diciembre 2003 | ||||||
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noviembre | enero |
Being José Luis de Vilallonga
José Luis de Vilallonga pide en su último artículo colaboración a los lectores: le gustaría que le ayudaran a escribir una novela sobre el mundo del teatro. Uno podría pensar que Vilallonga ya está mayor y que requiere de unas cuantas manos amigas que le ayuden a escribir, del mismo modo que a lo mejor necesita un bastón para caminar. Pero en realidad no pide ayuda para redactar, sino para combatirse a sí mismo: "Mi problema consiste en que todavía no he decidido si mi héroe va a ser un personaje de ficción o si lo voy a encarnar yo mismo con nombres y apellidos, lo que sería como dar una continuación a mis memorias, lo que me gustaría evitar a toda costa". Todo esto es muy raro, porque, cada vez que ha cogido papel y pluma, Vilallonga no ha hecho nada más que hablar de Vilallonga, lo que me parece muy bien, porque lo hace de maravilla. Es decir, que ya debería estar acostumbrado a sucumbir a su propio ego, cosa que además parece hacer encantado. Pero puede que el marqués de Castellvell ya no sea aquel joven de setenta años que no dudaba en hablar, por ejemplo, de los cientos de mujeres con las que se había acostado -la mitad, al menos, nobles o famosas. Ahora resulta que quiere hablar de personas que no se han ido a la cama con él. Todo indica, pues, que ya no tiene fuerzas para resistir su propia persona. Lo que, por otro lado, es absolutamente normal: ser José Luis de Vilallonga durante tanto tiempo tiene que resultar una experiencia agotadora. De todas formas, alguien tendría que avisarle de que, en realidad y como todo el mundo, acabará hablando de sí mismo. Por mucho que disimule o se disfrace tras un personaje de ficción. Ficción, dice, a quién pretende engañar.