enero 2007 | ||||||
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diciembre | febrero |
¡Que me devuelvan a mí mismo!
Sr. Director:
Me dirijo a usted con la intención de denunciar un nuevo atropello que ha sufrido un ciudadano normal de la calle (en este caso yo) por parte de las administraciones públicas que se supone están a nuestro servicio y que sin embargo parecen estar sólo a servicio de los bolsillos de los cuatro de siempre. El tema es que hace unas semanas un juez probablemente drogadicto y seguramente sin noción ninguna acerca de lo que es la justicia decidió ordenar la retirada por dos años de mi permiso de conducir, a causa un asunto que ahora no viene al caso, pero que no fue para tanto, porque si yo me compro un coche de doscientos caballos no es para conducir a ciento veinte como las abuelas y, al fin y al cabo, el que se dejó una fortuna limpiando la sangre y cambiando el parabrisas roto fui yo. Sin embargo, por un error propio de la incompetente burocracia española del vuelva usted mañana, a no ser que mañana sea viernes porque los viernes no estamos para nada, me retiraron el carné de identidad en lugar del de conducir, con todas las consecuencias que dicho error trajo consigo. Imagine: mi señora, mis hijos, mi familia y mis amigos ya no recuerdan ni mi nombre ni mi cara. Es más: yo no recuerdo si esa gente que vive conmigo son mi esposa y mis retoñuelos, ni si ese tipo que dice ser mi primo y me pide treinta euros cada vez que me ve es realmente familia mía, ni si alguna vez he tenido un amigo de esos de verdad, de los que se cuentan con los dedos de una mano y te sobran siete u ocho dedos y un par de codos. Y no se queda ahí la cosa: en el trabajo me dicen "eh, tú", en vez de señor gerente o lo que fuera que haya sido. Porque yo mismo no sé quién soy, ni qué hago en este mundo tan triste, ni qué eran esas cosas tan sencillas, pero al mismo tiempo tan agradables, que le daban sentido a mi vida (quizás los trucos de cartas, pero no me haga mucho caso). Tampoco me emociono cuando veo jugar a la selección y ni siquiera sé cuál es la selección con la que me correspondería emocionarme. No recuerdo quién era mi cantante favorito, ni si yo era (soy) un tipo colérico o más bien tranquilo. Por la calle, la gente no se da cuenta de mi presencia y me pisa, sin disculparse después. Mi médico ha sugerido la posibilidad de que haya muerto. Y, lo que es peor, ni siquiera estoy seguro de estar tan indignado como correspondería, dada la afrenta que he sufrido y el carácter que se supone tenía y que espero recobrar en un futuro próximo. Aprovecho por tanto el espacio que usted tan amablemente me cede en este diario de reconocido prestigio para exigir que se subsane este error de una vez por todas y se me devuelva mi identidad ipsofácticamente.
Atentamente,
Un señor, a juzgar por lo que parece una barba, que tenía un nombre que comenzaba por M o por J.