diciembre 2003 | ||||||
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Dejad que los locos se acerquen a mí
Estaba en el metro, leyendo y sin meterme con nadie, cuando un tipo barbudo, cuarentón y feúcho se me ha acercado y me ha dicho al oído: "Tú eres un fantasma". Al principio me he asustado, claro, me están diciendo que estoy muerto, así, de sopetón, hasta que me he dado cuenta de que se refería al otro significado de la palabra fantasma. Me hubiera gustado discutir tranquilamente esta opinión, pero me fue imposible: el tipo me lo había dicho justo cuando se abrían las puertas del vagón, de modo que cuando levanté la cabeza me encontré con que este nuevo amigo ya caminaba aprisa por el andén, en dirección a las escaleras. Esto me ha sorprendido. No porque sea la primera vez que me llaman fantasma -me han dicho cosas peores-, sino porque los chiflados y los borrachines suelen ser más simpáticos y amables. De hecho, ése es su problema, que son demasiado simpáticos y amables. Recuerdo por ejemplo un viaje de tres cuartos de hora en autobús nocturno al lado de un simpatiquísimo tipo que no paraba de hablar. Yo sólo le decía que sí a todo y él me explicaba que se había tirado los últimos diez años trabajando en el campo valenciano, aunque acabó admitiendo -como si yo le hubiera forzado a ello- que había pasado esos diez años en la cárcel. En ese momento se dedicaba a vender cocaína, aunque su mujer no sabía nada. Desde entonces, por las noches voy en taxi. La amabilidad de esta gente, es también exagerada. Para empezar, los borrachuzos y los tocados del ala se ponen a hablar con el primero que ven, sin hacer distinción de sexo, de edad o de clase social. Son bastante más demócratas que la gente sobria. Por otro lado, yo no sé si los niños y los borrachos son los únicos que dicen la verdad, pero lo que es seguro es que son los únicos que me hablan de usted. Es más, los dipsómanos suelen estar obsesionados con la educación. -Shi esh que she han perdido losh modales, ¿no eshta ushted hic de acuerdo? -Sí, lo estoy. -La gente ya no hic da ni buenosh díash, ni lash buenash tardesh, ni nada. -Pues no. No da nada. -Ni en el ashshenshor. -Ni en el ascensor. -En losh pueblosh esh diferente hic. En lash ciudadesh, ya she shabe. Sí, señor, ya se sabe. También es curioso que cuanto más tarda uno en sacárselos de encima, mejor le tratan. Normalmente comienzan hablándole a uno de usted, luego le dicen "señor" y acaban soltando algún que otro "caballero". Creo que, si se les deja seguir, elevan el cargo a "molt honorable", aunque aún no he hecho la prueba. De todas formas, hay que decir que la de hoy no ha sido mi única experiencia desagradable con un locuelo. No hace mucho, un señor que olía a vino se puso a mi lado en el metro. Y luego me dijo que yo estaba demasiado cómodo y que ocupaba más espacio del que me tocaba. Lo dijo casi sin tartamudear. Lo gracioso del caso no es sólo que yo sea más bien delgadillo y qué él fuera una especie de Papá Noel sin gorro, sino que el vagón estaba vacío. Éste era un borracho algo nazi: estaba obsesionado con su Lebensraum.
Actualización: Creo que había olvidado activar la opción de permitir comentarios en esta historia. No creo que hayáis sido millares los decepcionados, pero, en todo caso, que sepáis que ahora sí podéis escribir alguna cosilla. Disculpas.