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Tratamiento
A: Doctor, hay algo que no sé si puedo contarte. B: Te recuerdo que todo lo que me digas quedará entre nosotros. Ningún médico puede ir aireando los secretos de sus pacientes bajo ningún concepto. A: Es que es algo que me da apuro confesar. B: No uses el término confesar: implica culpabilidad, y esa culpabilidad es justamente la que tenemos que erradicar. A: Pero no sé si podré alguna vez superar estos sentimientos que me atenazan. B: Mira, soy psiquiatra, aquí he escuchado de todo. Puedes contarme lo que sea, te ayudaré. Además, creo que quieres contármelo. Si no, no me hubieras dicho nada de nada. A: Verás… No sé cómo empezar… B: Tómate tu tiempo. A: Ya sabes que… No sé cómo… Tengo fantasías sexuales… B: Eso es sano. No debes avergonzarte. A: Pero esas fantasías… Esas… fantasías… B: Ánimo. A: Tengo fantasías sexuales con mi madre. B: ¡Ah, qué asco! ¡Depravado de mierda! A: Pero... Pero... B: ¡Pero qué tío más asqueroso! ¡Cerdo maniaco! ¡Con tu madre! ¡Tú estás fatal! Es lo más repugnante que oído en mi vida. A: Dijiste que podía contártelo… B: ¡Yo qué sabía! ¡Pensaba que te hacías pajas, como todo el mundo! ¡Con tu madre, pero qué asco! ¿Eres adoptado? A: No. B: Ah, puaj, ah… Cielos, ya decía papá que tendría que haberme hecho dentista. Y le dije que no, que me parecía desagradable. A: Dijiste que me podrías ayudar. B: ¿Que yo qué? ¡Maldito degenerado! ¡Sal de mi consulta! ¿Que te ayude? No quiero ni verte. A: Dijiste que te lo podía contar todo. B: ¡Sal de aquí! A: Por favor. B: ¡NO ME TOQUES, TE LO ADVIERTO, NO ME TOQUES! A saber dónde han estado esas manos. A: Necesito ayuda, doctor. B: Oh, y tanto que la necesitas. A: Pero tú eres mi médico. B: No, ya no. A mí déjame en paz. Puto chiflado. A: Pero lo mío no es tan raro. B: Puto enfermo, cómo puedes decir eso. Mira, si cuando cuente a tres sigues aquí, pienso llamar a la policía. A: ¿Y qué hay de Freud y el complejo de Edipo? B: No sé de qué me hablas, déjame en paz. Uno. A: ¡Si no me ayudas me suicidaré! B: Será lo mejor para todos. Dos. A: Me voy, me voy. (Sale corriendo y llorando) B: Con su madre, qué asco. Pero qué cosa más repugnante. Es lo más asqueroso que he oído a lo largo de mi carrera profesional. ¡Enfermera! C: ¿Sí, doctor? A: No le vuelva a dar hora a mi hermano. Ya no es mi paciente. C: Sí, doctor. B: Y si vuelve a llamar, dígale que no estoy. C: Sí, doctor.
Hoy estoy vago y sólo copio y pego
La barcelonesa Alicia Esteve Head se hizo pasar por superviviente del 11-S con el hábil pseudónimo de Tania E. Head, llegando a dirigir una asociación de víctimas a pesar de que cuando ocurrió el atentado ni siquiera estaba en Nueva York. Dada mi amplia cultura psiquiátrica, me interesa conocer esta mente narcisista e histriónica, capaz de cualquier cosa con tal de ser el constante centro de atención de todo el mundo, y quién sabe si quizás ayudarla a curarse y a aceptar la realidad tal cual es.
Sigue leyendo la entrevista que le hice a Alicia Tania Rockefeller.
Acerca de los peligros de la bebida
Jakob Adenauer asegura haber demostrado que los gemelos "no son más que una ilusión óptica". En un artículo publicado en The nature of science, Adenauer explica que la culpa es del alcohol que no se ingiere: "El alcohol que se bebe hace ver doble, pero, al ser uno más o menos consciente de que está borracho, sabe que sus sentidos son víctima de una ingesta excesiva de esta droga. En cambio, el alcohol que no se bebe se evapora y se libera en la atmósfera, por lo que uno acaba respirándolo, emborrachándose de tanto en cuando sin saberlo". Según el físico de Leibniz, al ignorar que estamos borrachos por inhalación, "creemos que esa visión doble que nos hace ver gemelos se corresponde a un fenómeno real". Para Adenauer, el exceso vapores de alcohol también explicaría conductas como la de conductores borrachos que aseguran, después de haber dado positivo en un control, que apenas se han tomado media copa de vino: "Estos conductores no son conscientes de que, además de beber, han respirado alcohol y por tanto corren grave riesgo de sufrir un accidente o de ver gemelos". Para evitar estos problemas, Adenauer aconseja el consumo excesivo de alcohol por vía oral: "Cuanto más bebamos, menos vapores de alcohol respiraremos. Siempre es mejor saber que uno está borracho a emborracharse desprevenido". Según explica, el alcohol se evapora con demasiada facilidad para intentar otra cosa: "Por muy bien que se cierren las botellas, siempre se pierde algo: no es bueno que se queden acumulando polvo, hay que vaciarlas lo antes posible". Otra opción sería sellar todos los licores existentes en depósitos herméticos, guardarlos en sótanos de seguridad y prohibir su fabricación y comercialización, pero tal cosa es difícilmente realizable: "Pasaría como en la época de la Ley Seca: florecería el mercado negro y los bares clandestinos se llenarían de alcohol de baja calidad y alta evaporación, con lo que personas inocentes se emborracharían aún más y peor, que es lo que pasó en el Chicago de los años veinte. De ahí los tiroteos: eran peleas de beodos. Por no hablar de los niños. ¿Es que nadie piensa en los niños? Bebamos cuanto más mejor: hagámoslo por ellos, para que no acaben alcoholizados y cirróticos".
Violencia
En el edificio en el que vivo… Bueno, en realidad vivo en uno de los pisos… No, en uno de los apartamentos de uno de los pisos de un edificio. Cielos, me he perdido. Vuelvo a empezar: En el edificio en el que vivo estamos inmersos en una guerra terrible que puede acabar con varios muertos, y lo malo es que uno de esos muertos puedo ser yo. El caso es que este verano, después de un par lustros de paz mundial, decidí comprarme una guitarra acústica para trastear algún que otro rato muerto. Bien, pues en estos dos meses se ha mudado una familia, se han fugado dos perros y hay un bebé que tiene que tomar calmantes para dormir. Es curioso esto de la memoria: había olvidado por completo que soy el cuarto peor guitarrista de todos los tiempos. En un claro acto de venganza, el granujiento adolescente del sexto se ha hecho con la guitarra vieja de su padre, añadiendo a la injuria la ofensa de su voz: el muchacho acompaña el rasgueo de las cuerdas de tripa de gato con el graznido de unas cuerdas vocales que aún están haciendo el cambio. Después de un par de noches de insomnio (toca por las tardes, pero por las noches nos atacan a todos las pesadillas), el ex heavy del cuarto ha desempolvado su guitarra eléctrica de noventa euros (incluyendo el amplificador) y ha vuelto a dedicar los sábados por la mañana a repetir una y otra vez los acordes de Smoke in the water. A partir de ahí, las agresiones han ido escalándose: la jubilada del quinto se trae a la coral de su parroquia los martes y jueves; la hermana del granujiento ha formado un grupo de baile y ensayan todos los fines de semana poniendo a Robbie Williams a todo volumen y el otro día vi a la parejita del tercero, la del bebé insomne, descargando una batería. Además, el viejo loco del entresuelo pone cada día más altos sus discos de ópera (en vinilo) y el otro día me pareció que alguien tocaba el Bolero de Ravel con un saxofón. El edificio está justo enfrente de las obras del Ave. Es cuestión de tiempo, de horas quizá, que se hunda. Eso sí, en el ascensor todos sonreímos y hablamos del calor (o del frío) y de los gamberros que rayan las puertas con las llaves, escondiendo a nuestras espaldas las cuerdas nuevas o el libro de Aprenda a tocar el piano como Rachmaninov en diez lecciones fáciles.
La entrevista nuestra de cada semana
Entrevisto a un muerto en Libro de notas. Un muerto famoso, además. Y que no hablaba ni cuando estaba vivo. ¿Qué más se puede pedir? Ah, sí, dinero. En Libro de notas sorteo una cantidad a determinar entre cero y diez mil millones de euros. O igual no.