miércoles, 30. agosto 2006
Jaime, 30 de agosto de 2006, 9:49:57 CEST

Confirmado: Fidel Castro es el hombre más sano del mundo


Dados mis conocimientos médicos e informáticos --no en vano me llaman el Doctor Geek-- fui llamado por las autoridades cubanas para certificar que las fotos en chándal y en el hospìtal del Comandante Fidel Castro no habían sido photoshopeadas. Y puedo atestiguar que lo que algunos llaman propaganda del régimen no era más que información real y fidedigna. Castro estaba hecho un toro. De hecho, cuando entré en la habitación me lo encontré haciendo abdominales. "No se lo diga a mí médico --me pidió o, más bien, me ordenó--. Quiere que descanse. ¿Pero cómo descansar cuando el pueblo cubano me necesita?" El comandante hizo salir a las dos mujeres desnudas que dormían en su cama y me preguntó qué me parecía su estado. --La verdad --le dije--. Es sorprendente. En Europa todo el mundo insinúa que usted padece cáncer de colon y que está en las últimas. --Malditos cerdos capitalistas. Quieren que enferme de lo mismo que Juan Pablo II. Pues que sepan que gracias al excelente sistema sanitario cubano, en esta isla no hay cáncer. Excepto quizás algún caso aislado traído por espías a sueldo de Miami. --De todas formas, veo que las fotos fueron retocadas. --Pues sí. Nadie creería que éste es mi aspecto real. Tuvieron que avejentarme y reducir mi tono muscular. Fíjese. --Cielos, qué muslo más bien torneado. Parece una piedra. --Le diría que lo tocara, pero eso no es mi muslo. --Oh... Vaya... Es... asqueroso. --Lo sé. Permita que me tape. --Por favor. Por cierto, ¿aprovechará esta, digamos, pausa hospitalaria para impulsar la transición democrática en la isla? --Imposible. La única forma de conseguir la democracia en Cuba sería tras mi muerte y el envío a la Luna de los líderes fascistas de Miami. En cuanto a lo segundo, sería fácil si se atendiera a las investigaciones de las mejores universidades del mundo (las cubanas), pero lo primero es más complicado: como usted ha podido comprobar, soy inmortal. Venga, dispare --añadió, ofreciéndome una pistola--. Sin miedo: las balas me rebotan. Resultó que las balas igual le rebotaban, pero hacia adentro. No sé si lo de la inmortalidad también era falso: no me quedé a averiguarlo. Es curioso, en las pelis no sangran tanto. Bueno, en las de Tarantino, sí. En esas sangran más de la cuenta. Llegué a Miami usando una zapatilla de Fidel a modo de balsa.


 
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