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Una forma de actuar como mínimo sospechosa
Tiene que creerme, trama algo, o tramaba algo porque ahora lo he desbaratado. Aquello no era normal, tiene que creer lo que le digo, no sé por qué tengo que justificarme como si estuviera loco. Desde que llegó al edificio tenía claro que nos iba a traer problemas. Aquello no era normal. Era, no sé cómo decirlo, demasiado bueno para ser cierto. Tan educado, tan amable, tan silencioso. Cediendo el paso en la escalera y saludando con una ligera inclinación de la cabeza. Y con un trabajo importante, porque iba con traje y corbata y un maletín. Pero claro, eso no era normal, porque era un chico joven y los chicos jóvenes ya se sabe, montan fiestas y traen mujeres y ponen la música alta y hacen ruido. Pero este no, y eso no era normal, todo era demasiado bueno, parecía una, cómo se llama, una tapadera, estaba clarísimo, a mí no se me engaña. Se lo dije a la señora Martínez, la del cuarto, y ella me dijo que a ella mientras la dejaran en paz, le daba lo mismo. Una egoísta, la señora Martínez. Estaba claro que si ese chico ocultaba algo, sería algo horrible, algo que le hacía mantener un perfil bajo, como se suele decir, y yo sé cómo se suele decir porque sé de estas cosas, que tengo un conocido en la secreta. Es decir, estamos hablando de drogas y de bombas. Si no se hacía algo para remediarlo, morirían niños. Todo por culpa del pasotismo de gente como la señora Martínez. Y no es que a mí me gusten los niños, en general los odio y creo que todo iría mejor si todo el mundo los enviara a internados, sobre todo a los dos de la señora Martínez, que están siempre corriendo y gritando por las escaleras y que si no resbalan y se matan antes, acabarán drogándose por las esquinas y robándonos en nuestro propio portal. Vale, de acuerdo, me centro. Pero no le quiten el ojo a esos críos. Decía que lo de ese chico era demasiado bueno. Nunca se le oía ningún ruido. Siempre supereducado. Incluso en el ascensor apenas esbozaba una sonrisa y asentía a cuanto se le decía. Claro, no quería problemas. Para que no se descubriera que ocultaba algo. Pero justamente toda esa fachada daba que sospechar y llevaría a que alguien --en este caso, yo-- descubriera que ocultaba algo. Es que incluso traía a gente de visita, amiguetes, hombres y mujeres, hubo algún sábado que hasta se llenó la casa, que creía que se iba a desplomar el techo encima de mí. Pero no se oía nada. Bueno sí, sillas, pasos, pero poco más. Ni risas. Eso es porque estaban conspirando. Decidiendo qué volar por los aires o por dónde entraría la droga. No como la chica que estaba antes de que llegara él. Todos los fines de semana con follones y ruidos y música y cosas que se caían. Subí a quejarme más de una vez. Sobre todo los días que no había nadie. Comprenda que no era seguro enfrentarse a la ira de decenas de drogadictos. Tampoco llamaba a la policía por lo mismo. En cuanto la policía, que no hace nada --dicho sea con perdón--, se hubiera marchado, esos locos hubieran bajado a mi piso, hubieran tirado la puerta abajo y me hubieran roto todos los huesos del cuerpo. El caso es que a veces subía y le decía, qué, hoy no tenemos fiesta. Y ella contestaba, no, hoy no. Ya lo ve. Tenía que aguantar sus sarcasmos, su insolencia, su desfachatez. Y luego decía cosas como sólo he montado dos fiestas, y la última hace no sé cuánto, no entiendo por qué se pone así cada semana. Increíble. Claro que hacía tiempo que no montaba ninguna orgía de las suyas. Gracias a que estaba yo allí atento y zanjé el asunto desde el principio. Pero el nuevo no daba pie a que zanjara nada. Algo debía ocultar. Algo debe ocultar todavía, insisto, hagan el favor de interrogarle a él y no a mí. ¡Están perdiendo el tie…! Está bien, me centro. Sí, cuanto antes acabe, antes se darán cuenta de que se han equivocado de persona. Pues eso, que estaba convencido de que escondía algo, probablemente estaba planeando algún atentado. Sería de la Eta o de los moros. Lo que hice fue muy inteligente. Llamé a un cerrajero y le dije que vivía allí, en su piso. Ni una pregunta me hizo el hombre. Claro que con lo que me cobró, qué más le daría. Podría haber comprado el piso entero por ese precio. Supongo que esto me lo devolverá el ministerio de defensa cuando se confirme que soy un héroe. En todo caso, me basta con la satisfacción de saber… Sí, de acuerdo, me centro. Total, que entré en el piso y me puse a regirar por todas partes, buscando drogas o bombas o no sé, cadáveres, aunque es un piso pequeño, no es para guardar cuerpos de personas, ni siquiera de niños. Y no, de acuerdo, no encontré nada. Pero fue porque me interrumpieron. No llevaba ni dos horas, apenas estaba tirando al suelo los libros para mirar bien por las estanterías, cuando entró el vecino con otros dos amigos… O, mejor dicho, con otros dos cómplices… Tendría que verlos. Se abalanzaron sobre mí como energúmenos y me tiraron contra una silla. Se pusieron a gesticular entre ellos, haciendo unos gestos rarísimos con las manos, abriendo la boca y sin emitir sonidos. Intenté levantarme, pero… Me entran escalofríos y me viene el sudor frío cuando lo recuerdo… Cuando intentaba… levantarme… El chico abrió la boca y con una voz tenebrosa soltó un “quieto” que sonó como un gemido grave y tremebundo… Y luego está el tema de la tecnología. Tenían tecnología yo diría que como mínimo militar. Tenía el teléfono conectado a una especie de teclado. Lo sé porque lo usaron. Imagino que se pusieron a enviar instrucciones, teniendo en cuenta que les había pillado, o al menos eso creían. Por suerte, grité socorro y supongo que hice algo de ruido, y la policía no tardó en aparecer. Durante todo el tiempo que tardaron en llegar tuve que soportar cómo me mantenían sentado por la fuerza y se hacían gestos entre ellos, usando algún tipo de clave, no sé, y sin hablar, supongo que por miedo a que les entendiera, porque yo sé idiomas. Lo que no entiendo muy bien es que se me llevaran a mí preso, pero bueno, supongo que una vez dadas las pertinentes explicaciones, podré volver a casa… Aunque no sé si es seguro… ¿Están a buen recaudo mi vecino y sus secuaces? ¿Puedo fiarme de que no les dirán a sus amiguitos dónde vivo y vendrán a matarme? Creo que necesitaré protección. Deben darme protección. Incluso otra identidad, si es necesario. Que probablemente lo sea.
Pues a mí no me parece tanto
Ha habido mucho revuelo por el hecho de que el Real Madrid haya pagado más de noventa millones de euros por un jugador de fútbol. Al parecer, se trata de una cifra desorbitada en los tiempos de crisis que corren. Cada vez hay más gente sin trabajo y todo ese dinero se malgasta en un tipo que probablemente no tenga estudios y que lo único que sabe hacer son cosas de estas del fútbol, como regatear y pasar y meter triples y eso. Y que menuda ironía si, por ejemplo, la empresa de la que es dueño Florentino Pérez se pone a despedir a gente. Pero creo que esta argumentación es equivocada. El futbolista en cuestión podrá ser un lerdo, alguien que de no existir el deporte profesional estaría por las calles endrogado y robando a las pocas ancianitas que no se lo pudieran sacar de encima a bolsazos. Pero es una persona. Un persona humana, incluso. El Real Madrid compra un jugador de fútbol y, por tanto, compra una persona humana incluso. ¿Acaso se le puede poner precio a la vida de un incluso, que es incluso sagrada? ¿No es poco cuanto se pague, por mucho que sea? Y tanto que lo es. Y tanto. Y tonta. Se podría pagar el doble y no llegar a rozar el verdadero precio de una persona inclusa, o incluso de una persona coche. Y tente. Por tanto, tanta queja sobra. Es muy triste que cualquiera de nosotros pudiera vivir cómodamente el resto de sus vidas con una vigésima parte de esa cantidad. Pero hoygan, cualquier gasto es poco si se trata de una persona. Propongo una colecta para enviar dinero al Real Madrid y pagar así aún más por la inclusa y que no queden como unos cicateros miserables que regatean por el precio de una vida humana, porque la vida que en realidad no tiene precio, tiene… VALOR. Porque sólo un necio confunde valor con etcétera. Venga, todos a soltar pasta, malditos tacaños, no vayamos a quedar como unos nazis. Que hoy es Cristiano Ronaldo, pero mañana puede que pongan PRECIO a TU VIDA. Y no quieres eso, no quieres ser tratado como un esclavo, no quieres ver cómo regatean por tus servicios, cómo pagan una suma ridícula (¿cincuenta millones de euros?) por el incalculable valor de tu vida y luego pasas a lo mejor tres o cuatro años encadenado, esclavizado a un empresario que te paga, qué se yo, diez millones anuales de mierda por trabajar dos horas al día, algunos días a la semana. Con estas cosas no se juega. Esclavismo, pase. Pero sin perder la dignidad. Dicho lo cual, a mis lectores les interesará saber --a vosotros igual no, pero a ellos sí-- que al final conseguí que el vagón pasara por la puerta. Tuve que tirar media pared abajo y los bomberos han evacuado el edificio, pero bah, nada que no se arregle con un poco de pintura y masilla. Sigo trabajando en mi prototipo. Tengo problemas para inflar el globo bajo techo. Pero creo que estoy cerca de conseguir elevar por los aires mi primer CAVIÓN.
Más sobre trenes voladores
Oh, esto es… Esto es… Oh, qué agobio… Qué ganas de que… Que ganas de que todo acabe… Qué horror… Es como… Es como… Como una pesadilla… A ver qué hago ahora… El caso es que me dije, vamos a ver si soy capaz de fabricar uno de mis trenes voladores. Quiero decir, lo suyo sería que los fabricaran en serie y tal, pero digo yo que hará falta algún prototipo, y quién va a hacer ese prototipo. Si se lo propongo a alguien, seguro que quiere cobrar o incluso puede que me robe la idea. La gente es realmente… La gente es… No te puedes fiar de nadie… No me puedo fiar ni de mí mismo. Yo mismo sin ir más lejos le robé una idea a un tipo una vez. Igual hasta… Tendría que ir con más cuidado, me he explicado demasiadas cosas, igual hasta podría robarme esta idea a mí mismo fácilmente. Y luego qué. Y luego qué. Pero ya nos ocuparemos de eso más tarde. Si puedo. Porque ahora. Ahora. Buf. Qué lío. El caso es que necesitaba un tren. O al menos un vagón. Y me digo, joder, aquí al lado está la vía de cercanías, puedo acercarme y coger uno cuando pase. Bien, el caso es que no es tan fácil coger un tren en marcha. Pasan bastante rápido, pesan mucho y encima los vagones están agarrados los unos a los otros y tienen como un truco para desengancharse que no acabe de pillar. Jaja, ahora me doy cuenta… Coger para los argentinos significa… Jaja… Coger para los argentinos significa lo mismo que agarrar, pero sólo se usa para los resfriados. Coger un tren, coger un resfriado, jaja… Disculpas a mis lectores argentinos, que serán pocos ya que al estar en el hemisferio sur tendrán este texto bocabajo y les resultará incómodo de leer. Volviendo al asunto que nos ocupaba: como soy un tipo listo, me dije a mí mismo que igual era más fácil con el tren parado. Hm. Me digo demasiadas cosas. Al final acabaré robándome mi idea. Pero de eso ya nos encargaremos más tarde. Me haré firmar un contrato de confidencialidad o algo así. Parar un tren de forma educada es complicado. A uno le grité “por favor, pare un momento, que necesito un vagón” y siguió su camino impasible el ademán, dejándome a mí con cara de vaca viendo pasar los trenes. Supe que necesitaba medidas más drásticas. Por suerte, siempre llevo encima dinamita, por si alguien me intenta robar alguna idea. Es que una vez yo robé una idea y piensa el ladrón que etcétera. Y qué idea robé. La idea consistía en dejarme la cafetera preparada por la noche y así por la mañana podía dormir diecisiete segundos más. Esta idea me ha dado millones. De segundos. En realidad, no tantos porque por la noche me entra pereza y al final no lo hago. Total, por diecisiete segundos. La pena es que hace dos semanas me hubieran venido bien esos diecisiete segundos. No pude acabar de estrangular a un tipo que seguro que me hubiera acabado robando una idea. Me lo crucé por la calle y me pidió la hora. Así, sin conocerme de nada, me pidió una hora. A mí, que no tengo ni diecisiete segundos que me sobren, me van pidiendo horas enteras. Y eso que no me conocía. Imagina si llega a tener confianza. Me saca los años de las entrañas. Y pensar que no pude acabar de matar a esa maldita rata despreciable. Por diecisiete míseros segundos. Bueno, lo que decía, que pude parar el tren con ayuda de la dinamita. Lo malo es que los vagones del principio quedaron un poco chafados y sólo me quedaron aceptables los dos del final. Saqué a los pasajeros muertos y a los heridos, mientras los que habían quedado más o menos bien salían por su propio pie. Me hubiera disculpado, claro, pero me cabrée al ver las manchas de sangre. No me jodas, hombre, que eso no se va. Sangre. En un prototipo. Sangre. Con lo fea que queda la sangre en las cosas finas y elegantes, y más en un prototipo fino y elegante. Qué mala impresión dejas. A una mujer se lo dije, y todo. Pero hombre, señora, no me sangre en el prototipo. Y ella, mi brazo, mi brazo. Imbécil. El brazo ni siquiera sangraba, sólo estaba roto. Pero la ceja y la nariz y la pierna derecha… Qué cuadro. Total, que pude empujar el vagón hasta mi casa y aquí viene lo malo. Lo estaba metiendo por la puerta, después de subirlo dos pisos por las escaleras y buf se quedó encallado en el marco. No podía ni meterlo más ni sacarlo. Ni torcerlo un poco para ver si entraba. Y ahora no sé qué hacer. Estoy dejando la madera destrozada. Un horror. Un agobio. No sé qué es mejor ni qué es peor, dentro de lo malo que ya es todo. ¿Rompo el marco en plan bruto y luego lo reparo? ¿Intento, no sé, limarla un poco a ver si consigo que pase con fineza y haciendo el menor daño posible? ¿Pero con qué, si estoy en el rellano? Una pesadilla, lo que decía. Un agobio. Sobre todo porque estoy de alquiler y si voy cambiando el marco sin avisar al dueño... Y avisar al dueño da palo. Luego te mira así ¬¬ y hay que dar ciento cincuenta mil explicaciones. Y si doy muchas explicaciones, me roban las ideas. Menudo lío. Encima, está goteando sangre. Y además la parte que está dentro del piso. Maldita sea, todo lo malo me pasa a mí.
Trenes voladores
Estaba pensando el otro día y se me ocurrió que los trenes no están mal: es decir, transportan gente de un punto a otro a una velocidad razonable, con una comodidad no despreciable y una puntualidad meritoria (al menos en el resto del mundo). Pero los trenes tienen un problema: necesitan de la construcción de vías para su desplazamiento, cosa que limita su velocidad de implantación y la elección de destinos: si no hay vías, no se puede llegar. Por eso se me ocurrió que sería una buena idea hacer trenes voladores. En realidad hablaríamos de un solo vagón volador; eso sí, algo más largo de lo común: no sería factible la idea de un tren volador articulado. Esto permitiría prescindir de las vías en caso necesario. Estos trenes voladores no irían con alas, como sugirió un conocido mío de pocas luces. La idea de volar con alas que se agiten, imitando a las palomas, es ridícula. La anatomía de las aves no tiene nada que ver con la configuración de un tren: las aves tienen por ejemplo los huesos huecos, mientras que los trenes no están huecos, sino rellenos de gente y asientos. Mi idea es que estos trenes se eleven al llevar encima suyo un globo enorme con gases inflamables, como por ejemplo hidrógeno. Los gases serían inflamables por razones de seguridad: en caso de accidente en un lugar de difícil acceso, es mejor que los cuerpos ardan y no se propaguen enfermedades ni se contaminen las aguas de los ríos cercanos. Incluso he pensado un nombre para estos trenes voladores: caviones. Mezcla entre ave y camión. Es importante remarcar el parecido con un camión, al no tener alas. Además, la terminación –ón ayudaría a dejar claro que los caviones son más grandes que por ejemplo una gaviota y así la gente no se asustaría pensando en cómo puede un pajarraco de esos llevar a tantas personas encima. La verdad es que no entiendo cómo no se le ha ocurrido a nadie antes. En fin. Mejor para mí. Voy a vender mi idea a las compañías constructoras de ferrocarriles. Volveré para cenar. Rico y famoso. Jaime Rubio, el inventor de los caviones.
Épica
El partido comenzó igualado, con la línea defensiva de ambos equipos muy adelantada. A pesar de esta igualdad inicial, los locales dejaron descubiertos los flancos y así sus contrincantes pudieron atacar con comodidad, llegando a disparar un par de cañonazos que cerca estuvieron de llevarles a la victoria. Fue entonces cuando el equipo local decidió redoblar los esfuerzos en artillería y enviar además sus cazas a efectuar ataques rápidos en puertos y aeropuertos. El equipo visitante pudo contrarrestar estos ataques gracias a la efectividad de sus centrales y reagrupó el grueso de sus tropas en la península itálica. El objetivo era que la infantería entrara a campo descubierto gritando mucho para que no se oyera el ruido de los aviones que venían por otro lado y que bombardearían escuelas y hospitales muajajá. Fue entonces cuando el general Von Graffodämmerungringentropp dio el discurso que le daría fama y que concluiría con la famosa frase: "Hay que jugar al toque y apuntar a las rodillas". Los jugadores demostraron una concentración hasta entonces inexistente y consiguieron meterse de lleno en el conflicto, confiando por primera vez en una victoria final. Diciembre de 1890. Fue cuando comenzó una guerra de desgaste en el centro de Europa que arrasaría Moldavia, Eslovenia, Mónaco y la República Checa. En las trincheras, los soldados disparaban casi a ciegas, con barro hasta en las cejas y sin saber muy bien si esos ruidos que oían y esas sombras que vislumbraban, eran del enemigo, de sus aliados o del motorista que les traía las pizzas. John, interior zurdo, sacó la foto de su prometida, que le esperaba en Omaha. Él todavía no lo sabía, ya que Doris no le había dicho nada para no preocuparle, pero la noche antes de irse, su novia había quedado embarazada. Llevaba dos meses en el partido, pero aún no había podido intervenir. Igual esto es la guerra, se decía, pero no he matado a nadie ni he metido ningún gol. Llevaba todo ese tiempo intentando acostumbrarse a la humedad constante, a ese rancho que cada día parecía el mismo, a ese miedo que llenaba todos los rincones y que apenas podía calmar encendiendo algún que otro cigarrillo a media noche cuando le tocaba guardia. La luz del pitillo le sirvió al equipo rival para localizar la trinchera enemiga. El obús cayó justo a los pies de John, que apenas si pudo pensar: "Mierda, la copa se nos escapa", justo antes de que estallara y repartiera trocitos de John en varios kilómetros a la redonda. Su amigo de la infancia Robert consiguió rescatar la oreja izquierda, que a día de hoy aún lleva colgada John Jr. del cuello, a pesar de las quejas acerca de "lo mal que huele esa cosa repugnante, ¿quieres hacer el favor de tirarla y me da exactamente igual lo que sea, como si es el puto pito de Stalin?". En una de estas ironías del destino, John Jr. es sordo. Aunque también se pudo dedicar al fútbol. Actualmente milita en un equipo de segunda, aunque está estudiando en la academia para ser oficial.