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El misterio de los bebedores desaparecidos
Es posible que algunos de mis más observadores lectores (probablemente no el señor de las setenta y seis dioptrías) se hayan dado cuenta de un curioso fenómeno que se está dando en muchos bares: la gente desaparece. Aquel amigo al que sólo eres capaz de recordar arrastrando las consonantes y con un gin tonic en la mano deja de apoyarse en su barra favorita de una semana a la siguiente. Esa chica tan guapa que a veces se digna a hablarte ya no toma sus rones en la mesa de al lado. Tu amigo de la infancia de repente ya sólo llama para hacer algo que al parecer se llama "tomar café una tarde de estas" y que no sabes muy bien en qué consiste. Estas desapariciones han causado consternación y alarma en la sociedad. Obviamente han de tener alguna explicación natural, pero la policía y la ciencia aún no han dado con ella. Eso sí, ya se han difundido las leyendas urbanas que explican este hecho misterioso con historias incomprobables y seres monstruosos que raptan a nuestros compañeros de cervezas. Merece la pena reseñar una de estas historias, la más popular. Es la que trata sobre los llamados BEBÉS. Incluso el nombre parece hacer referencia a esos bebedores que se esfuman. Al parecer, los "bebés" atacarían por lo común y por sorpresa a parejas antes divertidas y dicharacheras. Dicen que sellan las puertas de las casas y retienen a sus inquilinos con toda clase de tretas y armatostes en forma de juguetes infernales, además de rociando a aquellos antes alegres amigos con excrementos, orines y vómitos. Las historias que se oyen son terroríficas y tan exageradas que resultan difíciles de creer. Se habla de "bebés" que mordisquean pechos cada dos o tres horas, agotando la energía del progenitor de turno. Se dice también que gritan como posesos por las noches, impidiendo que nadie en todo el edificio duerma. Y eso que la mayoría de estas criaturas exige silencio absoluto a partir de las ocho de la tarde. También serían celosos hasta el punto de ahogar cachorritos y mearse encima de las visitas. Lo malo es que nadie está a salvo: suelen atacar a parejas, pero algunos explican que ciertos solteros y divorciados pueden verse asolados y aislados del mundo por estos seres egoístas y diabólicos que obtienen satisfacción del hecho de esclavizar a personas inocentes. ¿Y de dónde vendrían estos "bebés"? Las leyendas son variadas y contradictorias. Algunos dicen que se trata de una maldición que acosa a las parejas aburridas. Otros aseguran que tienen origen en China, porque se comenta que mucha gente vuelve de ese país con un "bebé" a cuestas. También hay historias que los relacionan con enfermedades venéreas: estos cuentos probablemente relatados por madres que quieren asustar a sus hijas, nos hablan de una joven incauta que pasa una noche con un apuesto bloguero, para despertar sola y ver que en el espejo del lavabo el tipo ha escrito con pasta de dientes la frase "bienvenida al mundo de la maternidad". Por supuesto no son más que historias absurdas y tontorronas, pero hacen hincapié en este misterio sin resolver: el de los treintañeros, a veces veinteañeros, que desaparecen de las barras de los bares sin que nadie sepa por qué.
Iguales (fragmento)
Los dos miembros del jurado de los que hablamos son Julián Sánchez García y Julián Sánchez García, dos personas iguales y por tanto elegibles para participar en el mismo juicio, al igual que los otros dos varones miembros del jurado: Julián Sánchez García y Julián Sánchez García. Sánchez y Sánchez eran aún más iguales que Sánchez y Sánchez. Tanto, que los confundieron ya en el hospital, apenas minutos después de haber nacido al mismo tiempo. Eran tan parecidos que las dos enfermeras salieron al pasillo cada uno con su bebé en brazos, y al encontrarse la una con la otra, ya no sabían si el bebé que sostenían era el bueno o si ya se habían equivocado nada más verse. Como la confusión era inevitable, las enfermeras pusieron a los niños en la misma cuna y esperaron a que los padres decidieran qué era lo mejor. Las dos familias estaban desconsoladas e irritadas a partes iguales. Ni las propias madres sabían quién de los dos era Julián y quién era Julián. Con los nervios, la única solución que consideraron acertada fue sortear a los niños. Pero además, como sus madres también eran iguales y durante el sorteo estuvieron en la misma habitación, los padres se vieron sobrepasados por esa igualdad y ante el temor de confundir a la Montse de uno con la Montse del otro, decidieron sortear a sus esposas. Evidentemente, las esposas también habían visto a sus maridos entrar juntos en la habitación, así que no tuvieron más remedio que sortearlos a su vez. Las dos familias vivieron más o menos felices hasta que los chicos cumplieron doce años. Ese día unos hechos en apariencia inocentes desembocaron en una tragedia familiar. Los dos julianes recibieron por su cumpleaños un kit para hacer pruebas de ADN. Emocionados ante lo que creían un inicio en el fascinante mundo de la criminología científica, hicieron una primera prueba con sus padres. Los dos julianes descubrieron con horror que ni su padre era su padre, ni su madre era su madre. Que ya es mala suerte, porque uno de los dos, al menos, lo podría haber sido. Las madres respiraron aliviadas al saber que no habían sido infieles a sus maridos, mientras que los maridos, en un resto de machismo del que hay que reconocer que se avergonzaron, lamentaron no haber aprovechado para acostarse con otra mujer, por muy igual que fuera y por muy poca cuenta que se hubieran dado. Obviamente, las dos familias no tuvieron problema en ponerse en contacto, ya que en su momento se habían intercambiado los teléfonos, por si las moscas. Tras unos días de llanto e inquietud, los dos julianes decidieron seguir cada cual con la familia que les había criado, a pesar de ciertas reticencias iniciales. Y es que en realidad no tardaron en darse cuenta de que la otra familia les hubiera criado igual y hubiera venido todo a dar lo mismo. Sin embargo, ellos estaban decididos a no cometer los mismos errores que sus padres. Sabedores de que siendo iguales corrían el riesgo de casarse con mujeres iguales, concebir el mismo día y confundir sus hijos, tomaron una decisión quizás demasiado drástica, sobre todo teniendo en cuenta que en el jurado había otros dos hombres iguales también a ellos, cuyas vidas, aun siendo más bien iguales, no lo habían sido tanto como para dar lugar a confusiones tontas. En definitiva, lo que los julianes decidieron fue casarse con la misma mujer, y turnarse la convivencia semana sí, semana no, sin que ella lo supiera. La cosa tenía sus indudables inconvenientes, como los celos, las tardes de soledad y, por qué no decirlo, las lamentaciones de quien tenía que pasar por un mal rato de pareja –discusiones, caprichos, agobios- mientras el otro Julián estaba, por ejemplo, emborrachándose con sus amigos. El trimonio tuvo dos hijos perfectamente sanos y más bien parecidos, sin que ninguno de los dos julianes tuviese el menor deseo de desenterrar su kit de identificación de ADN para comprobar cuál de los dos era el padre de cada uno de los dos. Total, si daba lo mismo. Daba tanto lo mismo que a los dos bebés los llamaron Julián y Julián. A pesar de que uno era niña.
Pulseras de la mala suerte
Como no podía ser de otra forma y dado mi carácter débil e influenciable, yo también me he comprado una de estas pulseras holográficas con tecnología imantada y radiaciones ultravioleta gamma de baja densidad singular. Se trata de un trozo de goma al que han mirado fijamente diecisiete atletas de élite (alguno incluso de elite) enviando unas frecuencias electromagnéticas que le dan propiedades milagrosas: salto diecinueve centímetros más (tanto a lo alto como a lo largo), aguanto el equilibrio casi dos segundos antes de caer rodando escaleras abajo, puedo beber dos cervezas más, antes de que se me trabe la lengua, soy capaz de correr más rápido, con lo que me da mucha más rabia que se me escape el autobús (lo rozo con la yema de los dedos), y además soy mucho más flexible: me toco la punta de los pies con los dedos. Con los dedos del otro pie. Antes no podía. Pero no todo son ventajas. Estas malditas pulseras facilitan proezas físicas como las ya mencionadas, pero tienen un defecto: traen mala suerte. Se trata del clásico efecto compensador, también llamado "¿tú qué te crees, que lo puedes tener todo? ¿Quién te piensas que eres? ¿Flavio Briatore?" En definitiva: hay pulseras que traen buena suerte, pero no proporcionan ninguna mejora física, mientras que éstas te convierten prácticamente en un atleta profesional, pero también en un gafe de mucho cuidado. Nada más comprarla, por ejemplo, se me cayó la caja registradora de la tienda sobre el pie izquierdo. Si la hubiera llevado puesta (la pulsera, no la registradora), hubiera sido capaz de esquivarla, pero ah, el destino es así de cruel. A partir de ese momento, las desgracias se han amontonado sobre mis hombros como cajas registradoras sobre mi pie izquierdo: chaquetas enganchadas y rasgadas en pomos de puertas, pinchazos en el coche, un desfalco accidental en el trabajo que me llevó dos meses a la cárcel hasta que pude aclararlo todo, perdí la cartera en tres ocasiones, una de ellas en casa (cosa que no impidió que alguien usara mi tarjeta de crédito), y suspendí dos veces un examen de Física de segundo de Bup al que tuve que presentarme porque alguien perdió mi expediente. Pocos pueden relatar un conjunto de desgracias semejantes. Una de esas chaquetas era mi favorita. Bueno, lo había sido. Ya estaba vieja. Pero me seguía gustando mucho y me la ponía bastante a menudo. Total, que poca gente hay en el mundo tan desgraciada como yo. Por suerte y gracias a internet, he encontrado un foro de afectados por las pulseras holográficas, también llamadas hologáficas (jajajaja, enteritis…) en el que nos debatimos entre si es mejor vivir con las ventajas de poder rascarnos las orejas sin usar un palo o por el contrario vivir sin el riesgo permanente de que a uno se le caiga en el pie una caja registradora. Lo de la caja registradora es curioso. Al parecer, le ha pasado a todo el mundo en esa tienda. Incluso a personas que no habían comprado la pulsera. Se sospechó la posibilidad de que fuera el propio cajero quien arrojara la caja registradora sobre sus clientes, pero su respuesta (¿yo? No, no… No sé de qué estáis hablando) nos resultó muy convincente al comité de investigación, por lo que dedujimos que la gente miraba las pulseras expuestas mientras pagaba y eso bastaba para que la caja registradora cayera sobre el pie izquierdo del desafortunado y ya gafado cliente. Además, hemos realizado varias observaciones desde el escaparate con unos prismáticos, y hemos podido comprobar que el cajero silba mientras la caja cae. Todo el mundo sabe que es imposible hacer dos cosas al mismo tiempo, así que si silba, no puede empujar.
Una reclamación
A quien corresponda:
Les enviamos este mensaje en representación de un consorcio de aseguradoras de un planeta situado no muy lejos del suyo. Nosotros llamamos a nuestro planeta con la palabra que en nuestra lengua corresponde a su palabra "planeta". Es decir, el planeta Planeta, apelativo no muy distinto de su "planeta Tierra". Nos ponemos en contacto con ustedes, de momento a modo general y esperemos que más adelante directamente con alguna comisión que pueda representarles, en relación con unos hechos ocurridos en Planeta hará veinticuatro años terrestres. Tendrán que disculpar el retraso en ponernos en contacto con ustedes, pero cuando les expongamos estos hechos comprenderán que nos ha resultado complicado encontrarles. Como ustedes saben mejor que nosotros, hace ya más de cien años (también terrestres) se produjo lo que en sus libros de historia se llama "el intento de atentado Destrucción Global", en el que un grupo terrorista ocultó una potentísima bomba nuclear que sus fuerzas de seguridad lograron localizar. Dado que se trataba de un artefacto muy peligroso y muy difícil de desmantelar, se decidió cargarlo en un cohete que sería enviado al espacio. Aquí tengo que hacer una aclaración: el planeta Planeta se alegra por ustedes. Sin duda. Nosotros hemos vivido hechos similares y podemos solidarizarnos con los terrícolas y con los héroes que evitaron la masacre y tienen calles a su nombre y estatuas honrándoles por todo el planeta Tierra. Bien por ellos. Pero también tiene que comprender nuestra situación. Nosotros somos un planeta con nuestros problemas, pero relativamente pacífico, que un día vio cómo lo que parecía basura espacial, que al parecer llevaba unos cuantos decenios danzando por el espacio, entraba en órbita con nuestro planeta, atravesaba la atmósfera y caía encima. Estábamos preparados para algo similar a un meteorito pequeño. Evacuamos la zona y contábamos con dispositivos que podían hacer frente a la posible onda expansiva. Pero no sabíamos que se trataba de un arma nuclear. Por lo que hemos averiguado, ustedes calcularon en su día que esa bomba hubiera matado a decenas de millones de terrícolas, tanto por la primera explosión como por los efectos de la radiación. Y eso por no hablar de los daños ambientales. Para nosotros ha resultado ser aún más mortífera, principalmente porque soportamos peor la radiación. En el primer impacto murieron más de veintisiete millones de personas. Desde entonces y por esta radiación, han muerto doscientos cincuenta y nueve millones más. Más de setecientos millones están afectados por mutaciones de todo tipo. Ya les enviaremos el informe completo. No sólo eso, sino que los daños materiales y ambientales han sido valorados en el equivalente a todas sus reservas de oro. Insisto: no les culpamos. Ustedes hicieron lo que creyeron correcto. Nosotros hubiéramos hecho lo mismo. Pero comprenderá que no es justo que sólo nosotros carguemos con las consecuencias de sus actos cuando ni siquiera sabíamos de su existencia. Y comprenda que las aseguradoras del planeta Planeta no pueden hacerse cargo solas de todos estos daños. Imagine el desastre económico que supondría. Creemos por tanto que es justo pedirles alguna compensación, alguna ayuda que pudiera paliar al menos parcialmente la desgracia de la que no son culpables, pero sí responsables (imagino que entienden la diferencia). Obviamente, no les vamos a pedir dinero. Aunque usamos un método similar a sus monedas, sus euros y dólares o incluso sus piedras preciosas no nos sirven de nada aquí. Así que después de estudiarlo detenidamente, creemos que lo más justo sería que nos proporcionaran las siguientes dos cosas:
Vamos a morir todos
Jaime Rubio (a quien a partir de ahora llamaremos Santiago Moreno para que su nombre permanezca en el anonimato) ha sido conducido ante las autoridades judiciales acusado de un delito de terrorismo contra la salud pública. Interrogado hábilmente por el fiscal, un chico alto y guapo que se ganó el favor del público asistente al lucir un pin de Obama en la solapa, Moreno admitió conocer a una persona que a su vez conocía a otra persona que acudió a un hospital a ver si tenía o no la gripe del cerdo, o mexicana, o A, o H1N1. Con su aterciopelada voz, el fiscal inquirió acerca de la actitud de Castaño: "Si no me equivoco, señor Calvo, usted siguió haciendo vida normal, o subnormal en su caso –esta ocurrencia fue recibida con una sonora risotada por parte del juez-, en lugar de seguir las directrices marcadas por el Ministerio de Sanidad: quedarse en casa sometido a una estricta cuarentena, sin ver a nadie y sin olvidarse de colgar un trapo blanco en la ventana para que sus vecinos pudieran traerle comida a casa". El fiscal recordó cómo esta gripe nos puede matar a todos de forma lenta y dolorosa "por culpa de inconscientes como Moreno, que son unos egoístas incapaces de ir más allá de sus propios intereses". Mientras explicaba que Moreno podría ser responsable de al menos cinco millones de muertes en las próximas veinticuatro horas –incluida la de este cronista, que ya nota un ligero dolor de cabeza-, dos alguaciles golpeaban al acusado en la cabeza con porras envueltas en una funda de goma estéril. El abogado defensor de Jaime Pelirrojo llamó a declarar a su defendido. Lamentablemente no se entendían sus preguntas, dado que llevaba (por si acaso) un traje aislante con casco incorporado. El acusado protestó aduciendo que su defensa no tenía credibilidad si su propio abogado se disfrazaba así, a lo que el juez respondió ordenando una nueva tanda de porrazos. Los golpes pararon en seco cuando Moreno carraspeó. Los alguaciles, al igual que el público, salieron corriendo en estampida, gritando "vamos a morir", "es el apocalipsis" y "vayamos todos a urgencias, sin olvidarnos de pasar antes por un notario para redactar nuestros testamentos". Este mismo cronista salió del recinto pisando varios cuellos, aunque una vez fuera del edificio, reunió el valor suficiente para mirar por una de las ventanas al interior de la sala, a pesar del grave peligro para su salud. El panorama era desalentador: el fiscal intentaba arrancarle el traje al abogado defensor, aduciendo no sin razón que el abogado "sólo defendía a miserables" mientras que él "impartía justicia". El juez había sacado su viejo revólver y apuntaba a Santiago Rubio, que intentaba explicar que "sólo" le picaba la garganta. "Sólo", decía el maldito asesino, como si fuera poco. No, verá, es que sólo tengo un poco de plutonio empobrecido: dos o tres quilitos de nada. Los hechos siguientes se sucedieron rápidos y confusos. Este cronista oyó un nuevo carraspeo, dos disparos y varios gritos. El abogado defensor salió corriendo con el fiscal agarrado a sus pantalones (los del abogado), ya que el fiscal seguía exigiendo su derecho a usar la escafandra. Sin ni siquiera soltar el revólver, el juez se desnudó y apiló su ropa en el centro de la sala, la roció con el contenido de su petaca y arrojó una cerilla, con propósitos clara y sanamente desinfectantes. El cuerpo de Santiago Moreno yacía a unos metros de la hoguera mientras el juez salía a la calle rascándose las pelotillas y ordenando el cierre del edificio para su inmediata demolición. El cuerpo aún con vida de Jacobo Albino se encontró seis horas más tarde en una de las orillas del Llobregat. Se ha cortado el suministro de agua en toda Cataluña, dado el evidente riesgo de contagio. Desgraciadamente, Albino se recupera en el Hospital Veterinario de Barcelona. Una vez recupere la entereza gracias al dinero de mis impuestos, cumplirá una condena de siete años barriendo escaleras y redactando los editoriales de Libertad Digital, si es que aún existe, que hace mucho que no se oye nada de ellos. Igual se han cansado de decir tonterías.