferación de programas de televisión que se basan en realizar castings absurdos, he decidido sacar a la luz una prodigiosa habilidad que podría hacerme rico y famoso, no necesariamente en este orden. Es más, dado que se trata de una habilidad que requiere técnica y años de práctica, además de unas condiciones físicas y mentales innatas poco menos que extraordinarias, no tengo inconveniente en mostrar aquí un avance, para que todo el mundo vaya anticipando mi más que probable exitazo televisivo. Yo --y cuando digo yo, me refiero a mí mismo y no a nadie más, al menos en esta frase--, yo, insisto --también insisto en que yo soy yo y no, por ejemplo, el narrador de un cuento-- soy capaz de hacer esto con los dedos. Mirad, mirad. Impresionante, ¿eh? Hay gente a la que le da cosa, incluso asco, pero desde luego queda claro que mi flexibilidad y precisión son prodigiosas. También lo puedo hacer con los ojos cerrados. Ajá. E incluso con las piernas en esta posición. Así. Y un poco más a la derecha. Perfecto. Es más, para cuando me presente al casting, me gustaría entrenarme para hacer este gran final. Un segundo, a ver si puedo... No siempre me sale... Umf... Arg... Bueno, os hacéis una idea. Gracias, gracias. Sí, ahora me duelen un poco los dedos. Pero merece la pena poder hacer esto y así... Er... Traer un poco de felicidad a los hogares de toda esa gente que trabaja duro para sacar adelante a sus banqueros y que anda todo el día estresada y poniendo cada de joder, ¿y ahora tengo que ir al súper? Sí, porque esto que hago trae felicidad y alegría. Sí. Ehm. Supongo. Espero. Porque llevo siete años practicando dos horas cada día. Sí. Bueno, a veces los sábados, no. Pero normalmente sí, porque yo soy constante y disciplinado. Además, mi vida social tampoco es que sea gran cosa. Pero porque la sacrifiqué para poder hacer esto. Esto que es tan importante. Porque lo es. Seguro. Sí, bueno... Ja, ja, de todo a zen, ja... Er... También sé silbar. En realidad, no. Pero estoy aprendiendo. Practico una horita cada día, cuando acabo lo de los dedos. Lo de los dedos que está tan bien. Bueno, a mí me gusta. Me relaja. Tirones musculares al margen.
Gaspar Llamazares (creo): "Soy así, superrebelde y tal"
Un tipo irrumpe en mi despacho, sacándome de mi breve, pero necesaria siesta diaria de tres horas: si no la hago, luego no hay quien cene, y si no ceno, no duermo bien. "Jaime —dice el hombrecillo barbudo—, ¡yo también quiero debatir!" Aún estoy medio dormido y apenas acierto a preguntarme cómo es posible que mi hábil chimpancé secretario haya dejado pasar a este tipo al que no conozco de nada. "Tienes que ayudarme —insiste—. Van a dejar de lado a la izquierda de verdad, en apoyo del partidismo y medio que impera en España".
El resto de la entrevista y jugosas fotos de señoritas en ropa interior, en Libro de notas.
(Nota: es posible e incluso probable que lo de las señoritas sea algo exagerado.)
Interiores
He comenzado un nuevo negocio: soy interiorista. Aunque prefiero que me llamen decorador o, mejor aún, sacacuartos. Mi primer cliente ha sido un amiguete que..., Bueno, en realidad, un conocido. Vale, más bien un tipo con quien me crucé por la calle y al que convencí a punta de pistola. Pero el piso ha quedado estupendamente: ha pasado de ser un cuchitril a ser un cuchitril en el que se ha invertido mucho dinero. Lo primero que hice fue quitar los techos. Daban una impresión de cerrado que era inapropiada para su piso, luminoso, pero pequeño. Eso sí, antes no era tan luminoso: forré las paredes con las luces esas que se ponen en los árboles de navidad. Como entonces el piso pasó a ser demasiado luminoso, decidí pintar las paredes de negro para absorber lo que los interioristas llamamos luz. A mitad del trabajo se me acabó la pintura y tuve que terminar la mitad de las paredes de amarillo. El contraste es divertido y alegre, pero a veces se sube alguien y exige que le lleven a la plaza Cataluña, y mejor por la calle Aragón, que está harto de que dar vueltas absurdas con la excusa de que por Aragón hay semáforos y mucho tráfico. Lo de quitar los techos ha sido una buena idea. El piso ha ganado mucho espacio hacia arriba, por lo que se pueden colgar el doble de cuadros y poner estanterías mucho más altas, aunque también es verdad que a veces los vecinos de arriba se despistan y se caen. Pero son buena gente: se disculpan, sonríen, se vuelven a colocar las ventosas y trepan de vuelta a su casa. Para el mobiliario, he optado por un estilo zen. No quiero decir de todo a zen (ja, ja, ja...), sino así sencillo y minimal, ideal (todo a zen, ja, ja, ja...) para relajarse y (ja, ja, aún me hace gracia) olvidar el ajetreo diario. En el zen importan sobre todo los espacios vacíos, así que lo que he hecho ha sido ahuecar los muebles, dejando sólo el contorno, con lo cual conseguimos (ja, ja, ja, de todo a zen, ja, ja...) lo que yo llamo muebles polivalentes: por ejemplo, la mesa del comedor también sirve como marco de cuadros. Claro que también he vaciado los cuadros y estos sirven a su vez como marcos de cuadros. Los marcos de cuadros sólo sirven como marcos de cuadros, pero más finos. De lo que me siento más orgulloso es de las ventunas. El nombre igual suena extraño, pero estoy absolutamente seguro de que dentro de unos años se popularizará tanto que todo el mundo hablará de ellas como si hubieran existido siempre. Hay que anotar este nombre: ventuna. No, en serio, hay que anotarlo. A veces me olvido y es una pena porque se trata de una palabra muy bonita, que he ideado después de juguetear con el término latino para viento, ventum. La idea es hacer unos agujeros preferiblemente rectangulares en la pared y hacia la calle, de modo que entren la luz y el aire. Claro, alguno dirá que también entrarán el frío y la lluvia, pero es que --y aquí viene la parte genial-- esos agujeros estarán tapados con una especie de puertecita, preferiblemente de cristal, para que pueda seguir entrando la luz incluso aunque esté cerrada. Reconozco que las ventunas tienen sus inconvenientes. Por ejemplo, si vas desnudo por casa, tienes que ir con cuidado al pasar por delante de una de ellas. Y, además, tampoco se pueden poner muchas juntas porque los muros se debilitan y los edificios se caen (me pasó un par de veces, en el periodo de pruebas). De todas formas, los resultados son más que satisfactorios. De hecho, mi primer cliente estaba más que contento hasta que se le cayó un vecino encima y le rompió la nuca. Sí, bueno.
Como en los viejos tiempos
El cuerpo de J. R. fue hallado sin vida en su domicilio, después de que los vecinos alertaran a la policía, al extrañarse de llevar varias noches sin oírle volver borracho a casa, tropezando y hablando solo, con la vana intención de hacer creer a todo el mundo que había ligado. Según el informe forense y aunque el golpe mortal fue consecuencia de clavarse un cactus --o cacto-- en la nuca al caer de espaldas, el cadáver mostraba varios moratones y fracturas, "producto de una serie de golpes que se habían ido produciendo durante varios meses", en lo que fuentes policiales han calificado de "paliza a cámara lenta". La policía cree que el origen de estos golpes estaría en unas cartas halladas en el apartamento de J. R., cartas que serían parte de una pelea por correspondencia. Las normas de este macabro juego son claras: no se permite ningún tipo de arma y hay que dar un golpe por cada carta. Las peleas se prolongan durante semanas o a veces meses y se ha constatado que las apuestas que rodean estos eventos alcanzan sumas desorbitadas, de hasta doce o quince euros. No hay que despreciar el riesgo que suponen estas peleas: un agente leyó varias de las cartas sin tomar las debidas precauciones y terminó con tres costillas rotas, magulladuras en el rostro y, a consecuencia de los golpes en la cabeza, unas irresistibles ganas de comprarse discos de Amaral y de La oreja de Van Gogh. De todas formas y ante la ausencia de pruebas definitivas, no se ha descartado la posibilidad de que esta pelea por correspondencia no sea más que una trifulca originada en la cola de alguna oficina de correos.
El debate
Me parece indignante que los candidatos a la presidencia vayan a debatir sólo por televisión. ¿Qué hay de internet? ¿Para cuándo un debate por Messenger o similar? Con emoticones incluidos. Y aun así eso es injustísimo que te cagas, porque hay gente que no tiene internet. Exijo debates por teléfono. Y para quienes no tengan teléfono, uno o dos debates por correspondencia. Un animado y jugoso cruce de cartas entre estos dos líderes de ideas tan opuestas. Uno de ellos apuesta por la economía de mercado mientras que el otro está por la economía de mercado. El carácter informal de "estar por" tiene implicaciones políticas fundamentales que a mí en este momento se me escapan porque estoy algo cansado. Una vez me peleé a puñetazos por correspondencia. He de reconocer que perdí. No esquivé a tiempo un directo de derecha, perdí el equilibrio y caí sobre mi colección de cactus. Cuando digo colección de cactus, me refiero a mi cactus. Uno. El singular también acaba en -s, cosa que es, como mínimo, irritante. Digo que es una colección porque justo acababa de comenzarla. Ahora ya tengo uno. Supongo que tendría que explicar que en este periodo de tiempo transcurrido entre que tenía un cactus y ahora que tengo un cactus, me he dedicado a la compra-venta de cactus. De un cactus. Maldito singular acabado en -s. ¿No hay nadie que diga cacto, que también es correcto? No quiero ser el único que vaya por ahí diciendo cacto. Me sentiría marginado y solitario. Además, dado el escasamente extendido uso del término, me vería obligado a ir dando explicaciones. No, verás, cacto es tan correcto como cactus. De hecho, más, dado que el final en -o es más habitual en español que el final en -us. Aunque también es verdad que decimos pus y no po, autobús y no autobó, repelús y no repeló. Pero imagino que todo esto tendrá una explicación perfectamente razonable. Y si no la tiene, será por algo también perfectamente razonable. Y para quienes no tengan casa, un debate a gritos por las calles. Los ciudadanos han de estar informados acerca de dos de las opciones que tienen. Lo contrario sería injusto para cualquiera de esas dos opciones. Es muy duro ser opción. Siempre tienes alternativa y a veces te dejan de lado. Y triste. Duro y triste. Aunque al menos sales por la tele. Y, con suerte, también por internet, por teléfono, por carta y por las calles. Ah, qué tiempos, cuando me dejaban salir a la calle a jugar. Pero luego cerraron la timba de póquer del parque. Póquer es más o menos como cacto, ¿no?