martes, 2. marzo 2010
Jaime, 2 de marzo de 2010, 15:36:28 CET

Pulseras de la mala suerte


Como no podía ser de otra forma y dado mi carácter débil e influenciable, yo también me he comprado una de estas pulseras holográficas con tecnología imantada y radiaciones ultravioleta gamma de baja densidad singular. Se trata de un trozo de goma al que han mirado fijamente diecisiete atletas de élite (alguno incluso de elite) enviando unas frecuencias electromagnéticas que le dan propiedades milagrosas: salto diecinueve centímetros más (tanto a lo alto como a lo largo), aguanto el equilibrio casi dos segundos antes de caer rodando escaleras abajo, puedo beber dos cervezas más, antes de que se me trabe la lengua, soy capaz de correr más rápido, con lo que me da mucha más rabia que se me escape el autobús (lo rozo con la yema de los dedos), y además soy mucho más flexible: me toco la punta de los pies con los dedos. Con los dedos del otro pie. Antes no podía. Pero no todo son ventajas. Estas malditas pulseras facilitan proezas físicas como las ya mencionadas, pero tienen un defecto: traen mala suerte. Se trata del clásico efecto compensador, también llamado "¿tú qué te crees, que lo puedes tener todo? ¿Quién te piensas que eres? ¿Flavio Briatore?" En definitiva: hay pulseras que traen buena suerte, pero no proporcionan ninguna mejora física, mientras que éstas te convierten prácticamente en un atleta profesional, pero también en un gafe de mucho cuidado. Nada más comprarla, por ejemplo, se me cayó la caja registradora de la tienda sobre el pie izquierdo. Si la hubiera llevado puesta (la pulsera, no la registradora), hubiera sido capaz de esquivarla, pero ah, el destino es así de cruel. A partir de ese momento, las desgracias se han amontonado sobre mis hombros como cajas registradoras sobre mi pie izquierdo: chaquetas enganchadas y rasgadas en pomos de puertas, pinchazos en el coche, un desfalco accidental en el trabajo que me llevó dos meses a la cárcel hasta que pude aclararlo todo, perdí la cartera en tres ocasiones, una de ellas en casa (cosa que no impidió que alguien usara mi tarjeta de crédito), y suspendí dos veces un examen de Física de segundo de Bup al que tuve que presentarme porque alguien perdió mi expediente. Pocos pueden relatar un conjunto de desgracias semejantes. Una de esas chaquetas era mi favorita. Bueno, lo había sido. Ya estaba vieja. Pero me seguía gustando mucho y me la ponía bastante a menudo. Total, que poca gente hay en el mundo tan desgraciada como yo. Por suerte y gracias a internet, he encontrado un foro de afectados por las pulseras holográficas, también llamadas hologáficas (jajajaja, enteritis…) en el que nos debatimos entre si es mejor vivir con las ventajas de poder rascarnos las orejas sin usar un palo o por el contrario vivir sin el riesgo permanente de que a uno se le caiga en el pie una caja registradora. Lo de la caja registradora es curioso. Al parecer, le ha pasado a todo el mundo en esa tienda. Incluso a personas que no habían comprado la pulsera. Se sospechó la posibilidad de que fuera el propio cajero quien arrojara la caja registradora sobre sus clientes, pero su respuesta (¿yo? No, no… No sé de qué estáis hablando) nos resultó muy convincente al comité de investigación, por lo que dedujimos que la gente miraba las pulseras expuestas mientras pagaba y eso bastaba para que la caja registradora cayera sobre el pie izquierdo del desafortunado y ya gafado cliente. Además, hemos realizado varias observaciones desde el escaparate con unos prismáticos, y hemos podido comprobar que el cajero silba mientras la caja cae. Todo el mundo sabe que es imposible hacer dos cosas al mismo tiempo, así que si silba, no puede empujar.


 
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viernes, 19. febrero 2010
Jaime, 19 de febrero de 2010, 15:00:59 CET

Pingüinos muertos


Después de las últimas amenazas de muerte que he recibido, he decidido contratar a un doble. Nada más contratarle, le he pegado un tiro, cumpliendo un doble (como su propio nombre indica) propósito; uno: he hecho creer a mis numerosos enemigos (es lo que tiene hablar claro contra los poderosos, aunque sea desnudo, a gritos y en el parque de la Ciutadella) que ya estoy muerto, y dos: al estar ya muerto, el precio de mis cuadros se ha multiplicado por diez. Ayer se vendió uno por siete euros con cincuenta. Siguiendo el dicho y rematándolo con un hábil juego de palabras, he matado un doble pájaro de un tiro. Han sido unas semanas muy malas, de tensión y, por qué no reconocerlo, miedo. Cada vez que me llegaba una de esas amenazas en clave, ocultas tras lo que parecía una factura de la luz para no levantar las sospechas de mis chimpancés guardaespaldas, me daba un vuelco el corazón. Estaban bien pensadas todas aquellas historias de kilowatios, de consumo, de dinero que tengo que pagar yo (¡yo!) por la electricidad, cuando la electricidad ya me venía con la casa. Bajo la inocente apariencia de un error administrativo se ocultaba un claro mensaje cifrado: “vamos a por ti”. KW. Es decir, Kill William. ¿Y quién es el William Shakespeare 2.0? Efectivamente. Es evidente que no tenía otra opción que comprarme un doble para cargármelo. Era él o yo. O yo o él, según se mire. La verdad es que no se me parecía mucho: para hacerme la pelota, el de la tienda de dobles insistió en que yo era más guapo de lo que en realidad soy, y eso que yo de por mí no estoy nada mal, gracias a mi manejable metro cuarenta y dos, mis poderosos noventa y siete kilos de peso, mi ausencia de orejas (ah, esas asquerosas protuberancias) y mi elegante costumbre de escupir para no tragar saliva. Sí, mi doble medía metro ochenta y siete, y llevaba veinte de sus veinticuatro años acudiendo a un gimnasio dos horas diarias, pero lo importante es que el vendedor hizo bien su trabajo: consiguió una venta. La ventaja de matar a un doble es que legalmente está considerado suicidio, así que las únicas consecuencias negativas para mí fueron la extraña desazón interior que supone haber asesinado a alguien que en cierto modo era yo y una multa por haber arrojado el cuerpo al contenedor de papel y no al de materiales orgánicos. Reciclar es muy importante. Lo reconozco. El otro día no reciclé y murieron seis gaviotas más. Por mi culpa. Y un pingüino. Y a todo el mundo le gustan los pingüinos. Bueno, a todo el mundo, no, sólo a quien no los ha visto de cerca. Los pingüinos son graciosos, pero a kilómetros de distancia de donde vivan, huele a mierda. Prácticamente se hacen sus nidos con su mierda. Con sus propios excrementos. Eso es asqueroso. Mejor edificar, no sé, con los cadáveres de tus hijos. Por favor. Y que todo el mundo diga que son tan graciosos y que parece que vayan de etiqueta, ja ja. Pues no. Unos cochinos. Putos pingüinos. Hoy no pienso reciclar. ¡Que se mueran todos! Seguro que son de la SGAE. Sí, mezclaré papel con cáscaras de huevos y botellas de cristal mientras pienso entre carcajadas en todos esos pingüinos muertos.


 
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jueves, 18. febrero 2010
Jaime, 18 de febrero de 2010, 7:50:34 CET

José Ignacio de Juana Chaos: "Yo también tengo derecho a reinsertarme y ser un Pío Moa de la vida"


“Como comprenderás, no sólo de heroísmo vive el hombre, sino también de pan. A pesar de que intenté demostrar lo contrario durante mi huelga de hambre”, explica José Ignacio de Juana Chaos mientras vuelvo a asegurarme de que mi billetera sigue en el bolsillo de la chaqueta. Nachete explica que es cierto que ahora lo que quiere es ser taxista. Después de una vida dedicada a luchar por el País Vasco matando gente escondido y desde lejos ha llegado el momento de relajarme al volante y poner la Cope”. ¿La Cope? “Hombre, si nos vamos a hacer taxistas, habrá que hacerse taxistas de verdad. A escuchar la Cope y a quejarse del gobierno y de los catalanes, como tiene que ser. Eso sí, en Belfast”. Al parecer, su intención es trabajar para una compañía norirlandesa que cree firmemente en la reinserción: ahí trabajan quince ex terroristas y la mujer de De Juana. Pero aún no le dejan. “Dicen que tienen que pasar al menos tres años desde que haya salido de la cárcel. Me parece injusto. ¿Por qué tres años y no tres meses? Si recuperé el peso con tres bocatas. Es más, como no me dejen conducir un taxi, agarro y me deprimo. Y yo cuando me deprimo no como nada. ¡Y NO RESPIRO!” De Juana coge aire, cruza los brazos y frunce el ceño. Le pongo el dedo debajo de la nariz. Es cierto: no está respirando.

El resto, en Libro de Notas.


 
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viernes, 12. febrero 2010
Jaime, 12 de febrero de 2010, 17:07:58 CET

Traducción simultánea


Mi dolencia está siendo ignorada por los médicos más prestigiosos e incluso por los menos prestigiosos, que hasta han tenido reticencias en aprovecharse de mi desesperación para sacarme el dinero a cambio de remedios que ya sabían destinados al fracaso desde un principio. Pero no sólo los médicos: mi familia cree que me invento las cosas para no ir a trabajar, mis jefes creen que me invento las cosas para no ir a trabajar y mi párroco se empeña en que no necesito un exorcismo, sino ir a trabajar. Todo comenzó el 16 de febrero de 2009. Volviendo a casa después de tomar unas cervecitas con unos amigos, me atropelló una furgoneta blanca. En el suelo, antes de perder la conciencia, acerté a ver la matrícula: alemana. Como las cervezas. Desperté unas horas más tarde en el hospital. Al parecer, el accidente había trastocado de modo significativo mi cerebro, porque no entendía nada de cuanto me decía nadie: ni los médicos, ni las enfermeras, ni la familia, ni los amigos. Ellos sí que me entendían a mí, porque al parecer yo hablaba normal, pero yo tampoco me oía hablar normal a mí mismo. Me hicieron pruebas de todo tipo: resonancias, escáneres, radiografías. Un médico chino me clavó agujas por todas partes y un sanador amigo de mi tío insistió en lamerme la calva. Según todos ellos, incluido el del lametón que aún me provoca pesadillas de las que despierto empapado en sudor frío, en mi cabeza no pasa nada y todo está como debería estar. Pero no lo estaba. La prueba era que no les entendía cuando me lo decían y les tenía que pedir que escribieran sus “todo está bien” en un trozo de papel. Pronto me di cuenta de que mi cerebro estaba traduciendo todo cuanto oía a otra lengua. En unos días y con ayuda de una amiga que sabía idiomas, me di cuenta de que lo estaba traduciendo al alemán. Y yo no sé alemán, así que se comprenderá mi desasosiego ante mi imposible comunicación con el mundo. Al principio creí que me estaba volviendo loco. O peor, alemán. Además, como ya he dicho, los doctores no me creían o como mucho consideraban que era cosa de los nervios y me recetaban tranquilizantes. Delicioso tranquilizantes a los que fui adicto durante unos cuantos meses. Evaluaron todas las posibles causas. Se repitieron las pruebas y pasé por neurólogos, psiquiatras, psicólogos y otorrinolaringólogos. Todos volvieron al primer diagnóstico: nada. Todo está bien. Nervios. Pocas ganas de trabajar. Es más, el psiquiatra y el psicólogo recomendaron que me quitara de las pastillas, que estaban resultando contraproducentes. Pero nada más. Los médicos me fueron olvidando y yo he ido acostumbrándome poco a poco. Durante estos últimos meses ya me siento un poco más tranquilo, he aprendido algo de alemán y más o menos ya me entiendo con la gente. A veces me sigo sobresaltando porque lo que tiene el alemán es que parece que siempre te estén echando bronca, pero en fin, reconozco que nada que no pueda sobrellevar con un poco de paciencia. De hecho, resulta hasta gracioso escuchar a mi abuela hablando con soltura la lengua de Goethe. Con acento de Almería, eso sí. Incluso aproveché para hacer algo de turismo y viajé a Berlín. A los alemanes los oigo en alemán, también, aunque por lo que me comentó mi profesor, es un alemán antiguote, ya tirando para los siglos dieciséis y diecisiete. Pero bueno, al menos me apañé mejor que la mayoría de turistas. Sin embargo, desde hace ya unas semanas estoy empezando a notar un empeoramiento de mi condición. A veces, cuando estoy cansado o no presto toda la atención que debiera, oigo frases sueltas, incluso en mitad de un discurso de la misma persona, en otro idioma distinto del alemán. Creo que es francés. No sé si acabaré escuchando todo en francés o si se irán sumando lenguas a los discursos ajenos. De momento, sí que puedo decir que no, que tampoco sé francés, así que comprenderán que insista en reclamar atención para mi caso, atención que me está siendo negada por médicos y, lo que es peor y resulta más traicionero, por la gente cercana que debería tenerme un poco más de confianza, respeto y consideración.


 
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jueves, 11. febrero 2010
Jaime, 11 de febrero de 2010, 7:57:37 CET

José Luis Rodríguez Zapatero: "La economía española está a punto de estar a punto de colocarse en una situación previa al inicio del comienzo de un incipiente arranque de lo que vendrían a ser los primeros pasos de la recuperación económica"


José Luis Rodríguez me recibe en su despacho con el abrigo puesto y una maleta. Ante mi sorpresa, asegura que no había olvidado nuestra cita y que no se iba a ninguna parte. “Estamos ahorrando y prefiero ir con el abrigo puesto antes que encender la calefacción. Eso de gastar gas, que lo hagan los del PP, que no creen en el cambio climático. Ya verán, ya, cuando el Tornado Vengador se los lleve a todos”. Este espíritu ahorrador me da pie a preguntarle por la economía española, de la que el presidente asegura que “está a punto de estar a punto de colocarse en una situación previa al inicio del comienzo de un incipiente arranque de lo que vendrían a ser los primeros pasos de la recuperación económica. Estamos hablando de brotes verdes en general”. También se lamenta de que seamos todos tan impacientes y poco comprensivos: “Es que de verdad, a veces no cuesta nada esperarse un poco. Que ya no viene de tres o cuatro semanitas. Que ahora ya sí. Fijo. Palante, ¿no?”. Zapatero asegura que “la economía no está peor que hace seis meses. Ya deberíais estar todos acostumbrados a estas alturas”. De todas formas, el presidente no duda en reconocer que es cierto que otros países están mejor, “como por ejemplo Asnalia, ese pequeño país centroeuropeo cuyas exportaciones de fango se han triplicado en los últimos dos años”.

El resto, en <a href="librodenotas.com>Libro de notas


 
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