Timothy Ferris asegura en varias ocasiones a lo largo de su
Informe sobre el universo que la cosmología no puede responder a preguntas como si Dios existe o quién creó el mundo. De todas formas, en el "Epílogo contrateológico" de su (interesante) libro, se atreve a lanzar una propuesta acerca de cómo podría ser este Dios. Según Ferris, Dios podría haber creado el universo "a partir de un interés en la creatividad espontánea". A lo mejor quería "que la naturaleza produjera sorpresas, fenómenos que él mismo no pudiera haber previsto". Estos fenómenos son para el autor la vida y la inteligencia, "agentes que son creativos por sí mismos, lo que equivale a decir impredecibles".
Me resulta atractiva la idea de un Dios que juega, que busca sorpresas y que quiere respuestas a sus acciones. Esta opción plantea, claro, dudas. Por ejemplo, respecto a la omnisciencia. Un Dios que se sorprende es un Dios que no lo sabe todo. Claro que podría darse el caso de que conozca todas las opciones posibles, pero no cuál será la que finalmente tenga lugar. Un universo cuántico, del que no se sabe su forma definitiva hasta que ésta es observada.
Otro tema sería el de nuestro papel. Si estamos en un universo creativo, a lo mejor la especie humana no es más que una sorpresa. No somos, pues, el centro de la creación, sino apenas una de sus posibilidades.
Otra duda que surge al respecto y que quizás no le resulte tan agradable a científicos como Ferris: si estamos en un mundo que sorprende al propio Dios, ¿podemos nosotros pretender saber algo acerca de este universo? ¿Quedaría algún espacio para las certezas, por mínimas que fueran?
Claro que, en todo caso, esto no significa que haya que renunciar a querer saber cómo es la realidad, sino que hemos de ser conscientes de que esta realidad (si es que existe tal cosa) es inasible. Aunque, en el fondo, la ciencia no es más que eso: una búsqueda eterna de respuestas que acaban siendo reemplazadas por respuestas que son mejores que las anteriores, pero que no son, por suerte, definitivas. La renuncia sería el único fracaso.
Es más, independientemente de esta sugerencia de un universo creativo, me da que nunca lo sabremos todo -ni siquiera
casi todo- acerca del universo y de nosotros mismos. Nuestra forma de ver las cosas es demasiado limitada. La misma cuántica nos demuestra que nuestro sentido común, nuestros marcos, son débiles y poco útiles. No podemos renunciar a la causalidad, al tiempo, al espacio, al "X no puede ser A y B al mismo tiempo", a pesar de que parece que la naturaleza juega a todas esas cosas.
Aunque quizás sí que lleguemos a saber algo. Con cierta seguridad. Quizás. Pero me temo que será, como mucho, después de muertos.
Jaime, 4 de septiembre de 2002, 22:31:59 CEST
Difícil
Que algo sea difícil (o fácil) no basta para valorar un acto, una obra. Ni siquiera ayuda.
Puede ser muy difícil alzar una reproducción exacta de la Sagrada Familia con palillos o batir algún Guinness estúpido como aguantar vasos en la nariz o alguna otra majadería. Pero dudo de que estas actividades tengan algún valor. Ni como pasatiempo.
Mucho más fácil le resultó a Kazimir Malevitch pintar
Blanco sobre blanco o
Cuadrado negro sobre blanco, pero no parece que el razonamiento del esfuerzo merezca ser tenido en cuenta. Al menos en este contexto. Tampoco me vale el "eso lo puedo hacer yo". Porque a eso se le puede responder, sencillamente, con un "pues hazlo".
La técnica no es despreciable, es necesaria. El esfuerzo es loable a título personal, a causa, simplemente, de la satisfacción que pueda suponer el superarse a sí mismo. Pero al final lo único que importa es el resultado de todo eso. Malgastar el sudor sólo porque sí no sirve para nada. Para eso están las saunas.
Jaime, 2 de septiembre de 2002, 16:51:56 CEST
Andamios
Cuando se habla de arte, música y literatura, se suele recordar que hay que conocer las normas para después, si conviene, romperlas. Se explica que los pintores han de aprender a hacer retratos antes de pasar al arte abstracto; que si uno no es capaz de urdir un soneto, no logrará escribir un poema sin rima ni métrica. Esto se suele explicar porque muchos creen que es más facil, por ejemplo, pintar como Miró que como Velázquez.
Borges, en cambio, aseguraba que es más difícil escribir versos libres. Porque hay que mantener ritmo y música sin la ayuda de la métrica y de la rima, para evitar así escribir prosa recortada en lugar de un poema. Igual lo mismo es aplicable a la música contemporánea y a la pintura abstracta. Puede que sean, en realidad, formas más difíciles. Porque se intenta expresar lo mismo sin la ayuda de ciertas normas. No debe ser nada fácil, pues, componer poemas y no prosa recortada, pintar cuadros y no manchas, componer música y no ruido, sin recurrir a rimas, motivos, armonías y demás. Estas normas no atan, sino que soportan. Son, quizá, andamios y no celdas.
Jaime, 26 de agosto de 2002, 1:42:14 CEST
¡Plagio!
Delia me avisa: uno de los cuentecillos que os dejé,
Calle Indians, 74, ha sido hábilmente copiado. Al parecer, Adolfo Bioy Casares usó mi idea para
La trama celeste, en un desagradable caso de
plagio por anticipación. Este tipo de robo artístico es más cruel que el común, ya que hace aparecer a la víctima como ladrón. El verdadero plagiario aduce la unidireccionalidad del tiempo y la antigüedad de los hechos; tristes excusas.
Es posible que muchos estéis también sorprendidos por el hecho de que el cuento de Casares -su versión- es mejor. Admitámoslo, mucho mejor. Pero, claro, hay trampa: él lo escribió en 1948; yo, hace un par de años. En consecuencia, tuvo más de medio sigo para perfeccionar mi idea, antes de que yo la pusiera por escrito.
La verdad, no me esperaba esto de Adolfo Bioy Casares, un autor que es el ABC de la literatura argentina, él solito, sin ayuda ni de Artl ni de Borges. A saber qué contesta a esta acusación. Es más, a saber
cómo contesta, dada la situación horizontal en la que se encuentra desde el 8 de marzo de 1999. A mí sólo me queda decir que mi cuento es un homenaje. Pésimo eufemismo que debo usar en defensa propia.
Jaime, 7 de agosto de 2002, 15:44:50 CEST
Excepciones
Cuando le llevamos la contraria a alguien, aunque sólo sea por deporte, y aducimos ejemplos que niegan las tesis de nuestro interlocutor, no es extraño que éste trate de defenderse asegurando que "la excepción confirma la regla".
Es francamente absurdo que algo que puede demostrar la falsedad de un juicio general se convierta, por culpa de un cliché, justo en lo contrario, en una prueba. Por suerte, esta frase hecha no es más que una mala traducción. Lo explica Ambrose Bierce en
El diccionario del diablo (en la entrada
Excepción, claro): "En latín, exceptio probat regulam significa que la excepción
examina la regla, que la pone a prueba, no que la
confirma. El malhechor que vació de significado a ese excelente proverbio, sustituyéndolo por uno contrario de su propia creación, hizo gala de un poder nefasto que parece inmortal."
Así pues, las excepciones no confirman nada. Hacen algo bastante mejor: nos obligan a pensar en lo que tomamos como cierto, a replantearnos criterios y juicios. Las excepciones, pues, no son obviables. Son piezas del puzzle que hay que saber encajar. Aun a riesgo de tener que comenzar de nuevo.