El Corán y Libertad Digital
No sé por qué sigo molestándome en leer
Libertad Digital. Supongo que para suministrarme mi dosis diaria de cabreo. Pero, aunque esta dosis tiene un puntillo agradable, de vez en cuando uno se topa con estupideces excesivas.
La última que he tenido la desgracia de leer la firma un tal Enrique de Diego y se titula
Por qué no prohibimos el Corán. Creo que la tontería se responde sola y lo peor que se puede hacer es seguirle el juego a este soplagaitas, pero no está de más curiosear sus supuestos argumentos.
Cito -lo siento, tengo que hacerlo: "Es persistente [en el Corán] la propuesta del uso de la violencia para imponer unas creencias y donde se predica el exterminio de los 'infieles', o sea, de los que discrepan. Las citas son abrumadoramente claras: '¡Golpeadlos encima del cuello! ¡Golpeadlos en la yema de los dedos!'. Hay un ensañamiento genocida". De Diego añade unas citas más y luego suelta un conciliador "no prohibimos El Corán en nombre de la libertad de expresión". Como si fuera él quién para prohibir nada y como sugiriendo que no estaría de más hacerlo, pese a todo.
Aunque lo que no estaría de más es que De Diego se diera un garbeo por la Biblia, en la que se encuentran perlas como "si adultera un hombre con la mujer de su prójimo, hombre y mujer adúlteros serán castigados con la muerte" (Levítico, 20, 10); "si mientras riñen dos hombres, uno con otro, la mujer del uno, interviniendo para librar a su marido de las manos del que le golpea, agarrase a éste por las partes vergonzosas, le cortarás las manos sin piedad" (Deuteronomio, 25, 11-12); "y quien blasfemare en nombre de Yavé será castigado con la muerte" (Levítico, 24, 16); por no hablar de las guerras contra los infieles, con el apoyo de Dios, claro, tras la llegada del pueblo judío a la tierra prometida.
Es curioso, por cierto, que, a pesar de las barbaridades nigerianas y al contrario de lo que ocurre en el Antiguo Testamento, en el Corán la pena por adulterio no es la muerte, sino los cien azotes (que sigue siendo una brutalidad, claro está) y para ambos, él y ella, como se dice en la Sura 24. Ni que decir tiene que de la ablación, ni se habla en todo el libro.
Pero el caso no es comparar textos: lo importante es lo que hagan cristianos, judíos y musulmanes con ellos. Los dos primeros grupos se han olvidado de las lapidaciones, parece que los musulmanes aún no. Y remarco el aún, ya que no hay motivos por los que esta religión no pueda llevar a cabo su necesaria modernización. A pesar de que el actual clima de enfrentamiento no lo propicia, desde luego.
En ocasiones se arguye en contra de esta posible modernización que el islam es una religión política, ya que todo el Corán y los hadiz contienen prescripciones para regir por entero las sociedades de los fieles. Pero esas normas "sociales y políticas" las encontramos también en el Antiguo Testamento. El Levítivo, el Deuteronomio y Números parecen, casi, un código civil. Y judíos y cristianos han renunciado a muchas de estas normas, sin que se dañe el espíritu de las religiones. Más bien al contrario.
En cuanto al islam, hay
propuestas al respecto; propuestas además bastante ortodoxas. Como recordar la diferencia entre sharia y fiqh, que no es precisamente nueva. La sharia sería el espíritu de la ley de Dios y el fiqh su concreción en un determinado momento histórico. La ley islámica, lo dicen los mismos musulmanes, no tiene por qué ser necesariamente inmovilista. Todas las religiones han ido cambiando y adaptándose. Aunque no han sido cambios rápidos, desde luego.
Hablar por ejemplo de poligamia y venta de mujeres en el siglo VII (costumbres necesarias para la subsistencia de las tribus nómadas de la Península Arábiga) era (y lamento decirlo) lo apropiado. Del mismo modo que para los judíos era "normal" penar el adulterio con la muerte. En cambio, respecto a la mujer, en el Corán se recogen también y a pesar de todo, derechos
en su momento innovadores: por ejemplo, en caso de ser "repudiadas" (figura que también recoge el Antiguo Testamento) podían volverse a casar y tenían derecho a una especie de pensión o compensación (65, 6).
Se puede respetar la sharia cambiando simplemente el fiqh, que por definición
debe cambiar. En este caso, incidiendo en que la sujeción de la mujer al hombre es una cuestión cultural y no divina, y recogiendo además otros aspectos sin duda positivos del islam: la caridad o la defensa de derechos de los débiles, por ejemplo.
Proponer la prohibición del Corán es una soberana tontería. Aristóteles niega que las mujeres tengan alma y son pocos y estúpidos los que opinan que no se deberían leer sus textos por este motivo. En todo caso, lo que se han de prohibir son los delitos y las injusticias, se basen en la tradición en la que se basen. Y la cuestión es ayudar -si es posible- a que los musulmanes vean con buenos ojos estas interpretaciones "modernas", que, insisto, se mueven dentro de la ortodoxia, aunque, claro, con ciertas licencias. No es fácil, desde luego. No sólo porque los cambios en las religiones siempre son duros, ya que nacen con la idea de eternidad, sino también porque, en el caso del islam y desde la época de las colonizaciones, ha tenido mucho éxito la idea de que la modernización quiere decir acercarse a Occidente, y todo lo occidental se considera sinónimo de opresión. Luchar contra eso cuando tipejos como Bin Laden siguen esgrimiendo esa patraña (y con éxito) es poco menos que imposible. Y artículos estúpidos e indocumentados como el de Libertad Digital no hacen más que complicarlo todo un poco más.
Jaime, 4 de octubre de 2002, 9:39:39 CEST
Casualidad, causalidad
Las casualidades se dan demasiado a menudo como para ser fruto del azar. Borges nos ayuda a entender este hecho que nos parece paradójico cuando escribe -
al menos, en
Siete Noches- que lo que llamamos azar "es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad".
Así pues, siguiendo la sugerencia del argentino, las coincidencias sólo nos sorprenden porque no alcanzamos a ver la primera causa, la que ha provocado ese azar, ese capricho. De conocerla, veríamos que todo tiene su lógica y no su mística.
Claro que esta manía nuestra de verlo todo en términos de causas y efectos puede no ser más que un defecto de fábrica de nuestro cerebro.
Jaime, 25 de septiembre de 2002, 9:41:16 CEST
Nuevas exigencias
Se suele decir que el arte se está alejando cada vez más del público, que los excesos creativos del siglo XX lo han convertido en algo cada vez más elitista.
De todas formas, creo que esta crítica está fuera de lugar. En todo caso, no es el arte el que se ha de acercar al público, sino que son lectores y espectadores quienes han de tomarse el interés y la molestia. Sobre todo desde que predomina lo que Umberto Eco denominó hace ya décadas como obra abierta: el lector, el espectador, el intérprete, han de poner de su parte para completar (a veces en sentido literal) lo que el autor sólo sugiere o, simplemente, deja en blanco. No sólo se refiere Eco a la idea de que cada cual interpreta la obra de acuerdo con su propia sensibilidad, sino, como dice en
Obra abierta, a piezas que se fundan en "el úso del símbolo como comunicación de lo indefinido, abierta a reacciones y comprensiones siempre nuevas". Estas obras pretenden deliberadamente "estimular de una manera específica precisamente el mundo personal del intérprete, para que él saque de su interioridad una respuesta profunda, elaborada por misteriosas consonancias". Ejemplos que pone el propio Eco: el
Klavierstück XI, de
Karlheinz Stockhausen, en la que el intérprete decide el orden en el que interpretará las frases musicales;
Finnegans Wake, de James Joyce, en la que casi cada frase sugiere al menos otras cuatro o cinco posibles, gracias a los juegos malabares del autor.
En definitiva, el arte no sólo no se ha alejado del público, sino que se ha abierto a él, exigiendo explícitamente su participación. La contemplación pasiva nunca ha sido el mejor modo de escuchar música o de leer un libro, pero esta actitud ahora resulta prácticamente imposible. No hay desprecio hacia el espectador, no hay alejamiento de él, sino nuevas exigencias.
Lo que ocurre es que el público, que paga -cómo no-, quiere seguir con lo de siempre, con aquello a lo que está acostumbrado: nada de John Cage, por ejemplo, ni siquiera Stravinsky. Con las obras de Verdi y de Mozart que se saben de memoria ya van tirando.
Jaime, 18 de septiembre de 2002, 11:23:19 CEST
Adaptaciones
Se estrena esta semana en España la versión íntegra de
Apocalypse now, con una hora más de regalo. Y este mismo año se cumplen cien de la publicación de la novela en la que se basó la película:
El corazón de las tinieblas, de John Conrad. Sensacional película, espléndido libro y magnífica adaptación. No se trata, en este caso, de trasladar la acción en el tiempo por capricho (al estilo del horrendo
Hamlet de Kenneth Brannagh) sino de querer hacer una película sobre Vietnam y saber aprovechar todo lo que Conrad ofrecía sobre horror y locura en su texto.
Es curiosa la manía que tienen algunos de decir aquello de "me gustó más el libro que la película" sistemáticamente. Es cierto que hay adaptaciones francamente repugnantes. Pero otras no desmerecen, ni mucho menos, el original. Además de
Apocalypse now, y a modo de ejemplo, se me ocurren
El sueño eterno,
Desayuno con diamantes,
Suspense (basada en
Otra vuelta de tuerca), cualquiera de las adaptaciones de Stanley Kubrick (sí, cualquiera), y me atrevería a decir que también el
Drácula de Coppola. Tanto los textos como las novelas son excelentes.
Y hay filmes de los que incluso se puede decir que mejoran los textos originales, al conseguir rodar buenas películas siguiendo libritos más bien mediocres:
Rebeca,
Psicosis,
Fahrenheit 451,
Blade Runner o
El silencio de los corderos. Reprimo mis ganas de añadir
El padrino, porque, a pesar de que estoy seguro de que es así, no he leído el libro.
Eso sí, parece que es fácil rodar buenas películas a partir de novelas sin muchas pretensiones y una empresa más que difícil crear buen cine a partir de buenos libros. Supongo que si la novela no es buena, el director y el guionista tienen menos remordimientos de conciencia a la hora de hacer suyas las ideas del autor y traducirlas a un lenguaje diferente, obviando lo que no les sea necesario. Y comprendo que para hacerlo tan bien como Francis Ford Coppola y John Milius con
El corazón de las tinieblas, hay que ser valiente y criminal. Renunciar a mucho de lo que hay en esa novela (o en ese cuento, o en esa obra de teatro) para lograr algo que en realidad es diferente. Pero que debería ser, al menos, igual de brillante. La sombra del autor es alargada y no siempre es fácil escapar de ella. Aunque sea imprescindible.
Jaime, 17 de septiembre de 2002, 11:59:59 CEST
Gravedad
Según la revisión
'patafísica de la gravedad, no es cierto que las cosas caigan. Cuando soltamos una manzana, en realidad, el resto del mundo sube hacia arriba. Y cuando saltamos, lo que hacemos es empujar el planeta hacia abajo.