martes, 9. octubre 2012
Jaime, 9 de octubre de 2012, 12:36:31 CEST

Mi discurso del Nobel


Como todos deberíais saber, el jueves que viene se anunciará oficialmente que he ganado el Premio Nobel de Literatura 2012. Podría haber sorpresas, pero todo apunta a que, finalmente, se reconocerán mis méritos. Y es que, al margen de mi labor literaria, tengo pelazo, vivo en un país pequeño y con una literatura poco conocida (Sants) y mi presencia física (metro cuarenta y dos, psoriasis) rezuma carisma (entre otros motivos, por la psoriasis).

Todo está a mi favor.

Para ir avanzando faena, he comenzado a preparar el discurso que daré en Estocolmo cuando me den el premio:

Señoras y señores del jurado, señor juez, señor fiscal,

Escribí mi primera novela a los siete años. Como aún era muy joven, me salió en latín, pero aquel texto marcó el inicio de mi carrera literaria, que me ha llevado de reconocimiento en reconocimiento hasta esta ceremonia, en la que echo en falta croquetas.

La literatura me ha dado muchas cosas: alcoholismo, un total de treinta y siete euros, y una relación muy especial con las mujeres, que siempre me han ignorado entre bostezos y ataques con spray de pimienta, dándome tiempo así para consagrarme a mi obra.

Dedicarme a la literatura no fue nada fácil: me encontré con la oposición de mi familia, que veía más futuro en venderme a un circo de gitanos. Por suerte, hubo gente que confiaba en mi talento y me animaba a seguir escribiendo, a ser posible en silencio y sobre todo muy lejos.

Las respuestas de las editoriales a los primeros envíos de mis manuscritos fueron muy alentadoras. Cito de memoria y por poner un ejemplo: "Dos de nuestros lectores se han suicidado. Uno de ellos ni siquiera leyó su libro, sólo escuchó un comentario del que sí lo había hecho. Por favor, pare. O al menos deje de enviar los textos con pseudónimo, porque no podemos aplicar los filtros necesarios".

La mía es una literatura de alto impacto emocional que pilló desprevenida a la industria editorial y sanitaria del país.

También tuve problemas debido a mis opiniones políticas. De hecho, la cuarta novela que escribí (ya en español) fue confiscada por la policía después de que un par de amigos sufrieran casualmente una embolia al llegar a la página 4.

Jamás recuperé el manuscrito, aunque por lo que sé, fue una pieza clave en el hundimiento de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría.

Mi literatura se caracteriza sobre todo por el intento de explorar el ser humano desde dentro, desde lo más profundo. Esto no se comprendió muy bien y de hecho pasé dos años en la cárcel por robar y diseccionar cadáveres para documentarme.

Aprendí la lección y ya no robé cuerpos, pero resulta que matar gente para diseccionarla son aún más años de prisión.

LA POLÍTICA SIEMPRE PONIENDO TRABAS Y CENSURAS AL ARTE.

Cuando salí de la cárcel, pasé por una época complicada. El hecho de no poder hundir las manos en un tórax hasta arrancar un páncreas me provocó una crisis creativa que me llevó A BEBER.

Por desgracia, el agua no solucionaba mis problemas y además me obligaba a levantarme del sofá demasiado a menudo para ir al baño, por lo que decidí acercarme a la literatura desde otro punto de vista.

Y entonces nacieron mis novelas sobre palomas.

A NADIE LE IMPORTAN LAS PALOMAS.

Me atrevo a afirmar, sin miedo a equivocarme, que mis novelas sobre palomas son las que mejor exponen la psique de estas asquerosas aves: sus miedos, sus angustias, sus anhelos, su forma de comer cualquier cosa sin el menor ataque de arcadas.

Lo único que me sabe mal es que las palomas no puedan leer mis libros para aprender más sobre sí mismas. He intentado explicárselos, pero no parecen prestar mucha atención y además necesito sus páncreas.

Por cierto, ya sé que mi fama me precede, pero necesito trabajar con tranquilidad cuando estoy cazando palomas en la plaza Cataluña, así que rogaría a mis seguidores que no me importunaran con elogios como "no puede hacer eso", "nos tendrá que acompañar a comisaría" y "haga el favor de soltar ese palo". Por cierto, lo de dispararme con un táser para encerrarme en una habitación lo veo excesivo. NO SOY UN MONO DE FERIA.

En definitiva, este merecido premio confirma mi presencia en la cima, donde por cierto hace mucho frío porque sólo he traído calcetines de verano. Me gustaría cerrar este discurso citando a mis autores favoritos, pero mi carrera literaria ha absorbido todo mi tiempo y jamás tuve la oportunidad de aprender a leer.


 
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miércoles, 3. octubre 2012
Jaime, 3 de octubre de 2012, 13:19:16 CEST

Madre no hay más que una. Calcetines hay millones


Un hecho del que se habla poco a pesar de lo chocante que resulta: somos casi siete mil millones de personas en el planeta, pero aun así, madre no hay más que una. ¿No estaremos abusando? ¿No estará ya cansada, la pobre mujer, además de dolorida? ¡Nacen cuatro niños por segundo! ¡Aunque esté acostumbrada, tiene que ser un martirio!

Y por cierto, hablo de siete mil millones de personas a día de hoy, pero si sólo hay una madre, igual es porque sólo ha habido una DESDE SIEMPRE, con lo cual ese número sería bastante mayor.

Poco se queja, para lo que ha vivido.

Francamente, creo que debería retirarse y que ya está mayor para seguir quedándose embarazada de tanta gente. Es más, opino que sería positivo que la reemplazara más de una mujer. Quizás incluso tres o cuatro. Sería bueno repartir esta tarea, que demuestra que una vez más el machismo sigue imperando en la sociedad. Porque sólo hay una madre, pero hay cientos de millones de padres.

Cosa que, por otro lado, me parece feo por parte de mamá.

La llamo mamá en público porque todos somos medio hermanos. Y ahora llega el momento de echaros un poco de bronca. No recuerdo haberos visto en casa por Navidad. Ni por su cumpleaños. Ni por el día de la madre. Ni un solo año. No sé, entiendo que cada cual tiene su vida, pero es que estamos hablando de mamá y de Navidad. Qué menos que pasarse, aunque sea para los turrones, y darle dos besos y un abrazo y que nos presenten, que somos hermanos, pero a muchos ni os conozco.

Esa no es forma de tratar a la familia.

Es que tampoco llamáis, que su teléfono casi nunca comunica y digo yo que si sólo mil millones de los siete mil millones de hijos la llamaran una vez al mes, sería complicado encontrar el teléfono libre.

Es cierto que vuestro desafecto a mí me resulta cómodo, porque puedo ir a comer a casa de mi padre y de nuestra mamá sin necesidad de reservar mesa. Pero me entristece. Haced el favor, que una llamada o una visita un domingo no cuesta tanto. ¿Acaso no os compra los calcetines, que si no fuera por ella iríais con papel higiénico en los zapatos?

Esa es otra, se debe gastar una fortuna en calcetines. Todas las empresas de calcetines del mundo dependen de mamá. El día que falte, todas irán a la bancarrota.

De todas formas, esta situación es absurda: por ahí gente que fabrica calcetines, otra gente que se los vende a mamá y luego mamá me da a mí unos cuantos, pero también le lleva varios pares al señor que fabrica calcetines y al señor que los vende. ¿No estamos perdiendo el tiempo con este proceso?

Aunque también es verdad que a ella le hace ilusión.


 
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lunes, 1. octubre 2012
Jaime, 1 de octubre de 2012, 14:39:54 CEST

Un día en la vida de Jaime Rubio


De entre los cientos de correos electrónicos que me llegan cada día con elogios y declaraciones de amor, rescato este simpático mensaje que recibí la semana pasada:

JAIME CABRÓN DEJA DE AMARGARNOS LA VIDA NO SABES ESCRIBIR DEDÍCATE A OTRA COSA PUTO GORDO.

Querido piscis, me alegra que quieras saber a qué dedico el resto del día, cuando no estoy revolucionando las letras hispánicas con mi blog, en Twitter o con mis novelas. Y aunque soy una persona discreta y reservada (todos los genios lo somos), no tengo inconveniente en explicar un día en la vida de Jaime Rubio cuando no está escribiendo.

Un día en la vida de Jaime Rubio (cuando no está escribiendo) Hay que comenzar explicando que por desgracia me veo obligado a trabajar. La literatura no me da para vivir, ya que soy negro y el racismo imperante en la sociedad actual impide que mis libros se vendan todo lo que se deberían vender.

Desde aquí hago un llamamiento a que vivamos en un mundo en el que el color de la piel no tenga importancia y seamos todos hermanos, después de haber matado a los cerdos blancos y a sus repugnantes aliados amarillos.

Dicho lo cual, me levanto cada día muy temprano, a eso de las diez de la mañana, ya que entro en la oficina a las ocho. Salgo de casa tropezando por las escaleras mientras acabo la primera taza de café, taza que dejo en el buzón para recogerla cuando vuelva por la tarde.

Llego a la oficina con una segunda taza de café en la mano, que pido para llevar en el bar de la esquina, donde ya me conocen y me sirven sin que haga falta casi ni saludar, mientras otros dos camareros bloquean la puerta para impedir que me marche corriendo y sin haber pagado.

Una vez en la oficina, leo el correo electrónico y me quejo en voz muy alta, para que los compañeros crean que tengo mucho trabajo y me dejen tranquilo, cosa a la que ayuda el hecho de que sólo me duche los sábados, técnica que aprendí de los más avispados emprendedores.

Después de servirme una taza de café de la máquina, me organizo la mañana, apuntando las tareas pendientes, para acabar golpeando la mesa varias veces con el puño mientras grito NO ES EL CAFÉ, SON ESTOS HIJOS DE PUTA QUE QUIEREN QUE TRABAJE. Entonces abro la ventana y asomo el torso descamisado, con la esperanza de pillar una gripe y tres días de baja. Los vecinos acostumbran a gritarme lo que yo interpreto como elogios y que en ocasiones la policía acaba aclarando que son gritos de terror, para después recordarme lo que dijo el juez al respecto.

A media mañana tomo otro café y me escondo en el baño a llorar. Luego me escondo otro rato debajo de la mesa, a leer el Hola hasta que me encuentra el jefe. Intento negociar la posibilidad de trabajar desde casa, alegando que el aire de la oficina me reseca los codos, pero mi superior se mantiene ridículamente aferrado a los convencionalismos. Ni siquiera consigo que me deje venir en pijama a la oficina. Claro, lo importante es aparentar. Pero del trabajo de verdad NADIE DICE NADA.

Entonces suelo mirar el reloj, para darme cuenta con alegría de que ya han pasado los primeros siete minutos de la jornada laboral, lo que me lleva a intentar cortarme las venas con una regla que por desgracia no está lo suficientemente afilada.

Entro en Twitter y explico lo mal que lo paso y lo poco que me afecta el café. Me doy ánimos con mis otras doce cuentas, pero el resto de seguidores (los nueve que no son bots) SE RÍE DE MÍ, tomándose a broma mi sufrimiento, BURLÁNDOSE CON CRUELDAD. Esto me suele provocar un ataque de ira que me lleva a agarrar el monitor y arrojarlo por la ventana.

El monitor cae sobre una señora mayor, reventándole la cabeza, así que cojo mi camisa (por lo general, aún no me la he puesto) y me voy al aeropuerto en taxi, donde compro un billete para Laos. Allí ingreso como monje en un templo budista, donde paso tres años quejándome de lo malo que es el café. Me echan porque finalmente entienden que las palabras españolas "sí que estaba gordo, el Buda este; pues con la mierda de arroz que nos dan no lo entiendo", no son la traducción de ningún rezo tradicional.

Es entonces cuando intento viajar a China, con el objetivo de demostrar que en este país sólo vive una persona muy nerviosa. Por eso los chinos nos parecen iguales: porque en realidad son el mismo, que se mueve mucho. Es más, es un chino de Cádiz, pero habla muy rápido y por eso no se le entiende.

Por desgracia, en la frontera me apresa la interpol y me extradita a España, donde soy juzgado por homicidio. Me defiendo a mí mismo y alego que la mujer ya estaba mayor y que no nos vamos a pelear por uno o dos años más que le podían quedar a la señora. Como soy negro, el juez me condena a prisión, donde paso seis años que aprovecho para estudiar Derecho porque me han robado la silla.

(Ruido de grillos. Toses. Prosigo.)

Al salir en libertad, voy a casa, por lo general dando un paseo. Me siento en el sofá, con una copa de vino blanco y un buen libro. Estoy cansado, pero también orgulloso y satisfecho por una jornada laboral productiva que, una vez más, me ha hecho sentirme útil.


 
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domingo, 16. septiembre 2012
Jaime, 16 de septiembre de 2012, 12:40:12 CEST

No se lo digas a nadie


(Publicado en Diagonal)

Me sorprendió leer que el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, soltó en una rueda de prensa algún secretillo del sumario sobre el secuestro de Publio Cordón, como quien no quiere la cosa. Parece un señor muy serio. Además, le tengo afecto ya que, por estadística, seguro que conozco a alguno de sus 79 hermanos y 2.512 primos.

Decidí ir al Ministerio, con la intención de charlar con él y de paso recoger sus (imaginaba que) acongojadas excusas. Tuve problemas para entrar ya que, al parecer, gritar “JORDI, A MIS BRA- ZOS” no es una buena tarjeta de visita, pero pude solucionar el asunto inteligentemente, trepando por las cañerías y cayéndome en apenas cuatro ocasiones. Ahora uno de los pies me apunta hacia atrás (miren, miren, ¿a que da como cosa?), pero todo sea por LA NOTICIA.

Fernández Díaz me recibió con un grito y preguntándome quién era y por qué estaba entrando por la ventana. Se tranquilizó y me invitó a sentarme, después de explicarle que venía del periódico DIAGONAL, un medio de ley y orden, defensor de los bancos ante la prensa izquierdista y adalid de la libre empresa ante el acoso de los trabajadores y sus absurdas pretensiones de “cobrar”(¿dónde se creen que viven? ¿En la Rusia de Stalin? ¡Que se vayan a Cuba!).

“Verás –comenzó cuando le pregunté por la polémica que me había traído allí–, es cierto que comenté cosas que no debería haber dicho y pido disculpas. Primero, un ministro debe saber qué puede decir y qué no; segundo, un caballero debe saber guardar un secreto. Pero la culpa de todo la tiene mi responsable de prensa al que, en fin, no me gusta hablar mal de la gente, pero le va empi- nar el codo. Esto me lo ha explicado mi secretaria, que no la has visto, porque has entrado por la ventana, pero se está pasando con el botox. Lo peor es que no lo reconoce y dice que es todo por una crema nueva que se ha comprado. Ya, una crema. Justo ayer se lo estaba comentando a Rajoy. Por cierto, sabes lo de Rajoy, ¿no? Sabes lo que se dice, ¿no? De Rajoy. Lo que se comenta”. Me incliné hacia delante para escucharle mejor. “Resulta que se echa siestas de tres horas. Que siempre está reunido de cuatro a siete. Reunido entre comillas, no sé si me explico. Ahí, roncando como un desesperado, que se le oye cuando pasas por delante de la puerta. Y claro, así va el gobierno.

Que no es por hablar, que a mí no me gusta hablar, pero mira por ejemplo lo que hizo el otro día Jorge Fernández Díaz, el perla, que menudo perla”. Qué ha hecho, qué, qué. “Pues resulta que estaba en una rueda de prensa y soltó secretos de su- mario ahí, a lo loco, como si tal cosa, venga, anda, di lo que quieras. Y luego vino un tal Jaime Rubio, un periodista, a preguntar cosas. Y en fin, yo no soy de criticar, pero a mí me han explicado que toma más café de la cuenta y cuando llega al cuarto abre la ventana de su casa y grita cosas a la gente. Pero claro, esto es lo que se dice, vete a saber, porque se cuentan tantas cosas”. De hecho, eso es exageradísimo. Grito cosas en general, no a la gente. A veces insulto a las palomas, eso sí.

En todo caso asentí a todo mucho y le pregunté, para cerrar la entrevista, si creía que la discreción era posiblemente la virtud más devaluada hoy en día. “Sí”, respondió.


 
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martes, 11. septiembre 2012
Jaime, 11 de septiembre de 2012, 20:10:09 CEST

Cataluña, el universo y todo lo demás. Incluidas mis gafas


Cientos de miles de catalanes han salido hoy a las calles a pedir la independencia de Cataluña. El hecho de que Cataluña siga o no formando parte de España es un tema importantísimo, fundamental, que puede sin duda cambiar nuestras vidas. Es tan importante que he estado pensando sobre el tema durante casi doce segundos y luego he caído en la cuenta de que no sabía dónde había puesto las gafas.

Es curioso porque hoy en día se considera que la ciencia tiene respuesta para todo y no. Hay muchas preguntas que los científicos no pueden responder. Por lo menos tres:

Está claro que la teoría del Big Bang tiene muchos cabos sueltos. Y la ciencia no puede permitirse una situación así. Ni los cuarteles del ejército. Ahí, un montón de cabos saliendo desperdigados en todas las direcciones. Con los sargentos corriendo detrás para atarlos y devolverlos a la caserna. Sería totalmente ridículo.

Hay más cosas que no tienen sentido en la astronomía. Por ejemplo, la expansión del universo. Si el universo se expande, yo ya debería medir dos metros treinta, al formar parte del universo. Y sin embargo aquí sigo, atascado en el metro cuarenta y dos, cuarenta y seis con alzas. ¿Es que el universo no me deja expandirme porque soy negro? ¿Es el universo RACISTA?

Puede.

Hablando de racismo, ¿qué clase de sinsentido son los agujeros negros? Supongamos que el universo es un calcetín. Así son mis símiles: sofisticados. Si el calcetín es, por ejemplo, gris, y tiene un agujero, ¿de qué color es ese agujero? Exacto. De ninguno. Porque es un agujero y los agujeros no tienen color. Por lo tanto, a los agujeros negros habría que llamarlos agujeros. O tomates.

Por otro lado, creo que sería buena idea contar con algún planeta cúbico. Serían mucho más prácticos porque podríamos ponernos todos en la parte de arriba y así no resbalaríamos. Y además no haría falta que algunos estuvieran bocabajo, como los pobres argentinos.

Una última cosa a la que no le veo sentido es la velocidad de la luz, que según los físicos es de casi 300.000 kilómetros por segundo en el vacío. En teoría, siempre. Pero lo dudo mucho: cuando se están gastando las pilas de la linterna seguro que la luz va mucho más lenta.

Espero junto al teléfono a que me llamen de Estocolmo para lo de mi premio Nobel. Es un móvil, pero lo pongo en la mesa y lo miro, que queda mucho más teatral. Además, ahora tampoco me voy a ningún lado.

Anda, mira, mis gafas. Si después de esto no me dan el Nobel, yo ya no sé qué más hacer.


 
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