Jaime, 11 de septiembre de 2012, 20:10:09 CEST

Cataluña, el universo y todo lo demás. Incluidas mis gafas


Cientos de miles de catalanes han salido hoy a las calles a pedir la independencia de Cataluña. El hecho de que Cataluña siga o no formando parte de España es un tema importantísimo, fundamental, que puede sin duda cambiar nuestras vidas. Es tan importante que he estado pensando sobre el tema durante casi doce segundos y luego he caído en la cuenta de que no sabía dónde había puesto las gafas.

Es curioso porque hoy en día se considera que la ciencia tiene respuesta para todo y no. Hay muchas preguntas que los científicos no pueden responder. Por lo menos tres:

Está claro que la teoría del Big Bang tiene muchos cabos sueltos. Y la ciencia no puede permitirse una situación así. Ni los cuarteles del ejército. Ahí, un montón de cabos saliendo desperdigados en todas las direcciones. Con los sargentos corriendo detrás para atarlos y devolverlos a la caserna. Sería totalmente ridículo.

Hay más cosas que no tienen sentido en la astronomía. Por ejemplo, la expansión del universo. Si el universo se expande, yo ya debería medir dos metros treinta, al formar parte del universo. Y sin embargo aquí sigo, atascado en el metro cuarenta y dos, cuarenta y seis con alzas. ¿Es que el universo no me deja expandirme porque soy negro? ¿Es el universo RACISTA?

Puede.

Hablando de racismo, ¿qué clase de sinsentido son los agujeros negros? Supongamos que el universo es un calcetín. Así son mis símiles: sofisticados. Si el calcetín es, por ejemplo, gris, y tiene un agujero, ¿de qué color es ese agujero? Exacto. De ninguno. Porque es un agujero y los agujeros no tienen color. Por lo tanto, a los agujeros negros habría que llamarlos agujeros. O tomates.

Por otro lado, creo que sería buena idea contar con algún planeta cúbico. Serían mucho más prácticos porque podríamos ponernos todos en la parte de arriba y así no resbalaríamos. Y además no haría falta que algunos estuvieran bocabajo, como los pobres argentinos.

Una última cosa a la que no le veo sentido es la velocidad de la luz, que según los físicos es de casi 300.000 kilómetros por segundo en el vacío. En teoría, siempre. Pero lo dudo mucho: cuando se están gastando las pilas de la linterna seguro que la luz va mucho más lenta.

Espero junto al teléfono a que me llamen de Estocolmo para lo de mi premio Nobel. Es un móvil, pero lo pongo en la mesa y lo miro, que queda mucho más teatral. Además, ahora tampoco me voy a ningún lado.

Anda, mira, mis gafas. Si después de esto no me dan el Nobel, yo ya no sé qué más hacer.


 
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