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Barack Obama: "Yo no soy tan malo, yo gané el Nobel de la Paz"
Como es natural, he sido invitado a los festejos del primer aniversario de Barack Obama al frente de la Casa Blanca. Pedazo de fiesta. Hay cava Freixenet del bueno, bombones, Ferrero Rocher, taquitos de queso García Baquero semi, jamón Navidul. En fin, una clase y una categoría que ya quisiera la cena de navidad de Libro de notas, también llamada la cena de navidad Findus de notas. El caso es que no sólo me codeo con las más altas instituciones de la política y de la sociedad estadounidense, como este actor que es muy conocido, este que salía en aquella película, sí hombre…, entre otros muchos, sino que además el presidente de Estados Unidos del Mundo me concede un rato a solas en su despacho para comentar en exclusiva sus primeros doce meses de gobierno. “Buf —resopla, nada más sentarse—, creo que he bebido demasiado cava con Red Bull… Estoy hasta mareado, qué calor”. Mientras se quita la chaqueta, le pregunto por la reciente salida de la recesión económica, cosa que admite que ha sido “más bien suerte. No veas, me viene todo de cara. Salimos de la crisis, me dan el Nobel… Estuve mirándome lo de la crisis hace poco y me dije, vamos a ver qué hacemos con este lío, pero no me ha hecho ni falta”.
El resto, en Libro de notas.
La mariposa y el tornado
Es muy popular el llamado efecto mariposa, que explica cómo pequeños cambios pueden dar lugar a escenarios completamente diferentes; es decir, cómo causas pequeñas podrían provocar grandes efectos. El caso es que hace poco di con una historia que ilustra de manera precisa cómo las cosas más tontas pueden cambiarnos la vida. Todo comenzó el 1 de septiembre de 1939, cuando Hitler invadió Polonia. Esto llevó a que Churchill declarara la guerra a Alemania. Un joven inglés llamado Anthony Stevenson decidió entonces alistarse para defender Europa del peligro nazi. Murió en Francia en 1942, dejando una prometida en Londres, que se casó con James Smith. La prometida de Stevenson nunca pudo superar la muerte de su primer novio y se casó sin estar realmente enamorada, cosa que llevó a la separación del matrimonio en 1954. El hijo pequeño de la familia, traumatizado por el divorcio de sus padres, se convirtió en un joven rebelde que nunca llegó a la universidad, aunque consiguió un buen trabajo en una fábrica de cerveza. Allí conoció a Edward Hays, a quien animó a venir de vacaciones a España a mediados de los setenta. Hays pasó dos semanas en Málaga con su mujer y sus dos hijos. Las vacaciones sólo tuvieron una pega: la esposa de Hays, Margaret, se rompió una pierna. Al no poder bañarse en la piscina, pasó varias tardes en la terraza del hotel, donde conoció a una catalana llamada Judith Martínez, quien gracias a la inglesa probó por primera vez el alcohol. Cuando Martínez volvió a su casa ya era una adicta que en unos años moriría de cirrosis. Algo antes, en 1981, su marido se divorció de ella y se casó con la prima de un amigo, con quien tuvo un hijo. Este chico tuvo un accidente de moto en 2002, del que le quedaron secuelas en el oído interno. Estas secuelas fueron en forma de vértigos, mareos y un equilibrio deficiente. A pesar de estos problemas, el 30 de septiembre de 2009 se ofreció a traer a todos los compañeros del departamento unos cafés. A mí me tiró el mío encima. Me quemé y tuve que llevar la camisa al tinte. Es realmente curioso lo del efecto mariposa. Algo en apariencia trivial y sin importancia, como la invasión de Polonia, provoca una reacción en cadena que acaba conmigo gritando de dolor durante cuatro segundos y luego yendo a casa en metro con toda la mancha encima, qué vergüenza. Parece increíble cómo hechos irrelevantes acaban causándonos terribles desgracias. Es algo que todo el mundo debería tener en cuenta antes de liarse a bombardear ciudades. Unas pocas décadas más adelante, las camisas de vuestros nietos peligran.
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La situación económica es lamentable. Por hacer un resumen rápido: en una muestra de su habitual generosidad, los bancos decidieron regalarnos dinero para comprar viviendas que unos cuantos filántropos estaban edificando con el objetivo de que nadie absolutamente nadie tuviera que pasar frío y calamidades en la calle. Pero la generosidad no es gratis y las rudas leyes del capitalismo cayeron como losas sobre las entidades bancarias, que de pronto se dieron cuenta de que no podían mantener sus buenas obras al mismo ritmo que siempre. Por suerte, millones de ciudadanos agradecidos clamaron en las calles para que los gobiernos usaran dinero de sus impuestos e intentaran así compensar a entidades como Lehman Brothers, Fortis y las cajas de ahorros, empresas que sólo se tambaleaban debido a esa desinteresada bondad que siempre ha caracterizado a sus nunca bien retribuidos CEO. El caso es que la cosa sigue regular tirando a mal y los brotes verdes apenas sirven para que los directivos puedan fumárselos y emporrarse mientras despiden a gente, no vaya a ser que alguien les despida a ellos. Lo cual sería sin duda injusto porque a ver, ¿aquí quién trabaja? Pues el trabajador. Y si las cosas van mal no va a ser por culpa de un presidente que está tocándose los huevos en su despacho, vamos, digo yo. Despidamos a quien se lo merece; lo contrario es cosa de comunistas.
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