Leo que la novelista
Patricia Cornwell asegura que el pintor Walter Sickert fue Jack el Destripador. Sickert siempre ha sido uno de los sospechosos habituales, hasta el punto de que un supuesto hijo ilegítimo suyo confesó en el lecho de muerte los crímenes del pintor. Crímenes que podrían formar parte, se supone, de una especie de conspiración masónica para ocultar que el nieto de la reina Victoria, el Duque de Clarence, era un putero impenitente y sifilítico. Aunque yo no tengo muy claro qué tiene que ver la masonería con las conspiraciones, a pesar de
El péndulo de Foucault.
No conocía a Walter Sickert. Pero resulta que fue un impresionista británico que se hizo medianamente conocido a finales del siglo XIX por sus pinturas de artistas y escenas de teatro. En 1908 y 1909 pintó una serie de cuadros en los que aparecían prostitutas, a veces aparentemente muertas, en una habitación en la que también había un hombre vestido. Así nació el mito. Aunque igual su apellido, que contiene la palabra
sick ha ayudado a pensar mal de él.
Sickert era, pues, pintor. Eso seguro. Y, quizás, asesino. Cornwell se ha dejado unos cuatro millones de dólares para intentar demostrarlo. Parece que las pruebas de ADN son caras. Compró además cartas del artista, su escritorio y treinta y un cuadros. Así pudo llevar a cabo las pruebas necesarias. De hecho, para saber si un señor ya muerto asesinó a cinco mujeres hace más de un siglo, Cornwell tuvo que
sacrificar una de las pinturas. La destripó.