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Sarah Palin: "Los osos polares comen más personas que los terroristas"
Sarah Palin me recibé en su cabaña de Alaska, donde me invita a tomar asiento cerca de la chimenea y me sirve un café en una jarra metálica y abollada. "Hace frío, ¿eh, Jaime?" Le hubiera contestado, de no tener la mandíbula entumecida. "Pues el frío que hace aquí demuestra que esos jipis están equivocados: ¡el cambio climático es un invento de los rusos para acabar con el modo de vida occidental! Lo explica claramente Shell en un artículo científico titulado Vosotros, ecologistas, sois los terroristas".
Todo lo demás, en Libro de notas.
Unas croquetitas y una caña
Jaime Rubio fue conducido ante el juez por haber pedido en un bar "unas croquetitas". Ante las protestas de varios de los clientes y del propio camarero, el acusado sólo acertó a balbucear "¿qué?", en lugar de pedir perdón por siglos de opresión machista. En su alegato, el fiscal explicó que al pedir croquetas, Rubio replicaba el discurso sexista según el cual "los hombres cazan y las mujeres cocinan", cuando todo el mundo sabe que eso es "un estereotipo impuesto como 'normal' por el varón blanco europeo. En realidad, las mujeres jamás han cocinado. Y los hombres tampoco. Porque todo el mundo sabe que los opresores no cocinan". En su erudita disertación, el abogado de la acusación explicó como cierta tribu de la Patagonia no tenía palabra para el concepto "teléfono móvil", curiosidad que fue recibida por el juez con un "hum... interesante... Por eso nunca responden a mis llamadas...". Rubio quiso usar un truco barato, al contratar los servicios de una abogada con la única intención de congraciarse con la prensa. De todas formas, la letrada renunció a la defensa del acusado, explicando que Rubio la había llamado por teléfono, asegurando ser "una mujer demasiado atractiva para prosperar en el mundo de los negocios". La abogada se sintió identificada con ella, en un proceso empático que terminó cuando se conocieron y, al darse dos besos, él le rascó con la barba. "Por eso, señoría --concluyó la abogada--, renuncio a la defensa de la señora Rubio, no sin antes arrancarle un ojo con el tacón de mi zapato", cosa que hizo, arrancando también una ovación de público y juristas. La crítica hizo especial elogio del simbolismo. El acusado tapó el agujero dejado por su ojo usando un sujetador a modo de parche. A pesar de sus intentos por explicar que se trataba de un guiño al feminismo, los alguaciles le agarraron de las orejas y lo lanzaron contra la pared, rompiéndole la nariz. Por machista y por contar chistes malos. Pero malos de ir al infierno. Rubio logró ponerse en pie e intentó solicitar permiso para defenderse a sí mismo. Esta petición fue rechazada por cuestiones de paridad de sexo: si el fiscal era un hombre, no podía ser que el abogado defensor fuera también un hombre. Rubio intentó hacer valer su derecho a ser mujer en una sociedad libre, cosa que fue rebatida por el fiscal con un "muy hábil, pero ¿qué sabes tú de opresión?", a lo que Rubio contestó que la opresión se medía con un obarómetro. El nuevo intento de chascarrillo fue contestado con varios merecidos porrazos a manos de los alguaciles. Dado que la porra es un instrumento claramente fálico y, por tanto, su uso es un insulto a los más de tres mil millones de mujeres, los alguaciles también le propinaron varios golpes con un queso de tetilla. Después de una decena de puntos de sutura y unos pocos vendajes, Rubio pudo sentarse de nuevo en el Lehman Brothers de los acusados (éste es de pensar) y escuchar la sentencia del juez, que le condenó a fregar los platos cada noche durante los siguientes catorce años. La sentencia cayó sobre un mazazo sobre el acusado, que a la salida explicó que hasta entonces los platos se los limpiaba a lametones un gato escapado de una obra. Un mazazo también cayó sobre Rubio como un mazazo, cuando fue agredido por un defensor de los derechos de los animales, soliviantado al escuchar estas últimas declaraciones.
Carlos Dívar: "Claro que voy a misa cada día: hay que conocer al enemigo".
Carlos Dívar ha sido elegido por unanimidad presidente del Consejo General del Poder Judicial. A pesar de que su dedicación y discreción han sido elogiadas por sus compañeros, han sido muchas las voces que han criticado este nombramiento al saber que Dívar es católico de misa diaria y de artículos publicados en la revista de La hermandad del Valle de los Caídos. Dado que conozco a Dívar desde hace casi cuarenta y dos años, tres meses, dos semanas, noventa y siete horas, cuatro kilómetros, tres días, doce segundos y un lustro, me sorprenden estas acusaciones. ¿Dívar católico? "Sí, Jaime —explica, encogiéndose de hombros—, ya ves lo fácil que es malinterpretar las acciones ajenas". Porque Dívar es uno de los máximos representantes del culto satánico en España.
Lo que falta, en Libro de notas
Tácticas para ligar (1 de 1)
Muchos lectores se quedaron sorprendidos por el hecho de que ingresara en una secta para ligar. Me han llegado varios correos elogiando mi inventiva (pero cómo se te ocurre) y mi osadía (hay que estar loco). No soy un tipo especialmente vanidoso, así que nadie creerá que fanfarroneo cuando digo que conozco varias técnicas para lograr la atención de señoritas de buen ver. Es más, no tengo inconveniente en compartir algunas de ellas con mis fans. De todas formas aclararé que yo lo tengo más fácil que la mayoría, ya que mido metro cuarenta y dos, me falta un ojo y tengo una extraña enfermedad de la piel que me provoca supuraciones espontáneas. Es decir, las mujeres se fijan en mí sin que yo haga nada y con eso tengo medio partido ganado. Sólo diré que a veces son ellas las que me dirigen la palabra primero en cuanto me acerco, con alguna de esas típicas frases para romper el hielo, como por ejemplo: "¿Qué es ese olor?". Comenzaremos por un clásico. El cigarrillo. Cualquier quinceañero con acné sabe que siempre se ha de llevar un mechero a la discoteca por si una jovencita pide fuego. De hecho, la gente hubiera dejado de fumar hace decenios sino fuera porque sirve para aparearse. Nadie aspira humo por placer. Pero la prohibición de fumar en el trabajo es lo que ha brindado el último y más contundente espaldarazo a la técnica del cigarrillo. Ahora los compañeros de oficina bajan alegremente a la calle a compartir una charla amena. A esto se le une que desde 1992 las mujeres no tengan prohibido trabajar. No niego la evidencia: el hecho de que las mujeres trabajen ha causado que la civilización occidental esté en clara decadencia y se dirija a la más rotunda de las catástrofes --no en vano, el ceo de Lehman Brothers, Richard S. Fuld Jr., es una mujer--. Pero también ha propiciado que aumenten las oportunidades para ligar, casi desbordándonos con la faena acumulada a los casanova como yo. Así pues, en cuanto se prohibió fumar en la oficina y me di cuenta de la nueva oportunidad de establecer contacto y causar estragos entre las compañeras femeninas, me compré un zippo y un paquete de Malboro, que es así como supermasculino. En cuanto vi que un par de contables y la de marketing bajaban abajo a echar un piti, las seguí, con elegancia y distinción, tropezando con una silla que algún envidioso había colocado en mi camino. Al llegar a la calle, me puse a su lado, me atraganté al decir hola, saqué los Winston, encendí el mechero al tercer intento y di la primera calada de mi vida a un cigarrillo. Luego hubo que llamar a una ambulancia y estuve dos semanas ingresado, con oxígeno y al borde de la muerte y tal. Pero lo importante fue que una de las enfermeras era muy guapa. No estaba en mi planta, pero la vi al salir.
Algunos malentendidos sobre las sectas
Existe mucha confusión al respecto, además de no poco debate. Sin embargo y a pesar de la controversia, creo que todo el mundo debería tener más o menos claro que las sectas destructivas NO son buenas. No niego que quienes participen de los ritos y sobre todo de los beneficios de estos grupos estén contentos con sus reuniones y demás, pero al final estas sectas acaban haciendo honor a su adjetivo: porque resulta que lo de "destructiva" va más o menos en serio y no se trata de un truco publicitario. Yo me metí en una secta hará unos cuatro años. Me dijeron que con lo de las bodas multitudinarias uno ligaba mucho, o por lo menos algo, así que me dije que por qué no, y aunque se me ocurrieron varias respuestas, hice caso omiso de ellas de forma elegante. Porque llevaba corbata. Como corresponde al mejor vendedor de coches usados de l'Hospitalet. El caso es que desde un principio me di cuenta de que me habían timado porque ahí nadie se casaba. Es más, nos llevaron a una especie de granja y nos separaron a hombres y mujeres en diferentes casernas. Luego nos repartieron unos uniformes y unas pistolas y nos dijeron que teníamos que defender no sé qué democracia en Afganistán. No me gustó nada esa secta. En Afganistán no hay playa. Ni campo. Además, había que madrugar demasiado. Al parecer era una secta ilegal porque la abandoné a los dos meses y aun así tuve que pasar dos años en la cárcel. Y eso que ofrecí los nombres de los altos cargos del grupo a cambio de mi libertad. Ay. Yo ya soñaba con entrar en el programa de protección de testigos. Ya había elegido nombre y profesión: Santiago Moreno, cabaretera del Lapin Agile. Al salir de la cárcel, lo volví a intentar con otra secta. Por probar. Igual sólo tuve mala suerte. Debería haber mirado más. Etcétera. La secta escogida tenía un nombre de estos raros y largos, nunca conseguí aprendérmelo. Salía la palabra séptimo por algún lado y creo que se hacía referencia a algún planeta probablemente imaginario, como ese de Star Wars, Saturno o cómo se llame. Al principio creí que había acertado porque prometían una vida de placer y desahogos una vez viniera a recogernos no sé quién. El problema vino cuando nuestro líder tuvo ciertos problemas con la ley. Me los explicó, pero no recuerdo muy bien cómo era el asunto. No sé qué del iva de unas facturas o algo por el estilo. El caso es que le dio por que nos suicidáramos todos de golpe. No acabé de seguir la lógica de su argumento, pero sería cosa mía porque todo el mundo estaba más o menos de acuerdo. Al parecer, eso del suicidio colectivo se lleva bastante en las sectas, o eso me explicó uno de mis compañeros, que ya había estado en varias. Le pregunté si se había suicidado antes y me dijo que no, así que en realidad estaba de acuerdo porque era un borrego, ya que no sabía si la experiencia merecía la pena. Protesté enérgicamente. No estaba dispuesto a pasar por un suicidio colectivo sin antes haber celebrado al menos un matrimonio multitudinario. Incluso enseñé el folleto publicitario a modo de reclamación. Nuestro líder ignoró mis quejas aduciendo que por culpa de ceremonias anteriores tenía que pasar unas veintisiete pagas de manutención, y que con su sueldo no podía permitirse otra posible ex mujer. Aun así, lo del suicidio no me acababa de convencer. Porque a mí siempre me ha dado mucho miedo la muerte, entre otras cosas (la violencia, las crisis económicas, la oscuridad, la luz cuando me da directamente en los ojos, la madera, los perros, los gatos, los elefantes, los mosquitos elefante, los gatos --no me repito, ahora me refiero a los del coche--, los relojes digitales, el ruido que hacen los relojes de agujas, las nubes, las tormentas, los días de mucho sol, los desiertos, los lápices afilados, los cuchillos, las cucharas, los bombachos, el sonido del dígrafo ch, las matemáticas, los burgaleses, los coches, las bicicletas, los terremotos, los volcanes, los mecheros, las cerillas largas, los insectos que vuelan, los que tienen patas, los termómetros, eso de ahí que tengo en la estantería y que no me atrevo ni a tocar para tirarlo, las reuniones de antiguos alumnos y los anuncios de colonia), así que tuve que decirle al líder que gracias, pero que de eso pasaba, que en todo caso, si no se morían del todo o cambiaban de opinión, ya quedaríamos para tomar un café. El líder fue presa de un ataque de ira (siempre he querido usar esta expresión) y amenazó con matarme si no me suicidaba. Ah, el maldito conocía mi punto débil: mi irracional miedo a la muerte. Así pues, decidí hacer como todos los demás y beber la copa envenenada. Pero entonces, justo cuando mis labios tocaron el cristal, una sensación que nunca había experimentado antes me atenazó los músculos: sentí un miedo simplemente descomunal a morir. Le dije al líder que me llamara cobarde si quería, pero que no podía terminar con mi vida. Me llamó otras cosas aparte de cobarde, cosas realmente feas como "tonto" y "batracio", además de adjetivos que no pienso reproducir, como "enervante". Concluyó soprendiéndome: si no accedía a suicidarme, me mataría con sus propias manos. La amenaza surtió efecto. Nada me da más miedo que morir, excepto quizás trabajar, y así entramos en un bucle absurdo del que sólo salimos cuatro horas y media más tarde, cuando la policía entró en el local y nos liberó a los seis miembros de la secta. Fue una suerte, porque para entonces otros dos ya se habían suicidado, al parecer por aburrimiento, y los restantes estaban dispuestos a matarme, a pesar de que hubieran interrumpido así el alegre intercambio de impresiones entre nuestro líder y yo. Cuando leí en la prensa el relato de lo sucedido, me di cuenta de que había sido más que afortunado: soy un tipo observador, pero no había reparado en que, por cosas del destino, los miembros de la secta éramos todos hombres. Y además impares. Con mi suerte, en caso de boda, me hubiera quedado solo. En fin. Pues eso: las sectas son malas. No confundir con las setas. Las setas están ricas. Excepto las venenosas. Que igual están también ricas, pero vamos, luego te acaban sentando regular tirando a mal. Un amigo (bueno, un conocido, por mucho que en el facebook ponga "amigo"… Creo que se abusa del término amigo, al menos en el facebook) se tomó una vez un yogur caducado y no le pasó nada. Claro que sólo pasaban dos días de la fecha. Lo de la fecha es más por temas legales. Lo normal sería poner, no sé, diez días más o menos desde tal fecha y si no sabe raro pues no pasa nada. Las cosas no se ponen malas a medianoche de tal día. Es un proceso. Gradual. Pero la verdad es que yo también soy muy maniático y si pasa aunque sea un día de la fecha, tiro el yogur sin ni siquiera abrirlo.