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Tradiciones
El momento más desenfadado del funeral llegó cuando ya todos habían abandonado la iglesia. La viuda agarró la corona, se plantó en la puerta, de espaldas a familiares y amigos, y la arrojó. La corona cayó sobre don Antonio Cifuentes, un joven empresario amigo del difunto. Según la simpática tradición, Cifuentes será el próximo en morirse. Como ya apuntaron los asistentes, este hombre aún no ha cumplido los cuarenta y cinco, pero se le ve avejentado. Se cuida poco, tiene sobrepeso y no hace nada de ejercicio. Es lo que tiene tanto trabajar: todo el día comiendo fuera e hinchándose a salsas y a fritos, sin tiempo para dedicarse a uno mismo. Cifuentes dejará viuda y dos gemelas de seis años, pero lleva su muerte con buen ánimo. "No soy supersticioso --afirma--, pero sí amante de las tradiciones de mi tierra. Si hay que morirse, pues me muero y punto, ya ves tú qué problema". El casi difunto asegura que lo dejará todo bien dispuesto para cuando se vaya. "Sobre todo por mis hijas. No quiero que les falte de nada". La futura viuda no dudó en asegurar que "este tío es tonto. Y un cabezón. Ahora por no quedar mal está dispuesto a morirse. Sólo por el qué dirán. Tendría que haberle hecho caso a mi madre y haberme casado con Javier, que era pobre, pero al menos no era tan imbécil. Pero, ay, me dejé cegar por la boyante fábrica de grapas que acababa de abrir mi Antonio". Este cronista ha buscado al tal Javier por toda la comarca. Sin éxito. Mucho nos tememos que la pena ha hecho enloquecer a la futura viuda de Cifuentes, llevando a que su débil cerebro creara una fantasía que le permitiera sobrellevar con algo de entereza la terrible pérdida a la que se enfrentará.
Negocios
Como todo el mundo sabe, la regulación es excesiva en este país. Los políticos chupasangres e intervencionistas no hacen más que meter la mano en nuestros bolsillos, los bolsillos de empresarios honrados y osados, para robarnos nuestro dinero sin ningún tipo de miramiento y encima esperando que les demos las gracias. Por ejemplo, recientemente he tenido que paralizar un proyecto que tenía entre manos, por culpa de lo ocurrido con Afinsa y Fórum Filatélico. Los clientes potenciales de mi empresa estaban escamados tras las medidas opresoras llevadas a cabo por los jueces. Si no existieran esas leyes liberticidas, yo también podría haberme hecho rico y no sólo esos enchufados de los sellos. Por a alguien le interesa, Pantuflo Investments era una inteligente apuesta por las inversiones en los ramos de la numismática y la colombofilia. No descarto ponerla en marcha durante la segunda mitad del año, así que mis lectores pueden ir enviándome esos cien mil euros que les queman en el bolsillo y con los que no saben qué hacer. Yo sí que lo sé: ingresarlos en una cuenta de las islas Caimán. En todo caso, me comprometo a devolverles el doble en un plazo de treinta años. Palabra. No es el único negocio que estoy montando. Puedo conseguirle la invalidez y la consiguiente pensión a cualquiera que tenga los dos dedos de frente que bastan para darse cuenta de que trabajar es una pérdida de tiempo. Sólo necesito treinta mil euros. El bate de béisbol lo pongo yo. El esfuerzo lo pone un amigo mío que es muy brutote. Es importante señalar que la pensión se consigue en un noventa por ciento de los casos y que ninguno de mis clientes ha acabado nunca en la cárcel. Mi amigo, sí. Pero es que a veces se emociona. Pone mucha pasión en su trabajo. Le pone tanta que a veces le cuesta distinguir cuándo un cliente ha llegado a la invalidez total o, directamente, a la muerte. También tengo otra idea entre manos que es absolutamente genial. Se trata de montar una empresa de colectas. Contrataría a cientos de jóvenes y jóvenas de buen ver que se pasearían por las ciudades españolas y, quién sabe, europeas, con huchitas y pidiendo un donativo. Quizás algún desconfiado pregunte algo así como "¿y para qué es esta colecta?", a lo que mis simpáticos y adiestrados empleados contestarán: "Coño, pues para recoger dinero". Por supuesto, necesito socios capitalistas. Cualquier persona interesada puede ponerse en contacto conmigo para pedirme los datos bancarios y enviarme la cantidad que consideren apropiada. Para simplificar la estructura empresarial, he pensado en quedarme con todas las acciones e ir pasando a los socios un porcentaje de los beneficios que oscilaría entre el 0 por ciento y el 150 por ciento, a determinar en junta de accionistas por votación (de los accionistas).
Negrodóvar
Se está levantando cierta minipolémica acerca de los negros de Almodóvar. Los lectores más devotos de La decadència de l'enginy ya sabrán qué frase viene ahora: Yo fui negro de Pedro Almodóvar durante una época. (Aplausos.) Fue durante los años ochenta. Almodóvar quería explicar la cruda historia de un transexual que descubre que su padre fue sargento de la guardia civil y su madre también. Necesitaba a alguien que desarrollara algunos de los diálogos y pensó en mí. No era extraño, ya que yo por aquel entonces era el letrista de un conocido grupo de la movida madrileña: "Cómete un churrasco poco hecho y que la sangre te resbale por la barbilla, cacho perra". Pedro o, como le llamábamos por aquel entonces, Pedro, me dio un borrador del guión y me pidió que lo puliera siguiendo sus ideas y su estilo. Por desgracia, yo jamás he servido para tal cosa, ya que mi talento siempre desborda cualquier empresa que me proponga, como le expliqué a mi jefe cuando me hice dentista y le practiqué una jaimedoncia a aquella pobre mujer... Bueno, no nos desviemos. El caso es que a aquella historia le faltaba cierta sustancia, así que decidí cambiarla. A los diez minutos, Carmen Maura conoce a sus padres. A los once minutos, un camión conducido por Alaska los atropella a los tres. Flashback. Estamos en Londres a finales del siglo 19 y Sherlock Holmes investiga la muerte de dos guardias civiles y de una conocida actriz española. Los patanes de Scotland Yard y el torpe de Watson creen que ha sido un suicidio, pero no cuentan con la astucia de Holmes, que viaja de incógnito a Montecarlo. Allí pide un martini con vodka agitado, no mezclado y se acuesta con la mujer de uno de los capos de la KGB, que está vendiendo secretos militares británicos a los chinos. Ante la posibilidad de que el arma secreta nombre en clave "fish and chips" caiga en manos de Sadam Hussein... Y no pude seguir porque a Almodóvar no le acabó de convencer. Eso dijo. Porque es evidente que lo único que quería era ahorrarse mi sueldo, ya que Tacones lejanos tiene un argumento similar. Demasiado similar como para que alguien pueda pensar que se trata de una simple coincidencia. Como decía Sherlock al final de La huida del deseo: "Me encanta que los planes salgan bien".
Este trabajo acabará conmigo
No sé si es la astenia o las ganas de quemar la oficina, pero el caso es que estoy hecho polvo. Serán las ganas de quemar la oficina, digo yo. Porque este trabajo es duro. El sueldo es bueno, pero la faena te acaba matando. No debí aceptar este puesto de donante de órganos profesional. Jamás creí que echaría tanto de menos parte del hígado, un riñón, un pulmón, el ojo izquierdo, dos litros de sangre semanales, algo de médula ósea cada mes y la pierna derecha entera. Es... sacrificado. Exacto. Sacrificado es el adjetivo que define a la perfección este trabajo. Lo peor son los rechazos. Me siento tan humillado cuando alguien rechaza mis órganos. Son de primera calidad. O casi. Vamos, que el alcohol no puede haberlos dañado tanto como dicen. Supongo que tarde o temprano tendré que cambiar de empleo. Aunque lo cierto es que este se me da bien. Sólo hay que tumbarse y dejar que le duerman a uno. Sí, eso lo hago de maravilla. Cielos, me llaman. Espero que no sea el otro pulmón. Últimamente, con el calor, me cuesta mucho respirar y, si me quitan el que me queda, voy a pasar un verano malísimo.
¡La piña, la piña!
El alcalde de Viscalesmates, Xavier Cantalapedra, ha causado no poca polémica al sugerir a sus vecinos que, en el referéndum del estatut, opten por la piña. Siempre al pie de la noticia, este cronista ha acudido al pueblo en cuestión, donde el alcalde le ha recibido en el ayuntamiento. Junto a él estaba el médico del pueblo, el doctor Roviralta, que ha sido quien nos ha explicado en qué consiste esta práctica. "Hay que coger una piña lo más grande posible y practicarle un agujero en la base con ayuda de un cuchillo largo y afilado, con el objeto de retirar el centro de la fruta. Entonces se agarra el estatut, se dobla formando un cilindro y se introduce en el centro ahora vacío de la piña. Si la piña es lo suficientemente grande y el texto legal se dobla lo suficientemente bien, también deberían caber el estatut actual o la constitución. Una vez tenemos esta piña rellena, debemos proceder a agarrar del cuello a un político al azar, bajarle los pantalones e introducirle bruscamente la fruta en el ano. Después de un tiempo prudencial, lo justo para que el político en cuestión se recupere del susto y sienta bien el dolor, agarramos la piña por las hojas y la arrancamos de un golpe seco. Cuando el tipo (o la tipa) recupere la consciencia, sonreímos y preguntamos: '¿Qué es peor? ¿La entrada o la salida?'" Según el alcalde, "lo propio de la tierra sería hacerlo con un melón, pero no hemos de negarnos a las ventajas que trae el comercio de ultramar y el precio cada vez más asequible de las frutas tropicales, que además en este caso dan mejor resultado". Cantalapedra está seguro de que este procedimiento acabaría primero con el estatut y luego con la política en apenas unos meses. Mi olfato periodístico me hizo preguntarle al alcalde si no temía que le hicieran a él la piña, al ser también un político. Cantalapedra alzó la vista y se rascó la barbilla. Durante dos minutos. Transcurridos los cuales saltó por la ventana --su despacho está en un primer piso-- y se dirigió corriendo a zancadas hacia el horizonte.