Jaime, 23 de septiembre de 2008, 7:59:26 CEST

Tácticas para ligar (1 de 1)


Muchos lectores se quedaron sorprendidos por el hecho de que ingresara en una secta para ligar. Me han llegado varios correos elogiando mi inventiva (pero cómo se te ocurre) y mi osadía (hay que estar loco). No soy un tipo especialmente vanidoso, así que nadie creerá que fanfarroneo cuando digo que conozco varias técnicas para lograr la atención de señoritas de buen ver. Es más, no tengo inconveniente en compartir algunas de ellas con mis fans. De todas formas aclararé que yo lo tengo más fácil que la mayoría, ya que mido metro cuarenta y dos, me falta un ojo y tengo una extraña enfermedad de la piel que me provoca supuraciones espontáneas. Es decir, las mujeres se fijan en mí sin que yo haga nada y con eso tengo medio partido ganado. Sólo diré que a veces son ellas las que me dirigen la palabra primero en cuanto me acerco, con alguna de esas típicas frases para romper el hielo, como por ejemplo: "¿Qué es ese olor?". Comenzaremos por un clásico. El cigarrillo. Cualquier quinceañero con acné sabe que siempre se ha de llevar un mechero a la discoteca por si una jovencita pide fuego. De hecho, la gente hubiera dejado de fumar hace decenios sino fuera porque sirve para aparearse. Nadie aspira humo por placer. Pero la prohibición de fumar en el trabajo es lo que ha brindado el último y más contundente espaldarazo a la técnica del cigarrillo. Ahora los compañeros de oficina bajan alegremente a la calle a compartir una charla amena. A esto se le une que desde 1992 las mujeres no tengan prohibido trabajar. No niego la evidencia: el hecho de que las mujeres trabajen ha causado que la civilización occidental esté en clara decadencia y se dirija a la más rotunda de las catástrofes --no en vano, el ceo de Lehman Brothers, Richard S. Fuld Jr., es una mujer--. Pero también ha propiciado que aumenten las oportunidades para ligar, casi desbordándonos con la faena acumulada a los casanova como yo. Así pues, en cuanto se prohibió fumar en la oficina y me di cuenta de la nueva oportunidad de establecer contacto y causar estragos entre las compañeras femeninas, me compré un zippo y un paquete de Malboro, que es así como supermasculino. En cuanto vi que un par de contables y la de marketing bajaban abajo a echar un piti, las seguí, con elegancia y distinción, tropezando con una silla que algún envidioso había colocado en mi camino. Al llegar a la calle, me puse a su lado, me atraganté al decir hola, saqué los Winston, encendí el mechero al tercer intento y di la primera calada de mi vida a un cigarrillo. Luego hubo que llamar a una ambulancia y estuve dos semanas ingresado, con oxígeno y al borde de la muerte y tal. Pero lo importante fue que una de las enfermeras era muy guapa. No estaba en mi planta, pero la vi al salir.


 
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