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Los fabulosos Lehman Brothers: "Si lo llegamos a saber, no vendemos nuestra alma al diablo"
Emanuel y Mayer Lehman, más conocidos como los Lehman Brothers, me reciben en su suite del décimo círculo de infierno, el círculo extra que Satán tuvo que acabar edificando para acoger a los banqueros. En su mirada bovina característica de los grandes financieros, se advierten sus orígenes humildes en el seno de una familia de comerciantes de ganado. Como tantos otros financieros, los Lehman escarbaron desde su digna posición hasta hundirse en las más tenebrosas alcantarillas, creando así otro de tantos imperiotes económicos. Pero hoy los hermanos Lehman están tristes. Ese edificio que levantaron con el trabajo ajeno se ha venido finalmente abajo. "Si lo llegamos a saber, no vendemos nuestra alma al diablo —afirma Mayer—. Es cierto que si uno lee la letra pequeña del contrato, puede interpretar que lo que ha ocurrido está contemplado, pero vamos, esto hay que discutirlo largamente. Y por aquí hay muchos abogados y no pocos tribunales, así que no debería ser difícil plantar cara a esta lectura tan parcial de nuestro acuerdo con el señor de las moscas".
El resto, en Libro de notas.
Acerca de la miopía de Guifré el Pilós
Guifré el Pilós, primer conde de Barcelona, ya en sus años de madurez, descansaba en una de las salas de su castillo. Se ajustó las gafas y… Un momento, pensó, ¿qué es lo que me acabo de ajustar? Guifré se sacó las gafas y se las quedó mirando. Eran un modelo con montura de titanio, de estas flexibles y ligeras, con cristales antireflectantes. Se las volvió a poner. Sí, veía mejor. Pero no acababa de entender qué hacía con unas de esas. ¿Cuándo se las había comprado? La respuesta que le vino automáticamente a la cabeza fue en febrero de 2008. Pero, claro, eso no podía ser. Faltaban más de once siglos para que llegara esa fecha absurda. Además, el mundo probablemente acabaría en el año mil, aunque él ya no estaría allí para verlo. En fin. Dado que la mejora en su visión era evidente, decidió ignorar el anacronismo y se sentó a hojear el periódico. Sólo que no sabía qué era un periódico. Supuso que sería aquel montón de hojas de papel que tenía entre las manos. Curioso, porque ni siquiera recordaba saber leer. De todas formas, eso del diario le parecía un buen invento. Traía noticias no sólo de su región, sino del mundo entero, incluidos países y continentes aún no descubiertos. Como América. Sí, se hablaba mucho de China, pero América seguiría mandando porque los american… Notó un mareo. No sabía qué le estaba pasando. Le venían a la cabeza toda clase de ideas absurdas y, lo que era peor, le caían en las manos objetos inverosímiles. ¿Se trataba acaso de un hechizo? ¿Quizás el demonio estaba tentándole de alguna retorcida manera? Le comenzaba a doler la cabeza. Necesitaba una aspirina. Sólo que no sabía exactamente qué era eso. Pero estaba seguro de reconocer una si la veía. Bajó a la cocina, donde su mujer preparaba la cena. Sí, podía resultar machista, pero él ya tenía unos cincuenta años, que para el siglo noveno no estaba mal del todo, y, en fin, no tenía edad para moderneces, que ya tenía bastante con las gafas y el periódico y América y… -Guinilda, cariño, ¿tenemos aspirinas? -Sí, en el segundo cajón. Ambos se quedaron parados un par de segundos: Guinilda, mostrando desconcierto; Guifré, adivinando en la condesa el desconcierto que él llevaba sintiendo desde hacía ya un buen rato. Pero abrió el cajón, cogió la aspirina y, con mano temblorosa agarró un vaso nada menos que de vidrio, abrió un grifo por primera vez en su vida y se tomó el analgésico. -Guinilda. -¿Qué? Guifré quería preguntar la pregunta que Guinilda quería que le preguntara, pero no sabía cómo formularla. -¿Qué hay de cenar? -Pollo con… Er… ¿Tomate? Guifré necesitaba una cerveza, así que abrió la nevera, agarró un botellín, lo abrió y se lo llevó al sofá. Al menos la cerveza que se estaba tragando no era ninguna cosa desconocida. A pesar de los conservantes y toda esa porquería que le echaban a... Se le cayó al suelo. La recogió rápidamente y limpió el charquito con su capa de terciopelo. Bah, esto se irá en la lavadora. La lava... Necesitaba tumbarse. Sí, en el sofá... Pensó que ver la tele un rato igual le distraía, así que la encendió y se puso a hacer záping. -Mira –le gritó a su mujer-, luego echan esa peli de Robert de Niro. -¿Cuál? -Esa en la que hace de mafioso. -Si siempre hace de mafioso. -Ya, pero la que digo es la de la mafia, que se lían a tiros… Bueno, a flechazos, ¿no? Porque no se ha inventado la pistola, todavía, y hay una persecución de coches... -No, a caballo. -A caballo. En el coche. -Déjalo, anda. Vieron la película juntos, a pesar de que ya la habían visto un par de veces antes, y luego se fueron a dormir. Cuando apagó la lámpara de su mesilla, Guifré tuvo como una mala impresión, como si algo raro hubiera pasado o estuviera a punto de pasar. Bah, pensó, será que… Pero no pudo. Acabar la. Será que. Vaya, acababa de recordar que se había dejado el móvil encendido. Bueno, daba lo mismo, tampoco le iban a llamar y tenía suficiente batería.
Toda la verdad acerca de Pilar Rubio (no, no somos familia)
Dicen que la tele engorda. Incluso las de pantalla plana. Que ganas hasta siete quilos. Supongo que eso será cierto si te la comes. En todo caso, lo que yo no sabía era que cambiara tanto a la gente. En todos los sentidos, no sólo a lo ancho. Claro, supongo que no es lo mismo ver a alguien en dos dimensiones que en tres. Pero tanto. Demasiado. No me lo esperaba. Es que el otro día vi a Pilar Rubio en un bar. Y en persona pierde. A ver, por la tele tiene un físico tan impresionante como el que compartimos todos los que nos apellidamos Rubio: es alta, tiene unos ojazos preciosos, unos ojazos preciosos, una boca encantadora, unas piernas tan largas que uno termina de mirarlas el miércoles y, en definitiva, una figura que podría haber diseñado… Er… No sé, un diseñador de cosas… De cosas bonitas. De mujeres guapas. Eso, una figura que podría haber diseñado uno de los tres mejores diseñadores de mujeres guapas del mundo. Y además parece simpática. En fin, no sé si será por la falta de maquillaje o por la iluminación o simplemente por ese carisma que tienen los que salen por la tele, pero allí en el bar se me cayó el mito a los pies. Pilar Rubio en persona es un señor de Burgos que mide metro cincuenta y cuatro, aparenta unos cincuenta y cinco o incluso sesenta años, conserva un total de doce dientes, viste pantalones de pana en verano, fuma tabaco de liar y tiene la odiosa costumbre de llevar siempre un palillo en la boca. Aun así y aunque no soy el típico que ve a un famoso y pierde el culo por ir a saludarle, decidí entablar conversación con ella. Era Pilar Rubio, al fin y al cabo; una oportunidad de hablar con una chica así no se tiene todos los días. Y ahí vino lo peor: además de no ser tan guapa como en la tele, ni siquiera se mostró agradable. Vale, tiene que ser un coñazo no poder salir a tomarte una cervecita en paz, pero creo que lo menos es mostrar un mínimo de educación. Que si se confunde, que si me llamo Ramón, que si me quiere dejar tranquilo, que si no me bese, que si está usted mal de la cabeza… Sí. Una maleducada. Y luego salió a la calle y me hizo correr detrás suyo. Ella gritaba: “¡Policía!” Y yo: “¡Me da igual que detrás de las cámaras te llames Ramón y seas de Burgos! ¡Te quiero tal y como eres! ¡Acepta este anillo que llevo en el bolsillo de la chaqueta desde que lo compré para ti hace dos años y medio con la esperanza de encontrarte en un bar, pedirte que te casaras conmigo y formar juntos una familia! ¡No me gustan los niños, pero por ti estoy dispuesto a comprar un perro! ¡Pero de los pequeños, eh!” Subidísima. Como si fuera, no sé, Audrey Hepburn. Si sólo hace tonterías por la tele. Bueno, mira, ella se lo pierde. Total, a mí siempre me ha gustado más Patricia Conde.
La amante número 10.542 de Aznar: "José María Aznar es el verdadero bosón de Higgs"
Como es ya sabido por todos y especialmente por todas, el poderío erótico sexual de José María Aznar no tiene límites. Los que conocen al ex presidente del mejor gobierno que tuvo España entre 1996 y 2004, afirman que su número de amantes estaría en torno a las once mil, todas ellas por supuesto bellísimas y superpoderosísimas.
Toda la verdad que no quieren que sepamos acerca de las proezas de alcoba de Aznar y el acelerador de partículas ese tan grande en Libro de Notas.
Joven
Al principio fue lo típico: cumplió los cincuenta y decía que ya no le bastaba con las cremitas y con los tratamientos de su esteticién de toda la vida. Total, que después de mucho insistir, cedí y le dije que vale, que tirara el dinero en la tontería esa del botox, si con eso se callaba y me dejaba en paz y dejaba de encerrarse en el dormitorio a llorar cada vez que salía el maldito tema. No, si yo lo entiendo. Para una mujer, tal y como está la sociedad, envejecer es complicado. A nosotros se nos permite engordar y quedarnos calvos y, bueno, aún se nos sigue viendo interesantes. En fin, si yo te contara. Pero es verdad que una mujer cumple los cincuenta o incluso los cuarenta y se vuelve prácticamente invisible. Sí, es injusto, pero mira, es lo que hay, cosas de la genética, supongo, que nos hace a los hombres así de cabrones. Y te digo una cosa, reconozco que por mucho que le dijera lo típico, que me a mí me daba igual lo vieja que se viera, si, total, yo tampoco estaba mucho mejor... Ya, bueno, a lo mejor no soy muy diplomático, pero mira, ella ya me conoce y ya sabe lo que quiero decir... Pues eso, que a pesar de que le dije que por mí no lo hiciera, pues oye, tengo que reconocer que estaba mejor. Por eso no me importó mucho que siguiera inyectándose cosas y quitándose grasa y alisándose partes del cuerpo. Total, dinero tampoco nos faltaba. Y te lo juro, al cabo de cuatro o cinco operaciones daba gusto salir con ella por la calle. No aparentaba ni cuarenta años. Así, delgada y con la piel sin manchas y sin arrugas. Estaba impresionado y casi acomplejado. Suerte que nunca he sido celoso porque si no, me hubiera preocupado. Pero a partir de entonces la cagó. Yo se lo decía, plántate, no seas avariciosa, que hay que envejecer con dignidad. Y ella, no, si sólo es por mantenerme así. Mentira, claro, porque cada vez quería más. Y pasó de aparentar cuarenta a aparentar treinta, pero treinta años raros, como de plástico. Se inyectó botox en todo el cuerpo, se hizo como cuarenta liposucciones y se operó hasta los dedos de los pies, que se ve que con la edad se te curvan más de la cuenta o no sé qué historias. El caso es que cuando iba por la calle y nos paraban conocidos, muchos decían eso de qué guapa está tu hija. Pero en serio. No por hacer la broma simpática. Otros creían que nos habíamos divorciado y que estaba, no sé, con alguna secretaria pilingui. Yo, que llevo veinte años con la misma secretaria, María Eugenia, que se jubilará dentro de seis meses, imagina. Se lo dije... No, a mi secretaria, no, a mi mujer, ¿quieres prestar atención? Le dije, cariño, creo que te estás pasando. Pero no. Que se veía vieja. Que no quería acabar como esas ancianas arrugadas que le daban asco a todo el mundo. Que lo hacía por mí. Para que no tuviera que buscarme otra más joven por ahí. Y se acortó las piernas y se quitó cosas que se había puesto y se puso coletas y, en serio, yo ya no sabía qué hacer. Para que te hagas una idea, una noche la llevé a cenar, le di un beso en los labios y, bueno, la que se armó. Una vieja empezó a pegarme con el bolso, llamándome degenerado, un tipo me agarró y me tiró al suelo, y luego vino la policía y, claro, nadie se creía que era mi mujer y que había pasado del medio siglo. Por mucho que enseñara el dni. Porque además la foto parecía de otra persona. Claro. Pasé seis días en el calabozo. Tuvieron que venir sus cirujanos y su madre y mi hija. Y mi abogado, por supuesto. Qué follón. No lo había pasado peor nunca. En mi vida. Hasta pruebas de adn, le hicieron. Y el otro día... Buf... El otro día fue al cirujano. Y yo, que voy contigo. Y ella, que no. Y yo, que sí. Y ella, que no, que te pondrás pesado. Y yo, claro que me pondré pesado, a saber qué otra locura vas a dejarte hacer. Y ella, que sólo quiero tener un buen aspecto. Al final cedió porque, claro, siempre que conduce, la para la policía. Llegamos y el médico dijo, antes de que yo abriera la boca, mire, ha hecho bien viniendo. Este tratamiento que le comenté a su mujer es lo último. No se preocupe, es segurísimo, apenas si tiene efectos secundarios. Pero, claro, es necesario que la familia tenga en cuenta una serie de cosas. Necesitará esto, por ejemplo. Usted no es tan mayor, igual le tocó poner alguno a sus hijos. Y el tío siguió hablando, pero yo ya no oía nada, sólo podía ver el paquete que me había puesto en las manos, un paquete de pañales para bebé. Al salir, insistí. ¿No te estás pasando? ¿No te ves lo suficientemente joven, ya? Pero se acababa de tomar unas pastillas que le habían dado en la misma consulta y sólo pudo balbucear cuatro sílabas antes de tropezar y seguir gateando hacia el coche.