noviembre 2024 | ||||||
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La cuestión es hacer gasto
Hoy ha salido a la venta un nuevo periódico. La pregunta que todos nos hacemos es: ¿por qué? Hoy en día en las carnicerías y pescaderías usan otro tipo de productos para envolver sus productos y con los diarios gratuitos ya está más que cubierta la demanda de papel para cubrir el suelo cuando se pinta. Recuerdo cuando comencé en esto del periodismo. A finales del siglo 18, Benjamin Franklin y yo hacíamos volar una cometa cuando un viajero en el tiempo le cambió la dentadura postiza de madera a George Washington por una de broma, de estas que no dejan de castañetear, con el objetivo de que pareciera que tenía frío, alguien encendiera la chimenea y ya no recuerdo qué más. Al final los buenos capturaban al tentáculo malvado. Ah, aquello sí que eran juegos y no los Grand Theft Auto cuyo único atractivo es que son absolutamente geniales y divertidísimos. Este nuevo periódico... Veo que alguien creía que había perdido el hilo de mis pensamientos. ¡Ja! Da igual lo largas que sean mis digresiones (podría hacer un chiste verde sobre eso): siempre sé de dónde vengo y adónde voy. Y no sólo por escrito: también conversando. La gente deja la sala y apaga la luz sin que eso me desconcentre en absoluto. Yo, a lo mío. Si no quieren escuchar mis lecciones de sabiduría, ellos se lo pierden. Recuerdo una ocasión, cuando publiqué el tercer libro de mis memorias (Mis romances imaginarios con mujeres famosas), en la que una persona me paró por la calle, como si yo fuera, no sé un guitarrista de rock o un actor de Hollywood, y me dijo, aún recuerdo sus palabras: "Oiga, ¿usted no sabrá por dónde queda la calle Provenza?" A lo que contesté: "Es paralela a ésta: la tercera hacia arriba. O la segunda, que con estas calles siempre me confundo". "Sí --añadió--, es que en el Eixample son todas iguales". "Sí". "Sí". Aquí hubo un silencio incómodo. "Bueno, yo me voy". "¿No me quiere acompañar a Provenza". "Hombre, pues no, la verdad". "¿Y si me pierdo?" "Siempre puede preguntar a un guardia". "Usted me inspira más confianza". "Tengo cosas que hacer, me esperan". "Por favor, no me deje solo. Tengo miedo. Y además creo que me estoy enamorando". Al final tuve que ponerle una orden de alejamiento, no diré más. Este nuevo periódico, decía --ja, lo he vuelto a hacer-- se llama Seguridad Social, o algo así. No estoy muy seguro, pero creo que el nombre tiene algo que ver con los impuestos. El caso es que siendo (yo) una persona cultivada y cuya opinión es seguida y reproducida como propia por varios cientos de miles de personas --es lo que nos ocurre a los aspirantes a tertulianos de Ana Rosa: nos imitan e idolatran--, no podía dejar de comprar este nuevo diario. El problema es que antes de salir de casa me lié --tenía mucho sueño-- y me equivoqué al pensar la frase: en lugar de "no puedo dejar de comprar este nuevo diario" pensé "no puedo no dejar de comprar este nuevo diario". Así que, creyendo que no dejaba de cumplir con mi deber de gurú de la superizquierda, dejé de comprar el diario. Al menos eso creo: estuve un rato pensando en lo que querían decir esas frases y acabé con dolor de cabeza. Aún no lo tengo muy claro: si hay alguien que sepa algo de lógica en la sala que me aclare qué pensé y, por tanto, si compré el periódico o no. Delante mío tengo unas tijeras y una libreta roja, pero creo que ninguno de estos dos artículos es Propiedad, o como se llame esta nueva publicación. Vamos, no creo que hayan innovado tanto. Aunque la idea no es mala: Tributos, el diario que, una vez leído, corta papel y cartulina. A los niños les encantaría. El mercado de los niños es un mercado que no se puede dejar de lado, dado su crecimiento. Cada año, los niños crecen varios centímetros a lo alto y a lo ancho, dependiendo de la cantidad de Colacao y cereales que consuman. Cebad a vuestros hijos: la economía de España lo necesita.
Malas noticias
Alfredo Martínez es absolutamente incapaz de dar una mala noticia: "Sólo de pensar en darle un disgusto a alguien --explica--, me tiemblan las piernas y me entran unos sudores que ni le cuento". No se trata de falta de sinceridad: "No me importa decirle a nadie que es un imbécil, si es necesario, pero me resulta imposible decirle que la grúa se le ha llevado el coche". Martínez arrastra esta dolencia desde niño, posiblemente por culpa del trauma que le ocasionó ocultarle a sus padres un suspenso en gimnasia. "Es que comencé a fumar muy joven --aclara-- y así no hay quien corra más de dos minutos". Tuvo éxito y sus padres murieron sin saber el oscuro secreto que escondía su hijo, pero esta situación le provocó unos remordimientos de conciencia incompatibles con su naturaleza generosa, resultando en una incapacidad para comunicar cualquier mala noticia, no necesariamente referida a sí mismo. "Esto me ha traído muchos problemas. Sobre todo porque soy oncólogo y me empeño en asegurarles a mis pacientes que están todos sanísimos como manzanas. Hay gente que me lo echa en cara, sobre todo los egoístas familiares de estos enfermos, pero, pregunto yo, ¿qué hay de su felicidad? Al fin y al cabo, pasan los últimos meses de su vida tranquilos y contentos, en lugar de sufrir y angustiarse, para que un porcentaje cada vez más alto acabe curándose. No sé, igual soy demasiado idealista, pero yo al menos me acuesto sabiendo que todos mis pacientes dejan la consulta sonriendo, mientras que mis colegas les hacen llorar continuamente. Fíjese lo que le digo: yo haría cualquier cosa por la sonrisa de una niña moribunda que ignora su futuro. Cualquier cosa". Su incapacidad para dar malas noticias también le ha traído problemas en casa: su esposa le demandó, al saber por una conocida que había muerto hacía tres años de un infarto. "Que me tenga que enterar de esas cosas por extraños --asegura--... Es que, cada vez que lo pienso". "Me sabía mal decirle que había fallecido --contesta Martínez--. Estaba tan contenta y tan tranquila con sus cosas". La ya oficialmente difunta esposa sigue indignada, a pesar de que fue enterrada hace nueve meses: "Yo es que a este hombre no le entiendo. Me ocultó mi muerte sólo para que siguiera planchándole las camisas. En la oficina ya me decían que se me veía descompuesta, pero yo pensaba que sería un virus o algo que había comido". Alfredo niega que le ocultara su muerte sólo para seguir contando con alguien que le hiciera las labores del hogar, "aunque es verdad que cocinaba muy bien. Simplemente me sabía mal decírselo. Pobre, menudo disgusto. De hecho, a día de hoy aún no he sido capaz de confesarle que en realidad ni siquiera soy su marido y que todo esto es una terrible confusión".
Breve introducción a la comunicación no verbal
Soy un firme partidario de la comunicación no verbal. Según los últimos estudios, el ciento catorce por ciento de la comunicación es no verbal, cosa que demuestra la importancia de los gestos, las entonaciones, los tics y los puñetazos. Pongamos un ejemplo. No es lo mismo decir: "El domingo comeremos pollo" que "el domingo comeremos pollo", con independencia de que, ja ja, el domingo pienso comer otra cosa. En todo caso y sin duda, el lector habrá podido apreciar los sutiles cambios de entonación, las diferentes formas de mirar y, por supuesto, los codazos. Es más, es incluso posible expresar un montón de cosas empleando únicamente la comunicación no verbal. Por ejemplo: Y también: O bien: Ja ja, ésta última ha sido buena, aunque esté mal que lo diga yo. Ese movimiento de cejas ha sido poco menos que impresionante. En definitiva, podríamos ahorrarnos muchas palabras gracias a la comunicación no verbal. Así, en vez de decir "las hipotecas han subido un cuatrocientos por mil coma dos" podemos decir simplemente "hipotecas por mil" y suplir los vacíos con comunicación no verbal, con el consiguiente ahorro de saliva siempre útil en el actual entorno de (pertinaz) sequía. No sé, imagino una de esas absurdas reuniones de empresa en un perfecto silencio: todo el mundo se limitaría a sonreír, fruncir el ceño y mover las manos. Al final todos se estrecharían esas manos --el equivalente no verbal a un beso con lengua-- y saldrían con la sensación de que por una vez han aprovechado el tiempo, aunque sólo sea para mejorar la tersura de su cutis gracias a unos ejercicios que estimulan el riego sanguíneo. Es más, discutir en general es una pérdida de tiempo y saliva imperdonable. Toda clase de debates debería resolverse a patadas, puñetazos y alguna que otra pedrada, cosa que demostraría el nivel superior de nuestra sociedad, al dominar todos los matices culturales y emocionales de la comunicación no verbal. Supongo que esta propuesta puede sorprender a alguno, pero sólo se debe a nuestro eurocentrismo. Los japoneses, por ejemplo, no hablan un idioma real: sueltan sonidos inventados y se entienden sólo por gestos. De ahí la sofisticación de sus artes marciales, mientras que nosotros sólo contamos con el boxeo y las peleas de borrachos. Cuando me dicen que no hay culturas superiores a otras, pienso en las tortas que se dan los japoneses en las pelis. Esos saltos son producto de una cultura milenaria, capaz de expresar multitud de sentimientos y toda clase de matices sutiles con un salto, un giro y una patada en la barbilla. Japoneses, os saludo. A todos a la vez, eso sí, que si no, no acabaremos nunca.
Los gemelos me dan miedo
Si queréis saber la verdad acerca de los hermanos Kaczynski, gemelos y políticos, no dejéis de leer la entrevista que les hice para Libro de notas: Lech y/o Jaroslaw Kacynski: "¡Perra! ¡Dime que te gusta!". Si no querés saber la verdad acerca de los hermanos Kaczynski, gemelos y políticos, dejad de leerla.
Sigue siendo el rey
Jaime Rubio ha sido conducido ante el juez, acusado de haber cometido injurias contra la corona. Al parecer, Rubio habría roto, arrugado y arrojado a la papelera un retrato de Su Majestad San Juan Carlos I, ante la mirada atónita de una vecina que por suerte para España le espiaba por la ventana. Nada más comenzar el juicio, el abogado de Rubio fue a su vez arrestado y conducido ante otro juez por colaborar con terroristas. Y es que no hay peor colaboración que intentar sacarlos de la cárcel, como este letrado intentaba hacer con Rubio. Interrogado por el fiscal, el acusado reconoció la verdad de los hechos: "Estaba haciendo limpieza de cajones, encontré un sello viejo, en pesetas, y lo tiré. Pero sólo era un sello". El fiscal menospreció la respuesta de Rubio: "Da lo mismo un sello que un óleo. No hay ninguna diferencia: se trata de la sagrada efigie del jefe del Estado y líder de la Iglesia Española. Cuando uno se encuentra una reliquia de ese tipo, o se enmarca o se lame bien por detrás, que es lo que se hace con los sellos". El juez aprovechó su maza para darle a Rubio lo que comúnmente se conoce como "un sello en la frente". Las risotadas del público ante el hábil juego no verbal de palabras no ensordecieron del todo las protestas del acusado, que fue golpeado por los alguaciles para evitar cualquier posible acto revanchista sobre la figura del juez. El magistrado, después de asegurar a la prensa que jamás habría golpeado al acusado de no estar tan clara su culpabilidad, permitió que el fiscal siguiera interrogando a Rubio. "Señor Rubio --prosiguió--: ¿es usted enemigo de España? Contésteme con una sola palabra que comience por ese y tenga dos letras, una de las cuales sea la i. Con tilde". Al decir Rubio "no", el juez ordenó a los alguaciles que volvieran a golpearle, "por haber fallado. La respuesta era 'sí, soy una sucia perra antiespañola'". Ya en las conclusiones finales, Rubio explicó que él era monárquico y juancarlista, y que sólo había tirado el sello a la papelera porque en su opinión el rey salía mucho más feo que al natural y, por tanto, el sello era el verdadero culpable de la injuria. El fiscal rebatió estos argumentos arrojándole un zapato a la cara: "Señoría, disculpe mi comportamiento --explicó--, pero estoy harto de tanta corrección política". El juez se puso en pie y le apludió. Nada más sentarse, el magistrado dictó sentencia: "Sentencia, dos puntos, después de arduas deliberaciones que me han hecho pasar noches en vela y horas pensando en este difícil caso que concierne a la libertad de expresión coma he llegado a la conclusión de que la libertad de expresión es un bien sagrado coma intocable coma garantía de democracia punto y seguido por eso me permito la libertad de expresión de decir que el acusado es culpable y además bajito coma y le condeno a ver los deuvedés de las bodas de las infantas y el príncipe coma comentadas por María Teresa Campos y con sus respectivos extras punto final". Presa del pánico, Rubio intentó arrojarse por la ventana. Sin embargo y dada su lamentable puntería, se golpeó contra la pared, provocando la caída de una foto del rey, colgada a espaldas de su señoría. En el momento de redactar esta crónica, se estaba torturando a Rubio tal y como marca la ley, en espera de un nuevo juicio por injurias a la etc, etc.