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Benedicto XVI: "Ahora mismo llamo a la gente de Cáritas para que le lleve sopa y jerseys usados a Botín"
Dado el presupuesto del que dispone esta sección ("Dos puntos comillas") de este telediario (Libro de notas), cayó en mis manos (las dos juntas, claro) una cantidad de dinero que prefiere permanecer en el anonimato para entrevistar a Julián Muñoz. Por desgracia, el viernes pasado salí a tomar unas cañas y me liaron. Ja, ja, sí, dije: “Venga, que os invito”, y todos me siguieron. Si es que siempre me lían. Como cuando dijo uno: “Es tarde ya, ¿no?” Ja, ja. Cómo me lían. Se notaba que quería que me bebiera otra deprisa, antes de que cerraran. Desperté la tarde del sábado en el bidet de casa, con una chaqueta que no era mía (me la había prestado mi padre para salir) y diez euros de vuelta. Y por diez euros, Muñoz sólo contestó a una pregunta: P: Oiga, ¿le puedo entrevistar por diez euros? R: Pues no, pero se agradece el esfuerzo.
El resto, en Libro de notas.
Acerca de la importancia de tener insecticida en casa
Le despertó un zumbido en la oreja. Maldito bicho. Primero lo apartó con la mano. Luego ya usó el brazo entero. Pero volvía. A la oreja. ¿Qué tenían las moscas y los mosquitos con las orejas, especialmente las suyas y sobre todo cuando estaba durmiendo? O intentándolo. Miró el despertador: las nueve de la mañana. Y era sábado. Gritaría exigiendo venganza, pero tenía demasiado sueño. La mosca parecía saberlo: otro zumbido en la oreja. Soltó otro manotazo al aire. Sin darle a nada que no fuera el aire. Se sentó sobre la cama. El bicho estaba parado en la pared de enfrente. Se levantó, cabreado, pero aún atontado, con la boca pastosa y los ojos casi abiertos. Sábado. Nueve de la mañana. Aquello era un insulto. Agarró una zapatilla y la lanzó contra el bicho. Nada. Oyó el zumbido y vio la manchita negra moverse de un lado a otro de la habitación con lo que le pareció orgullo. Cogió su otra zapatilla e intentó golpear al insecto cada vez que dejaba de volar, pero lo único que consiguió fue ensuciar la pared. Bien pensado, genio. Salió a la cocina en busca de algún esprái matabichos. Pero lo único que encontró fue fairy, KH7 y una sandwichera que no recordaba haber comprado. Buscó un periódico, el clásico periódico que enrollado se podía convertir en la némesis de cualquier mosca, por ágil que fuera, pero en toda la casa no tenía ni uno. Maldito internet. La prensa online estaba matando el papel y dejando vivos a muchos bichos. Demasiados. Recordó que una vez había leído que el ciclo de la vida de una mosca era de apenas tres días. ¿Y por qué todas las que veía estaban vivas? ¿Adónde iban a parar los cadáveres? Oyó un zumbido y unos golpecitos. Se giró. No podía creer lo que estaba viendo. El maldito bicho estaba intentando salir de la casa y lo hacía por la mitad cerrada de la ventana. Era increíble. Claro, no se le podía exigir mucho a un bicho, pero maldita sea. Diez centímetros a la izquierda. Sólo diez centímetros a la izquierda. Bien mirado, una ejecución no era necesaria. Se conformaría con el exilio: expulsar a la mosca de sus dominios y tomarse un café. Que buena falta le hacía. Intentó dirigir al bicho hacia la parte abierta de la ventana. Pero el muy idiota se debió despistar o incluso asustar (¿los insectos se asustan?) y se fue hacia el techo. Estaba quieto. Muy quieto. Acercó una silla. Agarró un cojín. Seguía sin moverse. Subió muy lentamente a la silla, preguntándose si para una mosca suponía alguna diferencia estar bocabajo en el techo o si le daba exactamente igual. Una vez encaramado, intentó golpear al bicho con el cojín. Con el ímpetu asesino, la silla se tambaleó. Él resbaló. Intentó recuperar el equilibrio, pero no encontró nada a lo que agarrarse. Mientras caía, vio cómo la mosca se largaba volando. Con orgullo y cierta sorna. Se golpeó en la cadera contra la cornisa de la ventana y cayó hacia fuera. También era mala suerte. Sólo diez centímetros a la derecha y se hubiera golpeado contra el cristal. Durante el funeral, todo el mundo le recordó como una buena persona. Al fin y al cabo lo había sido. De hecho, fue incapaz de matar una mosca.
Pedro Solbes: "En mis tiempos, con diez pesetas te llegaba para ir al cine"
Pedro Solbes me recibe en su despacho, sentado en un sillón orejero y con una manta sobre las piernas. Calza las zapatillas de felpa que le regalé por su cumpleaños y da sorbitos a una taza mientras hojea un informe con las gafas de leer haciendo equilibrios en la punta de la nariz. “Pasa, pasa —me dice—. Hace mucho que no vienes a verme”. Le grito —está un poco sordo del oído izquierdo— que no soy su nieto, que me ha vuelto a confundir. “Ah, es usted el joven de la entrevista. Bueno, joven… Ni siquiera comparado conmigo, caballero. Siéntese, siéntese. ¿Quiere un poco de consomé? Le ofrecería tila, pero el médico me la prohibió porque me pone muy tenso… Ah, la vejez… Pero usted ya sabe de lo que le hablo”.
Cuatro párrafos más en Libro de notas.
Un tipo que no es Barack Obama: "¿Sabías que Missouri en español se escribe Misuri?"
Yo, Jaime Alfonso Setién Rubio, soy el primer decepcionado por Barack Obama, sin duda injusto presidente de Estados Unidos. Porque Obama, a pesar de la amistad que nos une desde que estudiamos juntos inglés en Escocia hace ya ocho veranos, se ha negado a concederme una entrevista. Comprendo que estos días ha estado atareado con lo de las elecciones, pero que no haya podido concederme —¡a mí!— veinte minutos de su tiempo resulta poco menos que indignante. Y más cuando me lo prometió por teléfono. Me dijo, cito textualmente: “Jaime, Libro de notas será el primer medio al que conceda una entrevista en exclusiva y tú la firmarás. Aunque la escriba alguno de los Haj-Saleh”. Pero no sólo ha hablado primero con Más que coches, sino que ya ni siquiera me coge el teléfono. Antes me lo cogía todo el rato. Con la excusa de que a partir de las cuatro sale más barato con mi operador. Daba un poco de rabia, el tema, pero bueno. Por suerte, Obama no fue el único demócrata vencedor de las elecciones del día 4. Aunque sólo se hable de él. Yo he podido entrevistar nada menos que a Jeremiah W. ‘Jay’ Nixon, nuevo gobernador demócrata de Missouri. Demócrata a pesar del apellido y arrebatándole también el cargo a un republicano. Ahí es nada. ¿Y quién estaba ahí para entrevistarle? Uno de los Haj-Saleh. No sé cuál. Los confundo. Como prueba la siguiente entrevista, que yo firmo:
No, no está aquí. Está en Libro de notas.
Ernest Benach: "Por eso mi coche vuela"
El conserje me abre una de las puertas del coche de Ernest Benach, arrastrando penosamente los tres por dos metros de madera de roble con acabados en acero blindado, oro y rubíes. Subo las escaleras que llevan a la recepción, también llamada hábilmente sala de los espejos, al tener las paredes y el techo cubiertos de, eso, espejos. Me pongo a cotillear y estoy a punto de tirar un jarrón de alguna dinastía china monosilábica, cuando uno de los cocheros me dice que ya puedo pasar al asiento trasero del vehículo. Por mal que suene eso. Ahí me espera Ernest Benach, sentado en su sillón masaje con reposapiés y frente a la televisión de plasma de cincuenta pulgadas. Un rápido vistazo al interior de la sala de estar del coche me permite identificar una antena parabólica, luces de neón en el techo, un terrier, dos pavos reales, la Enciclopedia Británica, una masajista finlandesa (de las que hacen masajes terapéuticos, ojo), unas veinte botellas de vino, dos grapadoras, un despertador del Club Super 3, un violinista, una calculadora solar regalo de la Caixa, un pequeño vestidor con cuatro trajes, seis camisas, doce corbatas y tres pares de zapatos, un jardín zen de dos metros cuadrados y una Fender Jazzmaster negra y blanca.
Lo demás, en Libro de notas. Y lo demás es la mejor parte, ojo.