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Nadie tendrá excusa para no leer
Está claro que con el ritmo de la vida moderna, no todo el mundo puede dedicar media hora, qué digo media hora, doce minutos minutos y gracias, a la lectura de un buen libro. ¿Quién tiene tiempo para leer hoy en día, con la cantidad de buenas series que hay, por no hablar de todos esos concursos en los que encierran a gente? Ni siquiera se puede leer en el metro. En las estaciones, hay teles con reportajes interesantísimos sobre los nuevos restaurantes libaneses de Gracia; los vagones están llenos de gente, y los móviles traen de serie el sims, el tetris y la discografía completa de U2, que tienen al menos tres discos buenos. El único momento en el que realmente podemos disfrutar de la lectura es cuando subimos y bajamos en ascensor. Por eso estoy escribiendo mis Cuentos para leer en el ascensor. Relatos de dos capítulos: uno para leer por la mañana, cuando se baja a la calle, y otro para leer por la tarde, cuando se regresa a casa, dispuesto a aprovechar el tiempo libre para ver a Risto haciendo ver que es borde. Por ejemplo:
El atraco
Un amor imposible
Cuentos repletos de emociones y personajes que se quedan en la memoria, con un final sorpresa introducido por alguna que otra conjunción adversativa (no siempre "pero"). Además, está todo calculadísimo: la primera parte siempre es más corta porque hay que contar el tiempo que uno tarda en leer el título. Por supuesto, todo son ventajas: uno no sólo cultiva el espíritu, sino que también puede evitar tediosas conversaciones de ascensor acerca del tiempo o del partido de fútbol de la noche anterior o de lo maleducado que es el del tercero (oh, ¿usted es el del tercero? Hm. Ya. Buen partido, el de ayer, ¿eh?), con un elegante: "Disculpe, ¿no ve que estoy leyendo?" Mi idea es escribir varios libros con veintidós cuentos, para leer más o menos uno al mes y que al final del año uno pueda decir que "lee bastante", sobre todo teniendo en cuenta que "no paro de trabajar, me tienen esclavizado por cuatro duros; el día que me canse lo dejo todo y me voy a vivir al campo". También estoy trabajando en una serie de ensayos, pequeñas joyas del pensamiento (el mío), como por ejemplo:
La sabiduría de Sócrates
Lo importante de la vida
Estoy en conversaciones con varios editores. He recibido una carta nada menos que de Anagrama, firmada personalmente por la impresora de uno de los empleados de Jorge Herralde --¡el gran Jorge Herralde!--, en la que dice: "Le rogamos que deje de enviarnos sus manuscritos o nuestros abogados se verán en la obligación de emprender las acciones legales pertinentes" etcétera, etcétera. Si no quieren que envíe más obras mías, es porque están ultimando los detalles del contrato millonario que me convertirá en un nuevo Ruiz Zafón. Espero que no se me caiga el pelo, ni engorde tanto, ni comience a escribir como uno de los redactores más vagos de Corín Tellado.
Hoy en día todo es demasiado fácil
Cuando era niño y no había tele ni pleisteisions de esas, nos sentábamos en el suelo (porque tampoco había sillas) y nos aburríamos como ostras. Si hubiera habido revólveres, nos hubiéramos pegado un tiro, pero no se inventaron hasta 1814. Ah, el horror. Hubiéramos salido a la calle a jugar, pero por aquel entonces las cosas no eran tan fáciles como ahora: estábamos en guerra. Por la mañana nos bombardeaban los nazis; por la tarde, los soviéticos; por la noche, Al Qaeda. Además, ¿para qué salir a la calle, si siempre estaba nevando? El tiempo no estaba loco, pero era bastante hijo de puta. Y las bicis no eran como hoy en día, que tienen marchas y sillines y entrada usb. No. Nuestras bicicletas no tenían ruedas y nos veíamos obligados a pedalear con los pies mientras hacíamos fuerza con los brazos para ir dando saltitos. Por no hablar del fútbol. No teníamos pelotas porque eran muy caras (antes de que se inventara el plástico, las hacían de oro) y jugábamos con los cráneos de nuestros amigos muertos de tuberculosis, viruela y poliomelitis. Y qué hambre pasábamos. Nadie cocinaba como nuestras madres, eso sí. Pero porque nadie cocinaba. Tomábamos sopa de piedras, que daban sabor al agua. Mal sabor, pero sabor al fin y al cabo. No me extraña que setenta y nueve de mis cincuenta y cuatro hermanos murieran antes de cumplir los ochenta y dos años. La vida era muy dura. Recuerdo una vez que fui con mi hermano (no recuerdo cuál, los confundía a todos porque además varios eran parejas de gemelos) de Sants a Barcelona. Antes Sants era un pueblo diferente y separado, y para ir a Barcelona uno tenía que coger un avión. Nosotros ya nos divertíamos con sólo coger un avión y no como los niños de ahora, que se aburren en los aviones. Y eso que los nuestros no iban a motor. Los aviones de antes eran como carros, sólo que volaban y en vez de burros se ataban varios cientos de palomas para que tiraran de ellos. También había asaltadores. Se cruzaban en nuestro camino, gritaban: "El equipaje de mano o la vida" y les teníamos que dar lo que lleváramos encima, incluyendo los libros de crucigramas y los reproductores de mp3. El caso es que fuimos a Barcelona porque teníamos un encargo de nuestra madre: nos había enviado a comprar majoletas y azofaifas para hacer confitura. Estábamos superorgullosos porque era la primera vez que nos dejaban ir solos a la ciudad. En mala hora, porque aquel día justo comenzó la segunda guerra carlista. Las diecisiete guerras carlistas que tuvieron lugar entre 1630 y 1987 dividieron el país en dos: los partidarios de un tal Carlos y los que estaban en su contra. También había gente a quien Carlos le daba un poco lo mismo, pero en su mayoría eran zurdos y todo el mundo ya sabe lo que opino de esos hijos del diablo. Explico esto porque la educación es cada vez peor y los chavales de hoy no saben esas cosas. Sólo saben ir a las discotecas y quedarse sordos por culpa del alcohol y las pastillas. El caso es que nos vimos atrapados en medio de un tiroteo. Las armas de fuego de antes eran muy rudimentarias. Hacían falta dos hombres para disparar una bala. Uno la escupía muy fuerte y otro a su lado gritaba: "¡Pi-ñauuu!" Una me alcanzó en el brazo. Mi hermano me agarró e intentó sacarme de allí. Yo le murmuré: "Las azofaifas... Las majoletas...", y me dijo que tenía razón, que lo que diga una madre es lo primero, así que me dejó en el suelo y se fue al mercado a por la fruta. Mi madre luego se pondría de su parte: apenas nos quedaban dos sacas de azofaifas y media de majoletas. Perdí la conciencia. Fue del susto, porque la bala sólo me había dejado un punto rojo en la piel. Pero antes éramos más inocentes y nos impresionábamos con más facilidad. Desperté en casa de unos señores ricos americanos a quienes la guerra había sorprendido durante unas vacaciones. Me dieron de comer hamburguesas y patatas fritas. Nunca antes había probado las patatas fritas a excepción de los jueves por la noche, cuando cenábamos huevos con patatas, así que imaginaos mi sorpresa cuando probé las patatas fritas por primera vez EN MARTES. Un mundo nuevo de sabor se abrió ante mí. Yo no lo sabía, porque nunca había ido al cine (yo siempre he sido más de ópera), pero aquellos americanos eran dos actores famosos: Brad Pitt y Angelina Jolie. Me hubieran adoptado si mi padre no se llega a presentar con la garrota. Al final lo adoptaron a él. Es que era muy bajito y eso creó cierta confusión. Triunfó en Hollywood con el nombre artístico de Mickey Rooney. Nunca volví a hablar con él. Entre otras cosas, porque en aquella época no había teléfonos, y no como ahora, que cada vez son más pequeños y tienen más luces y dibujos, que parecen ovnis... Ah, los ovnis. La maldita contaminación acabó con ellos. Si es que los jóvenes de hoy en día tienen todas las facilidades. No como nosotros, que teníamos que sobrevivir con las dos megas y media de memoria de Hotmail. Tendrían que torturar a todos los niños para que supieran lo que es sufrir, que si no, se malacostumbran. Amputar alguna pierna, dejar a algunos huérfanos, servir sopa de piedras. Que aprendan que la vida no es un camino de rosas. No. Porque si fuera un camino de rosas, nos hundiríamos y costaría mucho caminar. En algún sitio tiene que haber asfalto. Por una cuestión de comodidad.
Una y otra vez
A: El otro día estuve a punto. B: ¿A punto de qué? A: De trabajar. B: Joder. Qué ánimos. A: Sí, sí. Llegué puntual, bostecé, me crují los dedos, me llevé un caramelo de menta a la boca y coloqué la mano derecha sobre el ratón, dispuesto a. B: ¿Dispuesto a? A: Sí, dispuesto a. Ése fue el problema. Es que. En fin. Olvidé en qué consistía mi trabajo. B: Ostras. Odio cuando pasa eso. A: Hice un esfuerzo por recordar, pero sólo tenía claro que a media mañana me tomaba un café y que consultaba el correo varias veces al día, el personal y el del trabajo. B: ¿Le preguntaste a alguien? A: Sí, sí. Obviamente, no quería preguntarle a mi jefe, a ver si me iba a soltar una de estas broncas tontas que uno se puede ahorrar si presta un poco de atención. B: Sí, siempre se cabrean por las chorradas. Cuando la cagas de verdad, no se dan ni cuenta. Como no tienen ni idea. A: Pues eso, en el bar les pregunté a mis compañeros. Pero tampoco sabían lo que yo hacía. B: ¿Y ellos sabían lo que hacían ellos? A: No quise preguntar, pero hubo uno que se puso blanco. B: Je, sé lo que es eso. La última vez que me monté en una montaña rusa también me puse blanco. A: Suerte que la de recursos humanos es amiga. Bueno, amiga... Ya sabes, la clásica amistad del trabajo... B: El que iba delante de mí, se subió bebiendo un cartón de leche. Y, claro, me lo tiró encima. Blanco, me puso. A: ... Cuatro bromitas cuando te la cruzas por el pasillo, la clásica charlita tonta en la cena de navidad... B: Ya me dirás tú qué hacía ese tipo con un cartón de leche en una montaña rusa. Se lo pregunté. A: ... La habitual declaración de amor a las tres de la mañana después de la cenita de navidad... B: Le digo, ¿para qué te subes a una montaña rusa con un cartón de leche abierto? A: ... El anillo, los dos años de noviazgo, el matrimonio, los tres niños, la hipoteca... B: Y el tío, no, es que le iba dando sorbitos porque me han dicho que eso es bueno para evitar el mareo. A: Pero, vamos, lo típico que se va de la empresa y ya no vuelves a hablar con ella. Como mucho en el bar dices, eh, ¿os acordáis de la Nosequé? La vi el otro día en Nosedónde. No, no la saludé porque no me vio y yo estaba haciendo ver que no la había visto. B: Pero, vamos, yo había oído justamente lo contrario de la leche y los mareos, pero bueno, cada loco con su tema. A: Entonces ella se puso a mirar entre los papeles y tal y resulta que no me encuentra. B: ¿Pero no estabas delante suyo? A: No, entre los papeles. B: Pues estás bien fondón. Como para no verte entre los papeles. A: Quiero decir, que mi expediente no estaba. Y me dice, ahora te lo miro. B: ¿El qué? A: Lo mío. B: Ah. A: Y me lo miró. B: ¿Lo tuyo? A: Lo mío. B: Ah. A: Y resulta que yo no tenía ni contrato ni nada, que yo no trabajaba allí. B: Joder, cinco años madrugando y haciendo el tonto. Al menos cobrarías tu sueldo, ¿no? A: Claro. Si no, ¿de qué? Entonces llamamos al ministerio y resulta que yo trabajo para otra empresa. B: Anda. A: Una empresa que se mudó de esas oficinas hace tres años. B: ¿Sin avisar? A: A mí no me dijeron nada, los muy cabrones. B: ¿Ni un mail ni nada? A: Ni un mísero mail. B: Qué cabrones. A: Ya ves. B: Eso ya es mala educación. A: Ya ves. B: Una llamada, en plan, oye, que nos vamos, recoge tus cosas. A: Nada. B: Es lo mínimo. A: Nada. B: O un post-it en el monitor. A: Nada, ni eso. B: Con la dirección nueva. A: Nada. B: ¿Y vas a volver a tu empresa? A: No sé... Está más lejos de casa... B: Buf, qué palo. A: Y estoy a gusto con la gente. B: Eso es importante: que haya buen ambiente de trabajo. A: Me llevo bien con el jefe. B: Eso es importante: llevarse bien con el jefe. A: No sé, de momento creo que me quedo donde estoy. B: Bien hecho. Cambiar por cambiar es tontería. A: Ahora además tengo la mesa más cerca de la ventana. B: Ay, sí, dónde estén las ventanas. A: En la pared, por norma general. B: Sí. Eso es importante: que las ventanas estén en las paredes. A: O en los techos. B: Pero entonces creo que no se llaman ventanas. A: ¿No? B: No, si están en los techos se llaman de otra forma. A: ¿De otra forma? ¿Todo junto? ¿Deotraforma? B: No lo sé. Nunca lo he visto escrito. A: Yo tampoco. B: No hemos vivido mucho, ¿verdad? A: No, siempre las mismas palabras. Una y otra vez. B: Siempre una y otra vez. Gran libro: Una y otra vez. A: Me gustó más la peli. B: Te creo. Soy así de ingenuo.
Ginés Jiménez Buendía: "¿Qué tiene de raro que un policía ofrezca protección?"
La justicia española está cometiendo una nueva injusticia. Lo cual resulta paradójico y desconcertante. ¿Como va a ser la justicia injusta? Si fuera así, ¿no habría que cambiarle el nombre? La podríamos llamar Judith, que también empieza por jota. ¿A quién le gusta Judith? A mí tampoco, pero se ve que los de contabilidad dicen que es muy guapa. No sé. Le gustará a los contables. Será alguna manía suya. Volviendo al tema de la injusticia que ha cometido la Judith española: resulta que han encarcelado al jefe de policía de Coslada. Y a otros diez agentes. Con lo que seguimos en el terreno de los oxímoron: ¿un agente arrestado? ¿Quién le ha detenido? ¿Un ladrón? ¿A qué estamos jugando? ¿Cuándo se detendrá este viaje cuesta abajo hacia el absurdo? ¿Los pollos con patatas cocinarán humanos? ¿Las camas dormirán encima de nosotros? ¿Los visones fundarán una asociación para protestar por el uso de pieles humanas en la fabricación de abrigos para visones? El mundo se acaba y hace falta una mente clara y analítica para denunciarlo. Pero está de vacaciones. Ahí, haciendo la ruta de los cátaros. A mí me parece muy típico, pero supongo que tendrá su gracia. Total, que una vez más me tengo que encargar yo, para lo que me traslado a Coslada para solidarizarme con Ginés Jiménez Buendía. Nueva antítesis: ¿cómo puede ser una mala persona, si se apellida Buendía? Repito: BUEN día.
Lee el resto en Libro de notas. Ahora. No, luego, no. Ahora.
En contra del arte
Yo era un amante del arte hasta que intenté colgar un cuadro y destrocé una pared. Era una pared estupenda. Llegaba del suelo al techo y cumplía su función perfectamente (ayudar a separar dos habitaciones). No le había hecho nada a ese cuadro. Ni a ese martillo. Ni a esos clavos. Ni a la taladradora. Ni a los alicates. Ni al cepillo de dientes que creí, en un ataque de ingenio macguiveriano, que ayudaría a solucionar cierta parte del estropicio. El arte no causa más que problemas. Ha sido así desde los inicios de la humanidad. Por ejemplo: esos cavernícolas que pintaban bisontes y ciervos al parecer con la intención de que los dioses les ayudaran a cazar, ¿acaso cazaron más gracias a esas pinturas? Por supuesto que no. Al contrario. Porque en lugar de salir de caza se quedaban ahí en sus grutas, pintando. Lógico. Nadie puede estar en dos sitios a la vez. Y menos en esa época, en la que no había obesos (bien, un chiste de gordos; nunca fallan) Creo que con esto queda demostrado que el arte debería ser erradicado de nuestra existencia y los pintores y demás obligados a casarse, tener hijos y aprender un oficio de verdad. Lo mismo vale para los que hacen cortinas (¿cortineros?). Colgar una cortina es igual de imposible y destructivo que colgar un cuadro. ¿No podrían inventar algo práctico, sencillo y agradable? No sé, una grapadora de persianas o algo. En serio, los pintores y los cortineros quieren acabar con el modo de vida occidental, dejándonos sin paredes, expuestos a los ataques de la climatología y pretendiendo además cobrar por ello. Por supuesto, aliados con los tipos que fabrican taladradoras (¿taladradoreros?). ¿O quizás debería decir, en un hábil juego de palabras, desparedadoras? No, no debería. Ah, los taladros. Pero al menos se ve que son algo que simplemente y se mire como se mire va a causar mucho mal. Los cuadros son bonitos. Las cortinas le gustan a ciertas personas (escribiré lo que todo el mundo está pensando: a los gays; pero que conste que es un estereotipo absurdo: conozco a un heterosexual que una vez compró unas cortinas e incluso dijo que eran, cito textualmente, "bonitas"). Pero en cambio los taladros son feos, pesan demasiado y, sobre todo, hacen mucho ruido. Sí. Son pura maldad. Por dentro y por fuera. Diablos con cable. O con batería. Hoy en día todo tiene baterías. Y conexión USB. ¡Hasta las toallas! No, espera, las toallas, no. Los ordenadores portátiles, sí, por ejemplo. Pero, claro, decir que hoy en día incluso los portátiles tienen batería y conexión USB resulta poco convincente. Diremos, pues, y aunque faltemos a la verdad, que hoy en día incluso las toallas tienen batería y conexión USB. ¡Hasta eso hemos llegado! ¡Indignante! ¡Y todavía hay gente que cree que la sociedad contemporánea no está en decadencia! Yo, por ejemplo. No lo creo en absoluto. Me parece un tópico. Todas las sociedades de la historia han dicho de sí mismas que estaban en decadencia. Bueno, creo. Tampoco lo he comprobado, una por una. Ni siquiera una de cada cinco. Pero el caso es que el arte da asco. Los cuadros, vamos. La escultura tiene un pase porque la dejas por ahí tirada y ya está, a adornar sin romper nada. No hay que colgarla. Al menos, la mayor parte. Un setenta por ciento, pongamos. Un ochenta, incluso. ¿No se os está haciendo largo este párrafo? No, a mí tampoco. Qué rabia que llueva en fin de semana, ¿no? No es que me importe mucho porque tampoco soy de ir al campo o a la playa. En realidad, me da igual. Hasta tiene su gracia. Que se jodan. Luego el lunes quejándose todos. Déjame en paz, pesao. Si no has ido a la playa porque llovía no es mi problema. No quiero que me lo cuentes. Móntate un blog, como todos esos tíos raros de internet y cuélgalo. Je, je, un blog. Hay que tener tiempo libre para esas cosas. Yo no tengo tiempo libre. Llego a casa destrozado del trabajo y sólo tengo tres horas para tumbarme en el sofá a ver la tele, luego cenar, luego ver la tele tres horas más y luego a dormir. Si es que la vida moderna no te deja tiempo para nada. Y menos para un blog. Ahora sí que se ha hecho largo. Pero las frases eran más bien cortas, ¿eh? Así, en plan coloquial. Bueno. Es lo que tiene. Un blog. Je, je. De todas formas, debería probar eso de internet. No quiero quedarme atrás. A lo mejor está bien. Hay que mantener la mente abierta. Aunque entre algo de corriente.