viernes, 8. enero 2010
Jaime, 8 de enero de 2010, 0:05:30 CET

La decadencia del etcétera


Marcos Taracido tiene a bien hablar de mi libro y chatear conmigo, en lo que viene a ser una entrevista 2.0 o al menos 1.6. En un alarde de originalidad, la titula La decadencia del ingenio. Sí, ya lo sé, debería escribir cosas nuevas. Estamos en ello. No me presionéis, vale, NO ME PRESIONÉIS. ¡YO NO SÉ TRABAJAR ASÍ! ¡FUSTIGO A MIS MONOS REDACTORES CON DEMASIADA AGRESIVIDAD Y NO HACEN MÁS QUE REDACTAR VERSIONES DEL AULLIDO DE GINSBERG! Vi los mejores primates de mi generación destruidos por el látigo, etc. ¡Ni siquiera se esfuerzan! ¡NO PONEN NADA DE SU PARTE! Sólo sustituyen palabras por sinónimos de mono. Chimpancés con cabeza de mono ardiendo por la antigua conexión babuina y cosas así. Con eso no hacemos nada. NADA.


 
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jueves, 7. enero 2010
Jaime, 7 de enero de 2010, 7:57:36 CET

Tiger Woods: "No sé si irme de cañas o montar un negocio"


Me giro a la izquierda y me estremezco. ¿Cómo ha podido pasar? Pero si yo no… Y él se supone que tampoco. Y es que estoy en la cama con Tiger Woods. Lo peor es que se está fumando un cigarrillo. O sea, que ya… Le pregunto qué ha ocurrido y amablemente me dice que no me preocupe, que “es normal; no sé si es un don o una maldición, pero es que me pongo a hablar con alguien y acabo así. Siempre. Mi mujer no lo entendía”. Ya, claro, yo tampoco, de hecho. Insisto: ¿cómo ha ocurrido? “Ni yo mismo lo sé. Estabas ahí entrevistándome y en fin, aquí estamos”. Sí, bueno, pero yo no… “No, ni yo. ¿Por quién me tomas?”.

El resto, en Libro de notas.


 
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martes, 29. diciembre 2009
Jaime, 29 de diciembre de 2009, 12:08:29 CET

El poder de la ofimática


En cuanto vio el correo, tragó saliva. Y pensó algo así como “joder... ¿Y ahora qué hago?” Lo que hizo fue disimular. Ni siquiera borró el archivo, ni el suyo ni el del otro, sencillamente calló y cada vez que salía el tema en cualquier conversación de bar, decía "pues sí, hay que ver cómo está el mundo". Claro que tampoco podía hacer otra cosa. No podía simplemente llamar al periódico y decir, oigan, que ha sido culpa mía; verán, es que tengo un excel que... Porque claro, nadie iba a creerse que él tenía un excel que. Y si le creían, peor, que aún acabaría ahorcado como un Sadam Husein cualquiera. Y luego estaba lo del archivo de texto que había recibido. Había mucho loco por ahí suelto, pero ¿cómo se había enterado? Tenía que ser alguien de la oficina. El caso es que tenía un excel. Igual no hay mucha gente que en sus ratos muertos en la oficina se dedique a hacer excels, pero a él le relajaba, le distraía. Le servía incluso para desahogarse. Sí, desahogarse. Todas las pequeñas humillaciones, toda la rabia contenida, todas las ganas de marcharse dando un portazo y a la mierda la hipoteca, las concentraba en una hoja de cálculo perfectamente diseñada con el objetivo de conquistar el mundo. Las líneas y las columnas ocultaban fórmulas y macros que una vez puestas en marcha y tras un ligero ronroneo del disco duro desencadenarían catástrofe tras catástrofe hasta acabar con el planeta a sus pies. O eso había creído hasta entonces. Nada, una distracción como cualquier otra. No es que pensara ponerlo en práctica, ni mucho menos. Es como cuando dices, un día iré al despacho del jefe y le daré un bofetón. Sabes que no, no lo harás. Eres un tipo tranquilo y educado, no vas soltando bofetones por ahí. Pero lo piensas. Él, lo mismo, pero con su excel. Sólo que un día sin querer ejecutó una de sus macros y la hoja se puso a hacer sus cálculos, acompañada del ronroneo del disco duro y al cabo de dos horas, vale, el mundo no había sido conquistado, pero pam, guerra en Corea, la del norte o la del sur, a saber, que siempre las confundía. Y eso había sido su excel. Sin duda. Todas esas muertes en su conciencia. Niños, habían muerto niños. Y la cosa aún seguía, con sus bombardeos y sus tropas de la Onu y más niños muertos en su conciencia. Por culpa de un excel. Al menos no había destruido el mundo, bien es verdad. Por suerte, no le había salido del todo bien. Pero sí había pensado en arreglarlo. No para probar otra vez, ni queriendo ni sin querer, sino simplemente para demostrarse a sí mismo que era capaz de hacerlo. Era un pasatiempo como cualquier otro. Inocente. En principio. Pero luego estaba ese correo que le había llegado. Con un documento de word adjunto. Un texto que comenzaba con la frase: "Mi nombre es Rubio, Jaime Rubio, y sé lo que tramas. Te lo advierto: este *.doc puede con tu *.xls". Como para arriesgarse a conquistar el mundo en esas circunstancias. A saber quién sería el Rubio este y lo que hacía con su doc.


 
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sábado, 19. diciembre 2009
Jaime, 19 de diciembre de 2009, 12:29:50 CET

Sigamos haciendo el ridículo


Gracias a Chicolini, quien es todo un coche, os puedo ofrecer los enlaces de la entrevista, a condición de que no os riáis de mí. Ni siquiera hacia mí, como decía Homer.

-Descarga por Megaupload. (Jódete Ramoncín, que esto no es tu nuevo disco.)

-En streaming (¿se dice así?) a partir del minuto 14:40.


 
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jueves, 17. diciembre 2009
Jaime, 17 de diciembre de 2009, 19:14:19 CET

Cómo hacer el ridículo en público


Otra actualización: Buf, no estaba tan nervioso desde... Espera, creo que nunca había estado nervioso. Lo mejor: la radio HA PAGADO EL TAXI. Menudo paseo me he dado por Vic. Qué bonito es el centro de noche.

Actualización: Nada, un tema... Er... Esto... Que era a las diez DE LA NOCHE... Niano noniano...

Mañana viernes a las diez de la mañana estaré en Com Ràdio (91.0 en Barcelona o aquí) hablando de mi libro. ¿Cómo que qué libro? Pues este libro, cuál va a ser.


 
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