martes, 22. septiembre 2009
Jaime, 22 de septiembre de 2009, 13:00:47 CEST

Vamos a morir todos


Jaime Rubio (a quien a partir de ahora llamaremos Santiago Moreno para que su nombre permanezca en el anonimato) ha sido conducido ante las autoridades judiciales acusado de un delito de terrorismo contra la salud pública. Interrogado hábilmente por el fiscal, un chico alto y guapo que se ganó el favor del público asistente al lucir un pin de Obama en la solapa, Moreno admitió conocer a una persona que a su vez conocía a otra persona que acudió a un hospital a ver si tenía o no la gripe del cerdo, o mexicana, o A, o H1N1. Con su aterciopelada voz, el fiscal inquirió acerca de la actitud de Castaño: "Si no me equivoco, señor Calvo, usted siguió haciendo vida normal, o subnormal en su caso –esta ocurrencia fue recibida con una sonora risotada por parte del juez-, en lugar de seguir las directrices marcadas por el Ministerio de Sanidad: quedarse en casa sometido a una estricta cuarentena, sin ver a nadie y sin olvidarse de colgar un trapo blanco en la ventana para que sus vecinos pudieran traerle comida a casa". El fiscal recordó cómo esta gripe nos puede matar a todos de forma lenta y dolorosa "por culpa de inconscientes como Moreno, que son unos egoístas incapaces de ir más allá de sus propios intereses". Mientras explicaba que Moreno podría ser responsable de al menos cinco millones de muertes en las próximas veinticuatro horas –incluida la de este cronista, que ya nota un ligero dolor de cabeza-, dos alguaciles golpeaban al acusado en la cabeza con porras envueltas en una funda de goma estéril. El abogado defensor de Jaime Pelirrojo llamó a declarar a su defendido. Lamentablemente no se entendían sus preguntas, dado que llevaba (por si acaso) un traje aislante con casco incorporado. El acusado protestó aduciendo que su defensa no tenía credibilidad si su propio abogado se disfrazaba así, a lo que el juez respondió ordenando una nueva tanda de porrazos. Los golpes pararon en seco cuando Moreno carraspeó. Los alguaciles, al igual que el público, salieron corriendo en estampida, gritando "vamos a morir", "es el apocalipsis" y "vayamos todos a urgencias, sin olvidarnos de pasar antes por un notario para redactar nuestros testamentos". Este mismo cronista salió del recinto pisando varios cuellos, aunque una vez fuera del edificio, reunió el valor suficiente para mirar por una de las ventanas al interior de la sala, a pesar del grave peligro para su salud. El panorama era desalentador: el fiscal intentaba arrancarle el traje al abogado defensor, aduciendo no sin razón que el abogado "sólo defendía a miserables" mientras que él "impartía justicia". El juez había sacado su viejo revólver y apuntaba a Santiago Rubio, que intentaba explicar que "sólo" le picaba la garganta. "Sólo", decía el maldito asesino, como si fuera poco. No, verá, es que sólo tengo un poco de plutonio empobrecido: dos o tres quilitos de nada. Los hechos siguientes se sucedieron rápidos y confusos. Este cronista oyó un nuevo carraspeo, dos disparos y varios gritos. El abogado defensor salió corriendo con el fiscal agarrado a sus pantalones (los del abogado), ya que el fiscal seguía exigiendo su derecho a usar la escafandra. Sin ni siquiera soltar el revólver, el juez se desnudó y apiló su ropa en el centro de la sala, la roció con el contenido de su petaca y arrojó una cerilla, con propósitos clara y sanamente desinfectantes. El cuerpo de Santiago Moreno yacía a unos metros de la hoguera mientras el juez salía a la calle rascándose las pelotillas y ordenando el cierre del edificio para su inmediata demolición. El cuerpo aún con vida de Jacobo Albino se encontró seis horas más tarde en una de las orillas del Llobregat. Se ha cortado el suministro de agua en toda Cataluña, dado el evidente riesgo de contagio. Desgraciadamente, Albino se recupera en el Hospital Veterinario de Barcelona. Una vez recupere la entereza gracias al dinero de mis impuestos, cumplirá una condena de siete años barriendo escaleras y redactando los editoriales de Libertad Digital, si es que aún existe, que hace mucho que no se oye nada de ellos. Igual se han cansado de decir tonterías.


 
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lunes, 20. julio 2009
Jaime, 20 de julio de 2009, 19:49:02 CEST

Como la trucha al trucho


Pues se ve que la trucha y el trucho ya no se quieren mucho, o al menos no tanto. No lo vayas diciendo por ahí, pero parece que han tenido sus problemillas. Es normal, son muchos años y estaban ahí con la rutina río arriba, río abajo. Dicen que además ella tonteaba con uno de la oficina… No, no pasó nada, pero lo típico, que ji ji, que ja ja, y quedamos para hacer un café y luego hacemos una cerveza y todo el día juntos ahí, y total que estaba la trucha que tenía escamado al trucho, que ya preguntaba, bueno, ¿y el pescado ese, qué? No haces más que hablar de ese merluzo. Pero claro, así no arreglas las cosas y el trucho tampoco parecía que tuviera muchas ganas de arreglarlas, que lo único que hacía era irse por ahí con sus amigotes de tapitas y de cervecitas. Es que no le dedicaba ninguna atención a la trucha. Y la trucha, pobre, bastante hizo con no hacer nada, porque el otro, el del curro, estaba yo creo que medio enamorao. También era un poco tonto, porque tontear, tonteaba, pero no intentó nada y ya te digo yo que la otra igual hubiera picado. Pues eso, que estaban así así. Y un día pasó lo que tenía que pasar: una discusión de estas tontas que se convirtió en una discusión de estas fuertes. Que si tú que si yo, que si tal que si cual, que si no quiero volver a saber de ti, que si me voy a casa de mi madre. Y venga, la trucha se fue a dormir a casa de su madre, que casi no la veía desde el desove. Y el trucho la llamaba, pero la trucha no le cogía el móvil. Y el trucho se pasó tres o cuatro días yendo al trabajo como un zombi, sin afeitarse ni nada, y sin cogerle el teléfono a los colegas, sólo enviando mensajes a la trucha, que le ignoraba. Hasta le envió flores. Pero claro, la trucha sólo pensaba, sí, ahora, ¿no? Seis años casados y dos de novios, y me envía flores ahora, claro, pero cuando estamos bien, no, ¿no? Y luego el compañero de trabajo ahí también, sin aprovechar del todo, porque era tonto de capirote, pero metiendo la aleta, no te creas, a ver si caía algo. Que si no te quiere, que si no te comprende, que si te ignora. Arrimando el ascua como quien no quiere la cosa, vamos. Pero al final se ve que la trucha y el trucho se dieron otra oportunidad. Fueron a pasar un fin de semana romántico en un arroyuelo apartado y volvieron superbien. Hablaron mucho y lloraron mucho y supongo que también le dieron mucho a lo que tenían que darle. Parece que incluso se ha enfriado la cosa entre la trucha y su compañero. Pero pf, no te fíes. Estas cosas… Cuando las relaciones están así ya mal, muchas veces lo único que se hace es alargar la agonía. Ya te digo yo que cuando aparezca un compañero de trabajo más avispado, la trucha cae en cero coma dos. Y del trucho no fíes ni esto, que un día con una cerveza de más a saber lo que hace por ahí. Porque si la cosa ya está mal, será por algo, digo yo, y que una vez se estropea el asunto, resulta complicado remontar. Vamos, que lo de querer a alguien más que la trucha al trucho ya no tiene mucho mérito. Y no es que no se quieran, claro, que estas cosas no se acaban de la noche a la mañana, pero no es lo mismo, desde luego, ni mucho menos, nada que ver. Y da pena, ¿eh? Claro que da pena. Con lo bonito que era todo y lo atento que era él y lo que se divertía ella… Pero en fin… No lo vayas diciendo por ahí, ¿eh? Que la gente no hace más que hablar. Te lo digo en confianza y porque les conoces, para que no te pille por sorpresa, pero no por cotillear, que a mí eso de cotillear no me va… Hay gente a la que sí, ¿ves? Gente que se aburre demasiado, que no tiene nada mejor que hacer que hablar de los demás. Siempre mal, por supuesto, siempre criticando. ¿Qué más les dará a ellos lo que hagan los demás? Pero nada. A lo suyo. Pimpam, pimpam, al criticoneo. En fin. Qué le vamos a hacer. Y da pena si se acaba, no te digo que no. Pero bueno, estas cosas a la larga son para bien. Porque quedarse ahí insistiendo sólo sirve para amargarse. Qué te voy a contar a ti que no sepas. Pero oye, si al final no pasa nada y siguen juntos, pues mejor que mejor, que no se encuentra un amor de frase hecha todos los días.


 
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jueves, 16. julio 2009
Jaime, 16 de julio de 2009, 12:31:24 CEST

La caperucita coja


De aquella atolondrada huida de la que le salvó el aguerrido y (no lo olvidemos) armado cazador, le quedó de secuela una cojera. Porque el cazador disparó varias veces y no todos los cartuchos acertaron en el fiero animal. Por supuesto, la caperucita no le echó nada en cara a su salvador: había que actuar deprisa y en todo caso mejor coja que muerta. Al contrario: lamentó que sus ideas poco realistas y la sociedad liberticida en la que se oprimían sus derechos le hubieran impedido ir armada ella misma y acabar antes con la amenaza del lobo, sin poner en peligro a nadie más. Recordemos por tanto la importante lección de este cuento: la inocencia izquierdoide está muy bien para pasear por el bosque, si en el bosque sólo hubiera florecillas y maripositas. Pero el bosque está lleno de lobos y ante los lobos lo único que se puede hacer es disparar. Las armas salvan vidas. Quien con lobos se acuesta, perdigoneado se levanta. Y justamente cada noche cuando se acuesta y cierra los ojos, la caperucita imagina que aquel día llevaba una pistola en el cesto y disparaba al lobo en cuanto se abalanzaba sobre él. Un disparo en el hocico que le hubiera reventado la cara a aquel bicho y le hubiera salvado a ella la vida y la pierna.


 
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martes, 14. julio 2009
Jaime, 14 de julio de 2009, 15:42:54 CEST

La liebre y la tortura


La liebre y la tortura es un cuento clásico para niños que nos enseñó que a veces es necesaria la mano dura. Fijémonos en el argumento de la historia: ¿quién gana la carrera? No es la blanducha liebre, por muy graciosas que sean sus orejitas y divertido que sea su hociquillo. Su inocencia vegetariana no le sirve para nada ante la efectividad brutal de la tortura. La tortura gana porque es capaz de agarrar a la liebre por el cuello, atarla a una silla y soltarle descargas eléctricas en los pezones con unas pinzas y una batería de coche. Y esto es lo que tienen que aprender los niños. Que la liebre sólo confesará bajo tortura que lleva un detonador en las tijeras de uñas y explosivo líquido en la botella de Nestea a medio beber que piensa subir al avión. Los terroristas no deberían considerar que se pueden aprovechar de nuestra bondad y nosotros no deberíamos confundir la bondad con la blandura apeluchada de los roedores.


 
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miércoles, 1. julio 2009
Jaime, 1 de julio de 2009, 12:12:13 CEST

Así se enfrenta uno a una crisis


La crisis nos ha llevado a nosotros los aguerridos empresarios a tomar decisiones difíciles. Algunos de mis amigos se han visto obligados incluso a despedir empleados. Yo mismo estuve planteándome una solución similar, ante las dificultades que pasaba la empresa por culpa de la mala gestión de un sobrino mío al que puse como gerente. Pero yo soy una persona con sentimientos y para mí, mis empleados son como hijos; qué digo como hijos, más, son como sobrinos; qué digo como sobrinos, más, son como los hijos de mis amigos; qué digo como los hijos de mis amigos, más, son como los niños que me cruzo por la calle; qué digo como los niños que me cruzo por la calle, más, son como perros sarnosos que viven entre cubos de basura y se pasan el día lamiendo charquitos sospechosos. Así las cosas, yo no podía despedir a mis hijos, digo, a mis perros, y quedarme con la conciencia tranquila. Para mí lo más importante es mi conciencia. Que esté tranquila. Recurro a cualquier cosa para conseguir la tranquilidad de conciencia; normalmente me basta con engañarme a mí mismo, a veces necesito recurrir a drogas duras como por ejemplo los hidratos de carbono, y en casos extremos le cuento mis cosas a un amigo que se limita a contestar cosas como “aham… Sí… Aham… Claro… Si es que… Aham… Sí…” Los mejores interlocutores son los que nos dan la razón con monosílabos. No es que nos comprendan y sean buenos escuchando, es que les importa una mierda y nos dan la razón para que nos callemos cuanto antes. Nadie quiere un intercambio de opiniones cuando va a “explicar sus problemas” o a “pedir consejo”: uno sólo busca sentirse reconfortado por el sentimiento de que tiene razón y de que todos los que no lo ven así son unos subnormales que merecen una tortura larga y dolorosa por venir a molestar. ¿Por dónde iba? Ah sí, mis sentimientos. No hubiera soportado la idea de despedir a uno sólo de mis trabajadores y dejar a sus hijos morirse de hambre. Porque al ser sus hijos, son como mis nietos, qué digo mis nietos, etcétera. Por suerte, los empresarios nos caracterizamos por una mente ágil, rápida, despierta; una mente que nos permite ganar fortunas con las que nos pagaremos las fianzas que probablemente tendremos que abonar en un futuro. Ah, pero a quién le importa el futuro, habiendo un presente y un pasado, entre otras cosas, como sofás y cacerolas. Y así se me ocurrió una gran idea, lo que viene a ser una ideaca, para poder mantener todos y cada uno de los puestos de trabajo, para no tener que despedir absolutamente a nadie. Y era una solución fácil, rápida y casi limpia. Limpia del todo, no, porque luego había que fregar. Y es que consistía en cortar un brazo a todos y cada uno de mis empleados. El izquierdo. A todos. Lo de los zurdos me da igual porque esta es una empresa laica y no creo que nos tengamos que regir por las creencias de los demás. Que usen la derecha, como buenos católicos, y punto. No entiendo eso de que vengan los extranjeros a imponernos su cultura. Tendrán que adaptarse ellos, ¿no? Esta hábil solución ha permitido recortar los sueldos en un ocho por ciento sin que haya excusa para las quejas. Porque claro, ¿para qué querrían tanto dinero si, al tener menos cuerpo, necesitan menos calorías? Cae por su propio peso. Como los brazos, cuando los serrábamos, que también caían por su propio peso. Es lo que tiene la gravedad. Están guardados en hielo. Cuando las cosas vuelvan a ir bien, se los recoseremos. Y si las cosas empeoran aún más, pues ningún problema: había pensado en cortar los brazos izquierdos a sus esposas. Luego a sus hijos. Y luego las piernas izquierdas y las piernas derechas y las orejas y las cabezas y todo hasta que quede el brazo derecho, que es el que se usa para trabajar en mi empresa. Ah sí, qué no haría yo por mis empleados. Soy como un padre para ellos. Como el clásico padre que amputa los miembros a sus retoños para no tener que gastar tanto dinero en comida. Es época de sacrificios. Pero saldremos de esta. Y algunos ni lo habremos notado.


 
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