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José María Aznar: "Para solucionar la crisis del Alakrana bastaba con invadir Iraq otra vez" (o De cómo salvé al mundo de la crisis mundial, 3)
José María Aznar nos recibe en su despacho de la Universidad de Georgetown, mientras toma una copa de vino y juega al Gran Turismo 4 en la Play. En cuanto se estrella contra un hospital, apura la copa, se gira hacia nosotros y musita, apenas moviendo los labios debajo de lo que no hace mucho fuera un bigote y ahora es un bigote con depilación brasileña: “¿Alguien quiere un vinito?” Gorbachev, Merkel y yo rechazamos la oferta: el vuelo en el batcóptero ha sido, digamos, poco agradable. Al parecer, el aparato se resiente del peso, al estar preparado para un superhéroe adulto y otro adolescente, y no para dos líderes mundiales con tendencia la redondez y un redactor obeso y con gases. La canciller alemana le explica para que estamos aquí, o sea, allí: “Necesitamos que vayas bingo y saques al mundo de la crisis gracias al método infalible que ha diseñado Mikhail”. Aznar se queda pensativo. Se abre otro cartón de tintorro, se sirve una nueva copa y explica que sus tiempos de “salvar al mundo ya han pasado. No sé si estoy preparado para otro… Iraq”. Su rostro se oscurece mientras explica cómo trajo “la democracia a un país atrasado que se acabaría convirtiendo en uno de los motores de la economía mundial. Sólo hay que ver cómo está Iraq ahora: hay un McDonalds, dos cortesingleses, un Ikea y una renta per cápita comparable a la de Suiza. ¿Y cómo me lo agradecieron los socialistas? Robándome el gobierno que le di en herencia a Rajoy. Sí, robar. ¿Nadie leyó El Mundo entre 2004 y 2007? Ahí se explica todo. Lo del ácido bórico, por ejemplo: Zapatero lo colocó en una oficina de la Renfe. Está clarísimo”.
El resto, en Libro de notas
¡El regalo perfecto para estas navidades!
Ante la comprensible indiferencia del mundo editorial, he decidido pedir asilo en Bubok. Allí podréis comprar La decadencia del ingenio. Una novela que a pesar del título no tiene nada que ver con el blog, excepto alguna que otra página suelta. Ah, y que el autor de ambos soy yo, claro. Lo tenéis en papel y (mucho más barato) en e-book (lo que viene a ser el pdf de toda la vida). El libro es la autobiografía que escribe un niño de trece años. El muchacho relata lo normal: cómo se alargó varios meses el embarazo, sus primeros asesinatos, el estreno y la posterior gira de su sinfonía, y etcétera. Hay sangre, pianistas desaparecidos, prostitutas italianas y un duelo. ¿Qué más se puede pedir? Los beneficios que se obtengan de la venta del libro se invertirán en cañas.
Sorpresa
A: Usted puede aceptar los mil euros y retirarse del juego tan tranquilo o abrir nuestra caja sorpresa. B: Ah, pues mire, me quedo con el dinero, que me viene muy bien. A: No, hombre, no me joda. B: Sí, lo sé, soy un conformista, ya me lo decían en el cole. Me gritaban: ¡Conformista! ¡Abúlico! Pero es como soy. Me quedo con el dinero. A: Yo cogería la caja sorpresa. B: Es posible, no lo sé. En todo caso, yo no. Prefiero el premio en metálico. A: Que en la caja sorpresa hay una sorpresa. B: Sí, ya me supongo que el nombre viene de ahí. A: Entonces, ¿se queda con la caja sorpresa? ¿Esa es su decisión? B: Gracias, pero no. Como ya le he dicho... A: Muy bien, ¡opta por la caja sorpresa! Así me gusta, el mundo es para los valientes. B: No, si yo... A: Abra, abra. B: Bueno, pues abriré. Dentro hay... ¿Otra caja? A: Sí, ábrala también. B: Y otra... Dentro de esa otra caja, hay otra más. Y otra. Y otra. Y otra. Y otra. Y sí, ya está, al final hay una caja muy pequeña. A: ¡Un magnífico juego de cajas! B: Tendría que haberme quedado con los mil euros. A: Efectivamente, mucho mejor que el dinero. Pero aún le ofrezco la posibilidad de volver a casa con más. Puede quedarse con las cajas sorpresas o abrir la puerta sorpresa. B: Ya da igual, me voy a casa con mis cajas, que así puedo guardar cosas. A: Buena elección: quiere abrir la puerta sorpresa. B: No, si yo... A: Abra, abra. B: Como haya otra puerta, la vamos a tener. A: Abra, le digo. B: ¡Joder! ¡Detrás de la puerta hay un Mercedes! A: ¡Y la sorpresa es que ese coche NO ES SUYO! B: Vaya, hombre. Me ha sorprendido, sí. Un poco. Entonces, ¿me quedo sin cajas? A: Pero tiene un fantástico recuerdo de un Mercedes. B: Un Mercedes plateado. A: Mejor un Jaguar verde, ¿no? B: Puestos a tener recuerdos y por el mismo precio, pues sí. En fin, un placer oiga, yo ya voy tirando, que tengo que coger un autobús. Qué bajón, después de ver ese cochazo. A: Espere, aquí tiene nuestro premio de consolación. B: No, si ya da igual. Yo en realidad venía a acompañar a un amigo. A: Tenga, abra este sobre. El sobre sorpresa. B: No, en serio, da igual, no se moleste. A: Si no es molestia, es un regalo. Abra el maldito sobre de una vez. B: En fin... Hay como un polvillo blanco. A: Sí señor, se lleva usted a casa ¡una infección por ántrax! B: Hombre, qué bien, ¿no? Ustedes son muy graciosos, ¿verdad? A: Es lo que tiene. B: Entonces, del aumento nada, ¿no? A: Pues va a ser que no. La crisis, las puertas sorpresas, el ántrax, todo juega en nuestra contra. B: En fin, otra vez será. A: No crea, no crea. B: Se intentará. ¿Y aquello que se dijo del bonus? A: Sí, desde luego. Habrá un bonus sorpresa.
Mikhail Gorbachev: "¡Zorra! No le merece" (o De cómo salvé al mundo de la crisis mundial, 2)
Resumen de lo publicado: Jaime Rubio y Angela Merkel deciden visitar a Gorbachev, quien podría tener la clave para salvar la economía mundial gracias a un método infalible para ganar en el bingo.
Merkel y yo llegamos a la dacha de Gorbachev en el batcóptero. Quien fuera líder de la Unión Soviética nos recibe en un alegre chándal de jubilado y nos sirve unas copitas de un líquido transparente que resulta ser, decepcionantemente, licor de manzana. Angela no tarda en preguntarle por su método para ganar en el bingo, método que podría solucionar los problemas económicos de los gobiernos mundiales. Ahí la corto en seco. Yo sé cómo se hace una entrevista y sé que hay que hacer unas preguntas amables a modo de calentamiento antes de llegar al fondo del asunto. Merkel opina que esto dejó de ser una entrevista hace tiempo, pero le pido que mire a su alrededor: “¿No ves que estamos en Libro de notas? ¿En mi sección, Dos puntos comillas? Esto es por tanto una entrevista. Es más, ¡la voy a hacer con pes y erres!”
El resto, en Libro de notas
Angela Merkel: "Yo sólo soy la líder del gobierno alemán, a mí no me preguntes" (o De cómo salvé al mundo de la crisis mundial, 1)
Angela Merkel nos recibe en su búnker, donde tiene apiladas latas de conservas, máscaras antigás, bidones de agua, un par de rifles, un gusiluz y varios paquetes de gominolas. “Lo siento —dice a modo de recibimiento, mientras ordena el botiquín—, pero no soy nada optimista: lo peor está por llegar”. Según nos ha asegurado su médico, revivir la caída del muro le ha recordado a la cancillera alemana la etapa que vivió en la RDA, produciéndole el llamado Síndrome de Merkel, caracterizado por un pesimismo exacerbado. “Sé que no es lo que se lleva —afirma—, ahora que todo el mundo dice que las cosas están a punto de estar a punto, pero lo cierto es que se nos viene una encima que sólo de pensarlo me tiemblan las rodillas, mira, mira”. Y es verdad, le castañetean como dos patatas con parkinson. Sus previsiones son contundentes: “Me parece inevitable que el paro llegue al 42 por ciento antes de diciembre. En seis meses estará en el 130 por ciento, ya que no habrá ni siquiera tareas del hogar suficientes para todos. Esto provocará revueltas y asaltos a supermercados. Cuando estos queden vacíos, nos comeremos los unos a los otros. Los supervivientes nos encerraremos en búnkeres y sólo saldremos en pequeñas batidas armadas en busca de carne humana. La guerra acabará probablemente en 2040 o incluso 2050, con la llegada del hijo de Obama a la presidencia de las Naciones Unidas”.
Toda la entrevista en Libro de notas.